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“Somos calentura”, Jorge Navas

El director de “La sangre y la lluvia” regresa con más experiencia y con su talento visual para narrar una historia sobre la juventud actual de Buenaventura, en la que se conjuga realidad y ficción a la manera que él sabe hacerlo. Una película indispensable de ver y que es un indicador del buen nivel del cine colombiano del momento.

Gustavo Valencia (*)
11 de octubre de 2018

Una de las tantas ventajas y consecuencias positivas de que se esté produciendo cine en el país, de forma incesante y constante como sucede en los últimos años, es que necesariamente su labor y diferentes oficios se desarrollan más, se especializan más, lo que significa que con cierta celeridad mejoran mucho en su calidad. Esto es lo que viene ocurriendo con la concepción y escritura de guiones. Se aprecia el buen nivel que película a película está adquiriendo el guión, su estructura y desarrollo, lo cual resulta muy favorable para el cine colombiano, más si se tiene en cuenta que este era uno de los puntos menos fuertes y además muy influenciados por la televisión.

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Algunos eran guiones con historias algo incoherentes, sin mayor estructura del relato, dentro del campo fácil del estereotipo, con personajes llenos de clichés e irreales. Por tanto, registrar el plausible acontecimiento de que cada día se hacen más y mejores guiones, con conceptos cinematográficos y más independientes de la pantalla chica, es un hecho que indica un crecimiento en lo fílmico y que augura buenas realizaciones para el futuro inmediato. Además de ser una gran noticia para los amantes del buen cine.

Con “Somos calentura” se confirma la realización de un buen guión, de una historia que por su buena concepción se convierte en todo un documento real y cierto sobre una olvidada y casi desconocida población del país, el puerto de Buenaventura, que en las ciudades y metrópolis del país es conocida más por los simples estereotipos de gente pobre, corrupción, narcotráfico y nada más. La película es una gran puesta en escena de la vida social y cultural de su actual juventud y de sus medios de distracción, y si se quiere de escapismo, que se convierte en el eje mismo de la narración, construida a partir de unos jóvenes bailarines que para subsistir en el día a día están listos para cualquier posibilidad de obtener dinero.

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Música y baile como algo vital en la vida de esta población, una especie de identidad la que se refleja en estas diversas expresiones artísticas de la música afrocolombiana del Pacífico. Así resulta mérito de la producción y de su rodaje, pues buena parte de su puesta en escena sucede en una especie de auditorio con mucho público, o sea, muchos extras, donde se lleva a cabo no sólo un concurso de baile, sino también diversos acontecimientos de los protagonistas. Registro fílmico con muchos recursos visuales de baile y música, algo más a fondo de lo que le dejó a su director la experiencia al respecto en “La sangre y la lluvia” con unas breves secuencias de esta índole.

Saber captar en imágenes no sólo ambientes físicos, sino sociales, poderlos recrear visualmente es otro de los méritos de esta producción. Como, por ejemplo, la dureza de esa vida cercana a la miseria o el escaso afecto mutuo que produce el sobrevivir a duras penas, es lo que se filtra entre imagen e imagen, sin ser explícito, hace parte casi que de la misma puesta en escena. No hay porno miseria, ese drama, más bien melodrama que explota la situación de pobreza y es su único recurso para construir un relato y que en una época fue la nota predominante. En eso sí que, por fortuna, el cine nacional ha podido avanzar y mucho.

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Entregar lo que hay, lo que existe sin modificarlo, como simple registro fílmico de lo que vive una comunidad y su sector juvenil. Lo popular registrado en sus manifestaciones de recreación en el que el baile juega un papel determinante, tanto así que se convierte en el elemento aglutinante y característico de una idiosincrasia que tiene raíces ancestrales de vieja data, que se conserva en su actualizarse a los ritmos modernos, manteniendo a su vez instrumentos autóctonos.

Los personajes del director Jorge Navas pertenecen por lo general a la vida nocturna, ya sea de una metrópoli como Bogotá, tan variopintos y distintos que muy bien captó en “La sangre y la lluvia”, o los de esta ocasión de un olvidado y pobre puerto del litoral pacífico. Y también en este universo del director figura y resalta lo erótico y lo sensual que captó tanto en su anterior realización, como en esta que es otra cultura al respecto y muy distinta a la de una gran ciudad. Aunque sea de otra índole y diversidad, de todas formas, su lente siempre las sabe captar y plasmar en diversas secuencias de sólo imagen, de buscar el mejor plano o enfoque para lograr la mejor expresión visual de todo ello.

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Son todos estos elementos, no sólo los técnicos y los del guión, que de por sí son muy destacables, sino los de poder representar de manera muy cinematográfica características propias de la gente del país, de sus costumbres, de su folclor, de su vida diaria, de su pobreza y su riqueza; todo un conjunto que entrega una buena realización con sabor a cine colombiano, sin importar que todavía no haya una industria fílmica consolidada. Algo muy atípico, aunque resulta muy posible dada las mil unas variantes que ocurren actualmente en el cine a nivel nacional y mundial.

(*) Crítico de cine