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¿Qué pasa cuando alguien insulta a otros en las redes sociales?
Cada vez más los científicos entienden mejor por qué la gente llama a otros “estúpidos” o “imbéciles” en Twitter.
Las redes sociales se han convertido en plataformas donde personas de diferentes ideologías debaten sobre asuntos varios. Especialmente en Twitter, la gente se enfrasca en discusiones que a menudo llevan a cada una de las partes a insultarse.
Disminuir al otro con estos calificativos se ha vuelto algo común y solo con un vistazo superficial en estas redes es posible encontrar este tipo de críticas relacionadas con la menor capacidad mental del otro. Para no ir más lejos, solo hay que analizar la cuenta del anterior presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, para ver que allí, el exmandatario se involucró con frecuencia en peleas para insultar a todos aquellos que no pensaban como él.
Para decirles que eran menos inteligentes usó todo tipo de prácticas desde decir “lo siento, perdedores” o “bruto”, o incluso cosas mucho más directas como decir con orgullo que el “IQ mío es mayor que el de cualquiera de mis detractores”.
Decir imbécil, bruto, estúpido y otra serie de palabras al otro, está provocando problemas sociales que no son de poca monta. Aunque para muchos este tipo de ofensas no tiene mucho significado y se borran en el tiempo, algunos sociólogos han observado que dicho comportamiento riñe con el debate abierto en el cual las otras personas pueden escuchar diferentes punto de vistas y así enriquecer su perspectiva sobre un tema.
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Esto sucede porque con el insulto se silencia al oponente. Este tipo de ofensas son rápidas y fáciles de usar para acallar al contrincante en un debate y disminuir la confianza en la evidencia que está mostrando.
Precisamente por lo anterior, algunos psicólogos se han dado a la tarea de entender el proceso que lleva a los seres humanos a este tipo de hábito. La revista “New Scientist” señala avances en esa línea de investigación que pretende entender mejor por qué el ser humano insulta en las redes sociales a sus opositores.
Lo primero que hay que decir es que la razón estaría en la manera como el ser humano tiene conectado su cerebro. La revista de divulgación científica explica que para comprender el fenómeno hay que partir de que los seres humanos son una especie social y todo parece indicar que poner en juicio la capacidad mental de otros es parte de cómo este coordina, coopera y rompe alianzas con los demás.
Desde la edad de 5 años, el individuo está capacitado para hacer suposiciones sobre los estados mentales de las personas como, por ejemplo, comprender que alguien puede estar equivocado en sus creencias. En este proceso, según la publicación, hay implicadas partes muy precisas del cerebro como la corteza prefrontal medial, los polos temporales y el surco temporal superior posterior. Estas tres zonas funcionan en conjunto para permitir al individuo detectar y emitir juicios sobre la inteligencia y la mente, tanto la nuestra como las de los demás.
Pero además de eso, las hormonas desempeñan un papel importante, según el psicólogo Carsten De Dreu. Cuando la gente forma parte de un grupo, ya sea de familiares o compañeros de trabajo o fanáticos de un equipo de fútbol, el cuerpo produce una sustancia conocida como oxitocina que tiene un papel clave en la sensación de cohesión, pero al mismo tiempo genera un sentimiento de exclusividad. Esto, según De Dreu, afecta las opiniones acerca de los demás afuera del grupo, pues en la medida en que un individuo cree en los miembros del suyo, exagera sus habilidades mentales porque siente por ellos lealtad.
De la misma forma, es posible subestimar la inteligencia de aquellos cuyas opiniones difieren de las propias. Aún más preocupante, la gente responde de manera más lenta a esas señales de emoción o a las experiencias de aquellos que no son parte del grupo.
A esta investigación se suma la de las psicólogas sociales Susan Fiske y Lasana Harris, quienes realizaron un estudio en el que utilizaron imágenes neurológicas y estudios de comportamiento para demostrar que una persona que se enfrenta a otra desconocida cierra la corteza prefrontal, aquella que está más involucrada en la cognición social y que es clave para reconocer los estados mentales y emocionales de los demás. Y no solo eso, esas personas cuyos argumentos son distintos a los propios y que queremos cerrar, también nos importan menos.
Esto quiere decir que el cerebro está hecho para siempre escuchar y confiar en aquellos que están en el mismo grupo. Pero lo que ha sucedido es que las redes sociales han hecho eco de eso y aumentan aún más ese efecto cerebral de aislarnos de diversas posibilidades y puntos de vista, y además “amortigua nuestra capacidad de preocuparnos por aquellos cuyas opiniones quizá no nos gustan”, señala la revista. Eso ha creado más polarización política y desinformación.
Los psicólogos dicen que para enmendar este problema lo primero es reconocer los sesgos que tiene el cerebro y que impiden tener en cuenta opiniones diferentes a las propias. “Debemos hacer que sea menos aceptable socialmente el uso de la calumnia mental al servicio de una discusión. Así nos beneficiaríamos de mayores oportunidades para escucharnos unos a otros”, concluye el medio.