Papa Francisco visitó la ciudad de Medellín el pasado sábado. Foto: AFP | Foto: Foto: AFP

PAPA EN COLOMBIA

Lea y vea los discursos del papa Francisco durante su visita a Medellín, sábado 9 de septiembre

El sumo pontífice visitó la capital antioqueña para dar discursos de paz y esperanza. Se dirigió a sacerdotes, religiosos, consagrados, seminaristas y sus familias. Estuvo, también, en el Hogar de San José donde viven más de 300 niños.

11 de septiembre de 2017

Homilía del santo padre en el aeropuerto de Medellín, Enrique Olaya Herrera 

En video: Homilía del papa Francisco en la Santa Misa que presidió en la capital antioqueña

Queridos hermanos, quiero agradecer las horas que han pasado acá, incluso bajo la lluvia. Lamentablemente, hubo un atraso significativo en el viaje y ustedes tuvieron que esperar más. Gracias por su paciencia, por su perseverancia y por su coraje. Y como todos somos pecadores pidamos perdón por nuestros pecados.

«La vida cristiana como discipulado»

Queridos hermanos y hermanas:

En la misa del jueves en Bogotá escuchábamos el llamado de Jesús a sus primeros discípulos; esta parte del Evangelio de Lucas que comenzó con aquella narración, culmina con el llamado a los Doce. ¿Qué recuerdan los evangelistas entre ambos acontecimientos? Que este camino de seguimiento supuso en los primeros seguidores de Jesús mucho esfuerzo de purificación. Algunos preceptos, prohibiciones y mandatos los hacían sentir seguros; cumplir con determinadas prácticas y ritos los dispensaba de una inquietud, la inquietud de preguntarse: ¿Qué es lo que le agrada a nuestro Dios? Jesús, el Señor, les señala que cumplir es caminar detrás Él, y que ese caminar los ponía frente a leprosos, paralíticos, pecadores. Esas realidades demandaban mucho más que una receta o una norma establecida. Aprendieron que ir detrás de Jesús supone otras prioridades, otras consideraciones para servir a Dios. Para el Señor, también para la primera comunidad, es de suma importancia que quienes nos decimos discípulos no nos aferremos a cierto estilo, a ciertas prácticas que nos acercan más al modo de ser de algunos fariseos de entonces que al de Jesús. La libertad de Jesús se contrapone con la falta de libertad de los doctores de la ley de aquella época, que estaban paralizados por una El Papa Francisco en Colombia 57 interpretación y práctica rigorista de la ley. Jesús no se queda en un cumplimento aparentemente «correcto», Él lleva la ley a su plenitud y por eso quiere ponernos en esa dirección, en ese estilo de seguimiento que supone ir a lo esencial, renovarse, involucrarse. Son tres actitudes que tenemos que plasmar en nuestra vida de discípulos.

Lo primero, ir a lo esencial. No quiere decir «romper con todo», romper con aquello que no se acomoda a nosotros, porque tampoco Jesús vino «a abolir la ley, sino a llevarla a su plenitud» (Mt 5,17). Ir a lo esencial es más bien ir a lo profundo, a lo que cuenta y tiene valor para la vida. Jesús enseña que la relación con Dios no puede ser un apego frío a normas y leyes, ni tampoco un cumplimiento de ciertos actos externos que no llevan a un cambio real de vida. Tampoco nuestro discipulado puede ser motivado simplemente por una costumbre, porque contamos con un certificado de bautismo, sino que debe partir de una viva experiencia de Dios y de su amor. El discipulado no es algo estático, sino un continuo camino hacia Cristo; no es simplemente el apego a la explicitación de una doctrina, sino la experiencia de la presencia amigable, viva y operante del Señor, un permanente aprendizaje por medio de la escucha de su Palabra. Y esa palabra, lo hemos escuchado, se nos impone en las necesidades concretas de nuestros hermanos: será el hambre de los más cercanos en el texto proclamado, o la enfermedad en lo que narra Lucas a continuación.

La segunda palabra, renovarse. Como Jesús «zarandeaba» a los doctores de la ley para que salieran de su rigidez, ahora también la Iglesia es «zarandeada» por el Espíritu para que deje sus comodidades y sus apegos. La renovación no nos debe dar miedo. La Iglesia siempre está en renovación —Ecclesia semper renovanda —. No se renueva a su antojo, sino que lo hace «firme y bien fundada en la fe, sin apartarse de la esperanza transmitida por la Buena Noticia» (Col 1,23). La renovación supone sacrificio y valentía, no para considerarse mejores o más pulcros, sino para responder mejor al llamado del Señor. El Señor del sábado, la razón de ser de todos nuestros mandatos y prescripciones, nos invita a ponderar lo normativo cuando está en juego el seguimiento; cuando sus llagas abiertas, su clamor de hambre y sed de justicia nos interpelan y nos imponen respuestas nuevas. Y en Colombia hay tantas situaciones que reclaman de los discípulos el estilo de vida de Jesús, particularmente el amor convertido en hechos de no violencia, de reconciliación y de paz.

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El Papa Francisco en Colombia 58 La tercera palabra, involucrarse. Aunque para algunos eso parezca ensuciarse o mancharse. Como David o los suyos que entraron en el Templo porque tenían hambre y los discípulos de Jesús entraron en el sembrado y comieron las espigas, también hoy a nosotros se nos pide crecer en arrojo, en un coraje evangélico que brota de saber que son muchos los que tienen hambre, hambre de Dios - cuánta gente tiene hambre de Dios -, hambre de dignidad, porque han sido despojados. Y me pregunto, si el hambre de Dios de tanta gente quizás no venga porque con nuestras actitudes se la hemos despojado. Y, como cristianos, ayudar a que se sacien de Dios; no impedirles o prohibirles el encuentro. Hermanos, la Iglesia no es una aduana, quiere las puertas abiertas porque el corazón de su Dios está no sólo abierto, sino traspasado por el amor que se hizo dolor. No podemos ser cristianos que alcen continuamente el estandarte de «prohibido el paso», ni considerar que esta parcela es mía, adueñándome de algo que no es absolutamente mío. La Iglesia no es nuestra, hermanos, es de Dios; Él es el dueño del templo y del sembrado; todos tienen cabida, todos son invitados a encontrar aquí y entre nosotros su alimento. Todos. Y Él, el que preparó las bodas para su Hijo- manda a buscar a todos, sanos y enfermos, buenos y malos, todos. Nosotros somos simples «servidores» (cf. Col 1,23) no podemos ser quienes impidamos ese encuentro. Al contrario, Jesús nos pide, como lo hizo a sus discípulos: «Denles ustedes de comer» (Mt 14,16); este es nuestro servicio. Comer el pan de Dios, comer el amor de Dios, comer el pan que nos lleva a sobrevivir también. Bien lo entendió esto Pedro Claver, a quien hoy celebramos en la liturgia y que mañana veneraré en Cartagena. «Esclavo de los negros para siempre» fue su lema de vida, porque comprendió, como discípulo de Jesús, que no podía permanecer indiferente ante el sufrimiento de los más desamparados y ultrajados de su época y que tenía que hacer algo para aliviarlo.

Hermanos y hermanas, la Iglesia en Colombia está llamada a empeñarse con mayor audacia en la formación de discípulos misioneros, así como lo señalamos los obispos reunidos en Aparecida. Discípulos que sepan ver, juzgar y actuar, como lo proponía aquel documento latinoamericano que nació en estas tierras (cf. Medellín, 1968). Discípulos misioneros que saben ver, sin miopías heredadas; que examinan la realidad desde los ojos y el corazón de Jesús, y desde ahí juzgan. Y que arriesgan, que actúan, que se comprometen. El Papa Francisco en Colombia 59 He venido hasta aquí justamente para confirmarlos en la fe y en la esperanza del Evangelio: manténganse firmes y libres en Cristo, firmes y libres en Cristo, porque toda firmeza en Cristo nos da libertad, de modo que lo reflejen en todo lo que hagan. Asuman con todas sus fuerzas el seguimiento de Jesús, conózcanlo, déjense convocar e instruir por Él, búsquenlo en la oración y déjense buscar por el en la oración, anúncienlo con la mayor alegría posible. Pidamos a través de la intercesión de nuestra Madre, Nuestra Señora de la Candelaria, que nos acompañe en nuestro camino de discípulos, para que poniendo nuestra vida en Cristo, seamos siempre misioneros que llevemos la luz y la alegría del Evangelio a todas las gentes.

Saludo del papa Francisco en su encuentro en el Hogar de San José

En video: Palabras del papa Francisco en su visita al Hogar San José en Medellín

Queridos hermanos y hermanas, queridos niños y niñas:

Estoy contento de estar con ustedes en este «Hogar San José». Gracias por el recibimiento que han preparado. Agradezco las palabras del Director, Monseñor Armando Santamaría.

Y te doy las gracias a ti, Claudia Yesenia, por tu valiente testimonio —te dije que eras valiente—. Escuchando todas las dificultades por las que has pasado me venía a la memoria del corazón el sufrimiento injusto de tantos niños y niñas en todo el mundo, que han sido y siguen siendo víctimas inocentes de la maldad de algunos.

También el Niño Jesús fue víctima del odio y de la persecución; también Él tuvo que huir con su familia, dejar su tierra y su casa, para escapar de la muerte. Ver sufrir a los niños hace mal al alma porque los niños son los predilectos de Jesús. No podemos aceptar que se les maltrate, que se les impida el derecho a vivir su niñez con serenidad y alegría, que se les niegue un futuro de esperanza.

Jesús no abandona a nadie que sufre, mucho menos a ustedes, niños y niñas, que son sus preferidos. Claudia Yesenia, al lado de tanto horror sucedido, Dios te regaló una tía que te cuidó, un hospital que te atendió y finalmente una comunidad que te recibió. Este «hogar» es una prueba del amor que Jesús les tiene a ustedes y de su deseo de estar muy cerca de ustedes. Y lo hace a través y con el cuidado amoroso de todas las personas buenas que los acompañan, que los quieren y que los educan. Pienso en los responsables de esta casa, en las hermanas, en el personal y en tanta gente que ya son parte de la familia porque vienen, se integran, El Papa Francisco en Colombia 61 conocen. Porque eso es lo que hace que este lugar sea un «hogar»: el calor de una familia donde nos sentimos amados, protegidos, aceptados, cuidados y acompañados.

Y me gusta mucho que este hogar lleve el nombre de «San José», y los otros «Jesús Obrero» o «Belén». Quiere decir que están en buenas manos. ¿Recuerdan lo que escribe san Mateo en su Evangelio, cuando nos cuenta que Herodes, en su locura, había decidido asesinar a Jesús recién nacido? ¿Cómo Dios le habló en sueños a san José, por medio de un ángel, y le confió a su cuidado y protección sus tesoros más valiosos: Jesús y María? Nos dice San Mateo que, apenas el ángel le habló, José obedeció inmediatamente e hizo cuanto Dios le había ordenado: «Se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, y se fue a Egipto» (2,14). Estoy seguro de que así como san José protegió y defendió de los peligros a la Sagrada Familia, así también los defiende, los cuida y los acompaña a ustedes. Y con él, también Jesús y María, porque san José no puede estar sin Jesús y María.

En contexto: El Hogar San José, donde los niños conocerán al papa Francisco

A ustedes hermanos y hermanas, religiosos y laicos que en este y en los demás hogares reciben y cuidan con amor a estos niños que desde chicos ya han experimentado el sufrimiento y el dolor, a ustedes quisiera recordarles dos realidades que no deben faltar porque son parte de la identidad cristiana: el amor que sabe ver a Jesús presente en los más pequeños y débiles, y el deber sagrado de llevar a los niños a Jesús. En esta tarea, con sus gozos y sus penas, los encomiendo también a la protección de san José. Aprendan de él, que su ejemplo los inspire y los ayude en el cuidado amoroso de estos pequeños, que son el futuro de la sociedad colombiana, del mundo y de la Iglesia, para que como el mismo Jesús, ellos puedan crecer, robustecerse en sabiduría, en gracia, delante de Dios y de los demás (cf. Lc 2,52). Que Jesús y María, junto con san José, los acompañen y los protejan, los llenen de su ternura, su alegría y su fortaleza.

Me comprometo a rezar por ustedes, para que en este ambiente de amor familiar crezcan en amor, paz y felicidad, y así puedan ir sanando las heridas del cuerpo y del corazón. Dios no los abandona, Dios los protege y los asiste. Y el Papa los lleva en su corazón; no dejen de rezar por mí, no se olviden. ¡Gracias!

Palabras del santo padre en su encuentro con sacerdotes, religiosos, consagrados, seminaristas y sus familias

En video: Discuros del santo padre en el Coliseo La Macarena en Medellín

Queridos hermanos obispos,

Queridos sacerdotes, consagrados, consagradas, seminaristas,

Queridas familias, ¡queridos «paisas»!

La alegoría de la vid verdadera que acabamos de escuchar del Evangelio de Juan se da en el contexto de la última cena de Jesús. En ese ambiente de intimidad, de cierta tensión pero cargada de amor, el Señor lavó los pies de los suyos, quiso perpetuar su memoria en el pan y el vino, y también les habló a los que más quería desde lo hondo de su corazón.

En esa primera noche «eucarística», en esa primera caída del sol después del gesto de servicio, Jesús abre su corazón; les entrega su testamento. Y así como en aquel cenáculo se siguieron reuniendo posteriormente los Apóstoles, con algunas mujeres y María, la Madre de Jesús (cf. Hch 1,13-14), hoy también acá en este espacio nos hemos reunido nosotros a escucharlo, y a escucharnos. La hermana Leidy de San José, María Isabel y el padre Juan Felipe nos han dado su testimonio. También cada uno de los que estamos aquí podríamos narrar la propia historia vocacional. Y todos coincidirían en la experiencia de Jesús que sale a nuestro encuentro, que nos primerea y que de ese modo nos ha captado el corazón. Como dice el Documento de Aparecida: «Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir El Papa Francisco en Colombia 63 cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo» (n. 29), el gozo de evangelizar.

Muchos de ustedes, jóvenes, habrán descubierto este Jesús vivo en sus comunidades; comunidades de un fervor apostólico contagioso, que entusiasman y suscitan atracción. Donde hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas; la vida fraterna y fervorosa de la comunidad es la que despierta el deseo de consagrarse enteramente a Dios y a la evangelización (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 107). Los jóvenes son naturalmente inquietos -o ¿me equivoco?-. Y aquí quiero detenerme un instante y hacer memoria dolorosa, es un paréntesis esto. Los jóvenes son naturalmente inquietos, inquietud tantas veces engañada, destruida por los sicarios de la droga. Medellín me trae ese recuerdo, me evoca tantas vidas jóvenes truncadas, descartadas, destruidas. Los invito a recordar, a acompañar este luctuoso cortejo, a pedir perdón para quienes destruyeron las ilusiones de tantos jóvenes, pedir al Señor que convierta sus corazones, a pedir que acaba esta derrota de la humanidad joven. Los jóvenes son naturalmente inquietos y, si bien asistimos a una crisis del compromiso y de los lazos comunitarios, son muchos los jóvenes que se solidarizan ante los males del mundo y se embarcan en diversas formas de militancia y de voluntariado, son muchos. Y algunos, sí, son católicos practicantes, otros son católicos “al agua de rosas” –como decía mi abuela-, otros no saben si creen o no creen, pero esa inquietud los lleva a hacer algo por los demás, esa inquietud hace llenar los voluntariados de todo el mundo de rostros jóvenes, hay que encauzar la inquietud. Cuando lo hacen captados por Jesús, sintiéndose parte de la comunidad, se convierten en «callejeros de la fe», felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra (cf. ibíd., 107). Y cuántos, sin saber que lo están llevando, lo llevan. Esa riqueza de callejear sirviendo, de ser callejeros de una fe que quizás ellos mismos no terminan de entender, es testimonio, testimonio que nos abre a la acción del Espíritu Santo que entra y nos va trabajando el corazón.

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En uno de los viajes, una Jornada de la Juventud en Polonia [Cracovia 2016], en el almuerzo que tuve con los jóvenes, con 15 jóvenes y el Arzobispo, uno me preguntó: “¿Qué le puedo decir yo a un compañero mio joven que es ateo, que no cree, qué argumento le puedo dar?”. El Papa Francisco en Colombia 64 Y a mí se me ocurrió contestarle: Mirá, lo último que tenés que hacer es decirle algo. Se quedó mirando. Empezá a hacer, empezá a comportarte de tal manera que la inquietud que él tiene adentro lo haga curioso y te pregunte, y cuando te pregunte tu testimonio, ahí podés empezar a decir algo. Es tan importante ese callejear, callejear la fe, callejear la vida.

Esa es la vid a la que se refiere Jesús en el texto que hemos proclamado: la vid que es todo ese «pueblo de la alianza». Profetas como Jeremías, Isaías o Ezequiel se refieren a él como una vid, hasta un salmo, el 80, canta diciendo: «Tú sacaste de Egipto una vid... le preparaste terreno, echó raíces y llenó toda la región» (vv. 9-10). A veces expresan el gozo de Dios ante su vid, otras su enojo, desconcierto o despecho; jamás, jamás Dios se desentiende de su vid, nunca deja de padecer sus distancias –si yo me alejo Él sufre en su corazón–, nunca deja de salir al encuentro de este pueblo que, cuando se aleja de Él se seca, arde y se destruye.

¿Cómo es la tierra, el sustento, el soporte donde crece esta vid en Colombia? ¿En qué contextos se generan los frutos de las vocaciones de especial consagración? Seguramente en ambientes llenos de contradicciones, de claroscuros, de situaciones vinculares complejas. Nos gustaría contar con un mundo, con familias y vínculos más llanos, pero somos parte de este cambio de época, de esta crisis cultural, y en medio de ella, contando con ella, Dios sigue llamando. O sea que a mí no que no me vengas con el cuento de que: “No, claro, no hay tantas vocaciones de especial consagración, porque, claro, con esta crisis que vivimos..” Eso saben qué es: cuentos chinos, ¿clarito?. Aún en medio de esta crisis Dios sigue llamando. Sería casi evasivo pensar que todos ustedes han escuchado el llamado de Dios en medio de familias sostenidas por un amor fuerte y lleno de valores como la generosidad, el compromiso, la fidelidad o la paciencia (cf. Exhort. ap. Amoris laetitia, 5). Algunos sí, pero no todos. Algunas familias, quiera Dios que muchas, son así. Pero tener los pies sobre la tierra es reconocer que nuestros procesos vocacionales, el despertar del llamado de Dios, nos encuentra más cerca de aquello que ya relata la Palabra de Dios y de lo que tanto sabe Colombia: «Un sendero de sufrimiento y de sangre […] la violencia fratricida de Caín sobre Abel y los distintos litigios entre los hijos y entre las esposas de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, llegando luego a las tragedias que llenan de sangre a la familia de David, hasta las múltiples dificultades familiares que surcan la narración de Tobías o la amarga confesión de El Papa Francisco en Colombia 65 Job abandonado» (ibíd., 20). Y desde el comienzo ha sido así, no piensen en la situación ideal, ésta es la situación real. Dios manifiesta su cercanía y su elección donde quiere, en la tierra que quiere, y como esté en ese momento, con las contradicciones concretas, como Él quiere. Él cambia el curso de los acontecimientos al llamar a hombres y mujeres en la fragilidad de la propia historia personal y comunitaria. No le tengamos miedo a esta tierra compleja. Antenoche, una chica con capacidades especiales, en el grupo que me dio la bienvenida en la Nunciatura, habló que en el núcleo de lo humano está la vulnerabilidad, y explicaba por qué. Y a mi se me ocurrió preguntarle: “¿Todos somos vulnerables?” - “Sí, todos”. “¿Pero hay alguien que no es vulnerable?”. Me contestó: “Dios”. Pero Dios quizo hacerse vulnerable y quizo salir a callejaer con nosotros, quizo salir a vivir nuestra historia tal como era, quizo hacerse hombre en medio de una contradicción, en medio de algo incomprensible, con la aceptación de una chica que no comprendía pero obedece y de un hombre justo que siguió lo que le fue mandado, pero todo eso en medio de contradicciones. ¡No tengamos miedo en esta tierra compleja!. Dios siempre ha hecho el milagro de generar buenos racimos, como las arepas al desayuno. ¡Que no falten vocaciones en ninguna comunidad y en ninguna familia de Medellín! Y cuando en el desayuno se encuentren con una sorpresa de esas lindas: “¡Qué lindo!, ¿y Dios es capaz de hacer algo conmigo?”. Pregúntenselo, antes de comerla, pregúntenselo.

Y esta vida —que es la de Jesús— tiene el atributo de ser la verdadera. Él ya utilizó este término en otras ocasiones en el Evangelio de Juan: la luz verdadera, el verdadero pan del cielo, o el testimonio verdadero. Ahora, la verdad no es algo que recibimos —como el pan o la luz— sino que brota desde adentro. Somos pueblo elegido para la verdad, y nuestro llamado tiene que ser en la verdad. Si somos sarmientos de esa vid, si nuestra vocación está injertada en Jesús, no puede haber lugar para el engaño, la doblez, las opciones mezquinas. Todos tenemos que estar atentos para que cada sarmiento sirva para lo que fue pensado: para dar frutos. ¿Yo estoy dispuesto a dar frutos? Desde los comienzos, a quienes les toca acompañar los procesos vocacionales, tendrán que motivar la recta intención, es decir, el deseo auténtico de configurarse con Jesús, el pastor, el amigo, el esposo. Cuando los procesos no son alimentados por esta savia verdadera que es el Espíritu de Jesús, entonces hacemos El Papa Francisco en Colombia 66 experiencia de la sequedad y Dios descubre con tristeza aquellos tallos ya muertos. Las vocaciones de especial consagración mueren cuando se quieren nutrir de honores, cuando están impulsadas por la búsqueda de una tranquilidad personal y de promoción social, cuando la motivación es «subir de categoría», apegarse a intereses materiales, que llegan incluso a la torpeza del afán de lucro. Lo dije ya en otras ocasiones y lo quiero repetir como algo que es verdad y es cierto, no se olviden, el diablo entra por el bolsillo, siempre. Esto no es privativo de los comienzos, todos nosotros tenemos que estar atentos porque la corrupción en los hombres y las mujeres que están en la Iglesia empieza así, poquito a poquito, luego —nos lo dice Jesús mismo— se enraíza en el corazón y acaba desalojando a Dios de la propia vida. «No se puede servir a Dios y al dinero» (Mt 6,21.24) (Aplausos). Jesús dice: “No se puede servir a dos señores”. O sea, a dos Señores, como si hubiera sólo dos señores en el mundo: no se puede servir a Dios y al dinero. Jesús le da categoría de señor al dinero, ¿qué quiere decir?: Que si te agarra no te suelta, será tu señor desde tu corazón, cuidado. No podemos aprovecharnos de nuestra condición religiosa y de la bondad de nuestro pueblo para ser servidos y obtener beneficios materiales.

Hay situaciones, estilos y opciones que muestran los signos de sequedad y de muerte, ¿cuándo es eso?: ¡No pueden seguir entorpeciendo el fluir de la savia que alimenta y da vida! El veneno de la mentira, el ocultamiento, la manipulación y el abuso al Pueblo de Dios, a los frágiles y especialmente a los ancianos y niños no pueden tener cabida en nuestra comunidad. Cuando un consagrado, una consagrada, una comunidad, una institución —llámese parroquia o lo que sea— opta por ese estilo es una rama seca. Sólo hay que sentarse y esperar que el Señor la venga a cortar.

Pero Dios no sólo corta; la alegoría continúa diciendo que Dios limpia la vid de imperfecciones. ¡Tan linda es la poda!, duele pero es linda. La promesa es que daremos fruto, y en abundancia, como el grano de trigo, si somos capaces de entregarnos, de donar la vida libremente. Tenemos en Colombia ejemplos de que esto es posible. Pensamos en santa Laura Montoya, una religiosa admirable cuyas reliquias hoy tenemos aquí. Ella desde esta ciudad se prodigó en una gran obra misionera en favor de los indígenas de todo el país. La mujer consagrada ¡cuánto nos enseña de entrega silenciosa, abnegada, sin mayor interés que El Papa Francisco en Colombia 67 expresar el rostro maternal de Dios! Así mismo, podemos recordar al beato Mariano de Jesús Euse Hoyos, uno de los primeros alumnos del Seminario de Medellín, y a otros sacerdotes y religiosas de Colombia, cuyos procesos de canonización han sido introducidos; como también otros tantos, miles de colombianos anónimos que, en la sencillez de su vida cotidiana, han sabido entregarse por el Evangelio y que ustedes seguramente llevarán en su memoria y serán estímulo de entrega. Todos nos muestran que es posible seguir fielmente la llamada del Señor, que es posible dar mucho fruto, aun ahora, en estos tiempos y en este sitio.

La buena noticia es que Él está dispuesto a limpiarnos, la buena noticia es que todavía no estamos terminados, estamos en proceso de fabricación, que como buenos discípulos estamos en camino. ¿Cómo va cortando Jesús los factores de muerte que anidan en nuestra vida y distorsionan el llamado? Invitándonos a permanecer en Él; permanecer no significa solamente estar, sino que indica mantener una relación vital, existencial, de absoluta necesidad; es vivir y crecer en unión fecunda con Jesús, fuente de vida eterna. Permanecer en Jesús no puede ser una actitud meramente pasiva o un simple abandono sin consecuencias en la vida cotidiana, siempre trae una consecuencia, siempre. Y permítanme proponerles — porque se está haciendo un poco largo esto [responden: “No!”] No van a decir que sí, así que no les creo— permítanme proponerles tres modos de hacer efectivo este permanecer, o sea que los puede ayudar a permanecer en Jesús.

1. Permanecemos en Jesús tocando la humanidad de Jesús:

Con la mirada y los sentimientos de Jesús, que contempla la realidad no como juez, sino como buen samaritano; que reconoce los valores del pueblo con el que camina, así como sus heridas y pecados; que descubre el sufrimiento callado y se conmueve ante las necesidades de las personas, sobre todo cuando estas se ven avasalladas por la injusticia, la pobreza indigna, la indiferencia, o por la perversa acción de la corrupción y la violencia.

Con los gestos y palabras de Jesús, que expresan amor a los cercanos y búsqueda de los alejados; ternura y firmeza en la denuncia del pecado y el anuncio del Evangelio; alegría y generosidad en la entrega y el servicio, sobre todo a los más pequeños, rechazando con fuerza El Papa Francisco en Colombia 68 la tentación de dar todo por perdido, de acomodarnos o de volvernos sólo administradores de desgracias. ¿Cuántas veces escuchamos hombres y mujeres consagrados que parece que en vez de administrar gozo, alegría, crecimiento, vida, administran desgracias, y se la pasan lamentándose, lamentándose de las desgracias de este mundo. Es la esterilidad, la esterilidad de quien es incapaz de tocar la carne sufriente de Jesús.

2. Permanecemos contemplando su divinidad:

Despertando y sosteniendo la admiración por el estudio que acrecienta el conocimiento de Cristo porque, como recuerda san Agustín, no se puede amar a quien no se conoce (cf. La Trinidad, Libro X, cap. I, 3).

Privilegiando para ese conocimiento el encuentro con la Sagrada Escritura, especialmente el Evangelio, donde Cristo nos habla, nos revela su amor incondicional al Padre, nos contagia la alegría que brota de la obediencia a su voluntad y el servicio a los hermanos. Yo les quiero hacer una pregunta, pero no me la respondan, se la responde cada uno a sí mismo: ¿Cuántos minutos o cuántas horas leo el Evangelio o la Escritura por día? Se la contestan. Quien no conoce las Escrituras, no conoce a Jesús. Quien no ama las Escrituras, no ama a Jesús (cf. San Jerónimo, Prólogo al comentario del profeta Isaías: PL 24,17). ¡Gastemos tiempo en una lectura orante de la Palabra! En auscultar en ella qué quiere Dios para nosotros y nuestro pueblo.

Que todo nuestro estudio nos ayude a ser capaces de interpretar la realidad con los ojos de Dios, que no sea un estudio evasivo de los aconteceres de nuestro pueblo, que tampoco vaya al vaivén de modas o ideologías. Que no viva de añoranzas ni quiera encorsetar el misterio, que no quiera responder a preguntas que ya nadie se hace y dejar en el vacío existencial a aquellos que nos cuestionan desde las coordenadas de sus mundos y sus culturas.

Permanecer y contemplar su divinidad haciendo de la oración parte fundamental de nuestra vida y de nuestro servicio apostólico. La oración nos libera del lastre de la mundanidad, nos enseña a vivir de manera gozosa, a elegir alejándonos de la superficialidad, en un ejercicio El Papa Francisco en Colombia 69 de verdadera libertad. En la oración crecemos en libertad, en la oración aprendemos a ser libres. La oración nos saca de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una experiencia religiosa vacía y nos lleva a ponernos con docilidad en las manos de Dios para realizar su voluntad y hacer eficaz su proyecto de salvación. Y en la oración, yo les quiero aconsejar una cosa también: pidan, contemplen, agradezcan, intercedan, pero también acostúmbrense a adorar. No está muy de moda adorar. Acostúmbrense a adorar. Aprender a adorar en silencio. Aprendan a orar así.

Seamos hombres y mujeres reconciliados para reconciliar. Haber sido llamados no nos da un certificado de buena conducta e impecabilidad; no estamos revestidos de una aureola de santidad. “Guai” del religioso, el consagrado, el cura o la monja que vive con cara de estampita, por favor, “guai”. Todos somos pecadores, todos necesitamos del perdón y la misericordia de Dios para levantarnos cada día; Él arranca lo que no está bien y hemos hecho mal, lo echa fuera de la viña, lo quema. Nos deja limpios para poder dar fruto. Así es la fidelidad misericordiosa de Dios para con su pueblo, del que somos parte. Él nunca nos dejará tirados al costado del camino, nunca. Dios hace de todo para evitar que el pecado nos venza y que después nos cierre las puertas de nuestra vida a un futuro de esperanza y de gozo. Él hace de todo para evitar eso, y si no lo logra se queda al lado, hasta que se me ocurra mirar para arriba, porque me doy cuenta que estoy caído. Así es Él.

3. Finalmente, hay que permanecer en Cristo para vivir en alegría: tercero, permanecer para vivir en alegría.

Si permanecemos en Él, su alegría estará con nosotros. No seremos discípulos tristes y apóstoles amargados. Lean el final de la Evangelii nuntiandi [Exhortación apostólica de Pablo VI], os aconsejo esto. Al contrario, reflejaremos y portaremos la alegría verdadera, el gozo pleno que nadie nos va a poder quitar, difundiremos la esperanza de nuestra vida nueva que Cristo nos ha traído. El llamado de Dios no es una carga pesada que nos roba la alegría, ¿es pesada? A veces sí, pero no nos roba la alegría. A través de ese peso también nos da la alegría. Dios no nos quiere sumidos en la tristeza –uno de los malos espíritus que se apoderaban del alma y que ya lo denunciaban los monjes del desierto–; Dios no nos quiere El Papa Francisco en Colombia 70 sumidos en el cansancio que viene de las actividades mal vividas, sin una espiritualidad que haga feliz nuestra vida y aun nuestras fatigas. Nuestra alegría contagiosa tiene que ser el primer testimonio de la cercanía y del amor de Dios. Somos verdaderos dispensadores de la gracia de Dios cuando trasparentamos la alegría del encuentro con Él.

En el Génesis, después del diluvio, Noé planta una vid como signo del nuevo comienzo; finalizando el Éxodo, los que Moisés envió a inspeccionar la tierra prometida, volvieron con un racimo de uvas de este tamaño [hace el gesto], signo de esa tierra que manaba leche y miel. Dios se ha fijado en nosotros, en nuestras comunidades y en nuestras familias, están aquí presentes y me parece de muy buen gusto, que estén los padres y las madres de los consagrados, los sacerdotes y seminaristas. Dios se ha fijado en nosotros, en nuestras comunidades y familias. El Señor ha puesto su mirada sobre Colombia: ustedes son signo de ese amor de predilección. Nos toca ofrecer todo nuestro amor y servicio unidos a Jesucristo, que es nuestra vid. Y ser promesa de un nuevo inicio para Colombia, que deja atrás diluvios –como el de Noé– de desencuentro y violencia, que quiere dar muchos frutos de justicia y de paz, de encuentro y de solidaridad. Que Dios los bendiga; que bendiga la vida consagrada en Colombia. Y no se olviden de rezar por mí, para que me bendiga también, gracias.