SEMANA: La conmemoración de los 40 años de la toma del Palacio de Justicia ha sido muy emotiva pero también muy polémica. Usted era muy pequeña cuando perdió a su papá, el magistrado auxiliar Emiro Sandoval. ¿Cómo se siente esta conmemoración cuando los recuerdos de este día deben ser tan esquivos?
Alexandra Sandoval: Sí, yo tenía 3 años cuando sucedió la toma y eso implica que no tengo ningún recuerdo exacto de ese momento. Pero sí crecí escuchando cómo vivió mi familia ese 6 y 7 de noviembre durante la toma. La conmemoración de los 40 años para nosotros, obviamente, es muy significativa para continuar la memoria no solo de quienes fueron ellos, sino también de lo que pasó, porque hoy hay generaciones enteras que no vivieron este momento. Y para insistir en los reclamos de verdad y de justicia que, a pesar de que han pasado 40 años y hemos avanzado mucho, siguen faltando.
SEMANA: A raíz de los trinos del presidente Petro, hoy hay una gran disputa por la verdad. En el caso de su papá, ¿cuál es esa verdad que ustedes han alcanzado a reconstruir?
A.S.: A mí me parece lamentable que sigamos en estas disputas de narrativas cuando hay hechos que no tienen duda. Mi papá era magistrado auxiliar del doctor Alfonso Reyes Echandía. Su oficina estaba en el primer piso del Palacio, pero ese día se encontraba junto al doctor Reyes en el cuarto piso y cayó allí como rehén del M-19. Del cuarto piso no sobrevivió nadie. Y, por eso, no tenemos testimonios, no sabemos y no vamos a tener nunca nadie que nos pueda contar cómo fueron sus últimos momentos. Tampoco tenemos la posibilidad, a partir de las necropsias, de tener certeza sobre a manos de quién murió, si del M-19 o de la fuerza pública, porque los cuerpos del cuarto piso además quedaron completamente incinerados. Pero hay hechos y momentos del Palacio que no tienen duda. Solo que llevamos años preguntándonos quién es más culpable.
SEMANA: ¿Y cuál es la respuesta a este debate?
A.S.: Yo les contestaría que los dos grupos. El M-19 que entró a sangre y fuego al Palacio, que entró asesinando, que tomó a civiles rehenes como a mi papá. Pero también el Ejército, la fuerza pública y los agentes estatales que tomaron una nueva decisión, que fue recuperar un edificio de manera desproporcionada con un uso de armamento que, hasta el día de hoy, nos sorprende. Todos hemos visto las imágenes de los tanques de guerra entrando al palacio, en el cual había civiles como rehenes. Entonces, realmente los dos actores armados son responsables y en algunos casos se va a poder determinar la bala de quién los mató o en los casos de los desaparecidos que salieron vivos y el Estado es el responsable de que hoy no aparezcan. En otros casos, como en el de mi papá, no vamos a poder tener ese tipo de certeza.
SEMANA: ¿Qué certezas han logrado alcanzar?
A.S.: La historia de mi familia es triste. A nosotros en 1985 nos entregaron un ataúd diciéndonos que esos eran los restos de mi papá. Y en el año 2016, casi 30 años después, se pudo determinar que lo que nos habían entregado eran los de aproximadamente tres personas, porque además era una mezcla y que ninguna de esas personas correspondía a mi papá. Eso quiere decir que mi papá estuvo desaparecido y que ese año nosotros no lo enterramos a él. El trabajo destacado de la fiscal Jenny Claudia de Almeida y de Medicina Legal nos permitió encontrarlo. Pero hay muchas familias que no tienen esa fortuna.
SEMANA: ¿Y dónde estaba el cuerpo de su papá?
A.S.: Había sido uno de esos cuerpos que fueron remitidos al Cementerio del Sur como NN. Y eso implicó que estuvo primero allí, después lo exhumaron, dio vueltas… estuvo hasta en la Universidad Nacional. Una prueba de ADN nos confirmó que era él. En 2018, finalmente, lo pudimos enterrar, tras una entrega digna y muy bonita que hicimos en su alma mater, el Externado.
SEMANA: Su mamá, Amelia Mantilla, también es una jurista muy prestigiosa, y ha sido una voz muy fuerte en el relato sobre la forma como, tras la toma, se buscó no dejar evidencias probatorias de lo que pasó. ¿Cómo logró ella ser una de las pocas personas que entró al Palacio cuando aún estaba en llamas?
A.S.: Mi mamá, después de que termina la toma el 7 de noviembre, más o menos hacia el mediodía, al igual que todas las familias, comenzó este periplo de empezar a buscar a mi papá. Después de ir a Medicina Legal y a los hospitales, llegó al Palacio. Allí vio cómo había la orden de no dejar ingresar a familiares. Ella era funcionaria de la Procuraduría y entró mostrando su carnet. Todavía se sentía el calor, la pavesa… mi mamá subió al cuarto piso buscando a mi papá. Y ahí vio los cuerpos calcinados totalmente irreconocibles. No fueron errores de identificación, sino actos voluntarios de darles unos cuerpos a ciertas familias y no dárselos a otras. Mi mamá pudo ver este horror de lo que había pasado y dos cosas muy clave: la forma cómo movían los cuerpos para eliminar las pruebas y luego ella vio cómo le echaron gasolina a los cuerpos. Esa labor de ocultamiento se hizo para que las familias y el país no supieran lo que allí había pasado.
SEMANA: Este ocultamiento derivó en situaciones tan dramáticas como las que vivió su familia. Hace casi 10 años, cuando se revela que la persona que ustedes enterraron no era su papá, usted ya era una abogada muy destacada. ¿Cómo fue sentirse víctima de nuevo?
A.S.: Yo siento que la vida me preparó para este momento y cuando esto pasó, yo había trabajado años en derechos humanos y había acompañado muchos procesos de exhumación. Fue muy duro porque nos quitaron la única certeza que teníamos y era su cuerpo. Y no tenerlo activa unos procesos mentales que son muy dolorosos: uno se pregunta si salió vivo, cómo lo mataron, dónde estará, qué le habrá pasado. En el dolor, el cerebro funciona de una manera tan particular y por eso la desaparición es tan devastadora.
SEMANA: ¿Se sabe quiénes eran esas tres personas que estaban en el ataúd que ustedes enterraron?
A.S.: No. Siempre he querido saberlo, pero hasta el momento esos tres perfiles genéticos no corresponden a alguien que se esté buscando, por decirlo de una manera técnica.
SEMANA: Hay algo que conmueve mucho de esta tragedia y es cómo los hijos de los magistrados, aun tras este dolor, tomaron el mismo camino de sus padres. ¿Por qué cree que usted no solo estudia derecho, sino que termina trabajando en la Jurisdicción Especial de Paz, esa apuesta tan trascendental para cerrar las heridas de la guerra?
A.S.: Yo me hago muchas veces esas preguntas: ¿por qué terminé de abogada y por qué en el Poder judicial? Y creo que tiene mucho que ver con el ejemplo no solamente de mi papá, sino de mi mamá. Porque ella también trabajó toda su vida en el Poder Judicial y fue la primera mujer presidenta del Consejo Superior de la Judicatura. Entonces tuve un gran ejemplo del amor por la carrera judicial. Después de la toma, el Poder judicial perdió muchas vidas. Yo de niña acompañé muchas veces a mi mamá a enterrar a sus amigos. Y siento que lo que nos ha salvado en Colombia de tantos años de violencia es la valentía de la rama.