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La asignatura pendiente del cine colombiano: el público

El cine colombiano pasa por un gran momento: no solo crece en cantidad y calidad, sino que sus historias reflejan la complejidad y la diversidad del país. Pero aún busca más espectadores.

3 de febrero de 2018

No hay duda de que en los últimos años el cine colombiano muestra sus avan-ces. Eso se nota al ver la programación de las salas de cine, su presencia en los festivales internacionales y los premios que obtiene en muchos lugares del planeta.

Las películas nacionales logran reconocimientos importantes, como la nominación al Óscar de El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra; y la normatividad del país apoya esa industria, con la Ley del Cine y la creación de Proimágenes, el fondo para el desarrollo cinematográfico.

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La diferencia se nota: si hace dos décadas se estrenaban 2 o 3 cintas colombianas cada año, en 2017 se estrenaron 42. Es decir, hacer cine en Colombia, aunque difícil, ya no es imposible. Eso ha llevado a los cineastas a producir una gran variedad de historias en múltiples formatos y temáticas: comedias, dramas, conflicto, películas románticas, documentales, relatos urbanos y rurales, y hasta cintas de terror.

También ha aumentado la calidad. Como explica Nicolás van Hemelryck, uno de los creadores de Casatarántula, una productora colombiana de documentales, “gracias a Proimágenes hay un ejercicio cuidadoso de gestión y promoción que se ha ido perfeccionando con el paso de los años y ha profesionalizado la industria en todas las etapas de hacer una película”.

En medio del buen momento, sin embargo, aún hay grandes retos. El más importante es que muchos de los filmes aún encuentran un cuello de botella en la distribución, no convocan mucho público y, por eso mismo, no duran lo suficiente en las pantallas.

De las 42 cintas nacionales estrenadas el año pasado, solo 1 logró pasar del millón de espectadores (El paseo 4) y 5 estuvieron por encima de los 250.000 (ver recuadro). El tema es más complicado con las películas independientes, aquellas que se arriesgan a contar historias diferentes.

X-500, de Juan Andrés Arango, que participó en el Festival de Cine de Toronto, por ejemplo, convocó 5.862 espectadores, y Pariente, de Iván Gaona, seleccionada por Colombia a los premios Óscar, tuvo 8.797. En comparación, 55.916 personas vieron una película extranjera como La forma del agua, solo en su primera semana.

Muchos piden no generalizar. “No se puede hablar de cine colombiano como una categoría o como un género. Acá hay muchos tipos de películas y cada una tiene su público”, dice Claudia Triana, directora de Proimágenes. En todo el mundo –incluso en Estados Unidos– es normal que las cintas independientes tengan menos público que las comedias, las de terror o las de acción.

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Los realizadores, sin embargo, sí sienten que muchas de sus historias podrían llegar a más gente. “Todos esperamos hacer una película taquillera que recorra el mundo”, cuenta Miguel Salazar, director de Ciro y yo, un documental alabado por la crítica que hasta el miércoles de la semana pasada había convocado a 3.593 espectadores en salas de Bogotá, Medellín, Pereira y Villavicencio.

Hay varias teorías para explicar por qué filmes colombianos no convocan aún mucho público. Algunos creen que hacen falta esfuerzos adicionales a la hora de distribuir y de exhibir. Es cierto que Cine Colombia, la distribuidora y exhibidora más grande del país, tiene una política que les abre espacios a los directores colombianos y los apoya a la hora de mostrar sus películas. Algunos realizadores, de hecho, creen que sin ese apoyo sus cintas no se hubieran proyectado nunca en una sala de cine comercial.

Aun así, la mayoría de las películas colombianas llegan solo a Bogotá, Medellín, Cali o Barranquilla, en teatros seleccionados. Eso depende, por supuesto, del tipo de cinta. Armero, de Christian Mantilla, con un tema de trascendencia nacional, estuvo en 55 ciudades y en 107 salas, mientras que Señorita María, un documental de Rubén Mendoza, llegó a 14 ciudades y a 18 salas. Otro tema es el tiempo que duran en cartelera. Si no asiste mucho público, pierden salas o salen muy pronto.

Aunque pueda parecer arbitrario, no lo es tanto: el cine es un negocio y las empresas tienen que generar rendimientos. Además, las cintas colombianas no solo deben competir entre ellas, sino con las que vienen de Europa y, sobre todo, de Hollywood. El año pasado, por ejemplo, los distribuidores estrenaron en Colombia 322 películas que tuvieron que pelear un lugar durante las 365 semanas del año.

Por eso, más que poner cuotas para las cintas colombianas o fijar por ley tiempos mínimos de exhibición en pantalla –como proponen algunos–, la mayor parte de los realizadores hablan de fortalecer los canales alternativos de distribución. “El público sí existe, pero hay que encontrarlo en otro lado: en las regiones, en las universidades”, propone el crítico Pedro Adrián Zuluaga.

En ese sentido, algunos productores y directores de documentales se unieron en una plataforma (DCO:CO) que, entre otros, pretende crear una agencia de promoción y distribución para mover las películas independientes de Colombia y América Latina por canales que las acerquen al público: internet, televisión por cable, plataformas en streaming o festivales. También el Ministerio de Cultura tiene una política para apoyar esos canales alternos y coordina una plataforma online, llamada Retina Latina, en la que participan otros países de la zona y donde los agentes de la industria intercambian películas e información.

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Pero no todo corresponde a los exhibidores. Van Hemelryck, por ejemplo, cree que muchos productores dejan las películas abandonadas al entregarlas al distribuidor, y no están detrás de las alianzas y las estrategias para distribuirlas. “Con ‘Amazona’ (un documental) nosotros tuvimos la suerte de contar con asesores en talleres de varias partes del mundo que siempre recalcaron la importancia de pensar en la promoción y el mercadeo desde el comienzo”.

Otros, como Salazar, piensan que también los cineastas deben repensar el tipo de historias que cuentan: “Tal vez al cine colombiano le falta pensar más en el público. Acá muchas veces se hace un cine muy autocomplaciente con los deseos del director, pero a mí me encantaría que también funcionara pensando en el mercado y en ser rentable”.

Otra parte recae en el público. Hace 20 años, los espectadores tenían la percepción general de que el cine nacional era malo y que había que verlo “por patriotismo”. Aunque hoy ya no es así, sí persiste cierto estigma sobre la calidad y las temáticas.

Pero ya hay avances. El año pasado, por ejemplo, 2 documentales –un formato que normalmente lleva de 5.000 a 9.000 personas a las salas– alcanzaron cifras interesantes: Señorita María, de Rubén Mendoza, logró 40.353 espectadores y Amazona, de Clare Weiskopf, 32.460. Esos números hacen creer que lo mejor está por venir.