El carnaval, esencia del barranquillero y del ser caribe, no se vivirá ni se gozará de forma masiva en 2021.
El carnaval, esencia del barranquillero y del ser caribe, no se vivirá ni se gozará de forma masiva en 2021. | Foto: César David Martínez

Cultura

La suerte de la parranda en los tiempos del coronavirus

Este género musical caribeño extraña el roce, el aplauso, el olor a sancocho y a licor, el ruido, la gente. Sus intérpretes y fanáticos por ahora se conforman con un remedo virtual y añoran las viejas fiestas.

29 de noviembre de 2020

Por Fausto Pérez Villarreal*

El aislamiento social provocado por la pandemia nos obligó a la virtualidad y corrobora una verdad de cuño: la jocundidad que nos proporciona el contacto piel con piel de la presencialidad es inigualable. Con o sin covid-19 podremos estar cautivos de la tecnología, ‘pegados’ varias horas al celular, el computador o la tableta, pero jamás lo disfrutaremos a plenitud, falta la magia que proporciona el mirar a los ojos al ser querido; escucharlo, abrazarlo y sentir su respiración.

Lo mismo ocurre en el universo musical. No importa el género, puede ser salsa, merengue, cumbia, champeta, vallenato, el que sea. “Estamos más ‘pegaos’ que el cartel de muerto. La pandemia nos ha dado duro. No nos queda otra opción que reinventarnos, explorar nuevas posibilidades”, sentencia el trirrey vallenato Alfredo Gutiérrez.

La parranda vallenata, que es parte de la identidad festiva del Caribe colombiano y, como dice el filósofo costeño Numas Armando Gil Olivera, “sintetiza la alegría que emerge del alma”, no es la excepción.

Es inconcebible un encuentro amenizado con la caja, la guacharaca, el acordeón y los versos y los cantos, sin el aliento cercano de los observadores estimulados por el licor. Las anécdotas y chistes, con estentóreas risotadas, son otros ingredientes sonoros que enriquecen la selecta aglomeración.

Blanco de las miradas de los efusivos asistentes que solo se limitan a aplaudir llenos de gozo al terminar cada canción, para el trío generador de armonía su única recompensa es la atención casi ceremoniosa, sin cuchicheo.

“Asistir a una parranda, para el que no es músico, es como estar en un estudio de televisión, pero al aire libre y sin cámaras: eso sí, cuando la música suena debe limitarse a mirar, sin hablar”, me dijo hace algunos años el folclorista Roberto el ‘Turco’ Pavajeu, en el espacioso patio de su casa, al frente de la Plaza Alfonso López de Valledupar, que ha sido epicentro de centenares de parrandas con reputados acordeoneros de la región.

En el entorno parrandero, el baile de parejas constituye un irrespeto. La parranda es un disfrute visual, claro está, complementado con un asado o a lo sumo con un suculento sancocho. ¡Parranda sin licor y sin comida no es parranda, carajo!

Una sopa fría y virtual

Ahora, en medio del confinamiento y ante la prohibición de los eventos masivos, esta ha migrado a las plataformas digitales al igual que las sesiones académicas, los congresos y toda suerte de reuniones frente a un numeroso público. “La parranda es sinónimo de colectividad, de expresión pura, de goce que solo se vive y se siente participando en ella, bien sea como protagonista de la misma o como simple observador. No se disfruta ni por televisión ni por internet. De manera virtual es como una sopa fría y desabrida, sin presa ni vitualla”, asegura el juglar Adolfo Pacheco Anillo, quien se autodefine como un “parrandero de siete suelas”.

Pero la vida continúa, “pa’ lante la cruz, que el muerto hiede”, dice un viejo refrán muy conocido en las comarcas caribeñas; y este, de alguna manera, tiene algo que ver con la célebre frase “Yo soy yo y mis circunstancias”, del filósofo español José Ortega y Gasset, quien resume la creencia de que el ser humano social no puede ser aislado de sus circunstancias.

El mundo cambió y hay que amoldarse a la virtualidad, como ha sucedido en festivales de toda índole, encuentros de poetas, de cantantes, reuniones de decimeros y ferias.

El carnaval, esencia del barranquillero y del ser caribe no se vivirá ni se gozará de forma masiva en 2021. Para quienes han hecho de esta celebración un negocio, o sustentan su economía, el impacto monetario será severo. Según la cifras suministradas por el presidente de la intergremial, Efraín Cepeda, durante las carnestolendas de 2020, incluidos el precanaval y los cuatro días de la fiesta, se movilizaron 405 millones de pesos. Esa cifra quedará como una lejana referencia cuando se dé apertura a las celebraciones del febrero próximo. En cambio, los moradores de la cuadra, del barrio, podrán reencontrarse con una tradición que parecía extraviada en los confines del olvido.

Alfredo Gutiérrez, único mortal en la historia del Festival de la Leyenda Vallenata en ser coronado rey en tres ocasiones, asegura que uno de sus recuerdos más añorados es el verse debajo de un frondoso árbol, en el patio o traspatio de una casona techada de palma, bien sea en las sabanas de Bolívar o del viejo Magdalena, ambientada con olor a leña quemada.

“Parranda es parranda donde sea, pero rodeada de amigos –dice Alfredo–. Con esto del coronavirus, de los tapabocas, del evitar las aglomeraciones, nosotros los músicos, que vivimos en gran medida de los eventos multitudinarios, nos hemos visto precisados a reinventarnos, a dar conciertos y, en mi caso, parrandas virtuales a través de las redes sociales. Pero debo decir que esta nueva vivencia, en lo que a mí atañe, no es totalmente placentera. Además de que me he visto muy golpeado en las finanzas, yo sí echo de menos a mi público, porque el público es mi esencia, mi inspiración y yo me debo a él”.

El coronavirus cambió nuestras costumbres y el modo de vida. A muchos músicos transmisores de alegría, que aún no se acostumbran a la no interacción con los espectadores, que sienten la ausencia del clamoreo y de los atronadores aplausos, no les queda otra alternativa que introducirse en ese ámbito de poner a gozar a la gente sin palpar lo que esta siente.

*Periodista e investigador cultural.