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Así se ve ‘La vorágine’ como novela gráfica

Óscar Pantoja y José Luis Jiménez se atrevieron a ilustrar la obra magistral de José Eustasio Rivera. Ahora, entre viñetas y dibujos, la invitación es para que los jóvenes la conozcan.

1 de abril de 2017

Se pueden ver los detalles, las formas de los árboles, los trazos de las nubes y hasta la fuerza del viento. Al principio, la luz golpea con fuerza, luego el negro comienza a comerse las páginas. Así es la metamorfosis que sufre el personaje principal –la selva– en la versión gráfica de La vorágine, original de José Eustasio Rivera, adaptada por Óscar Pantoja e ilustrada por José Luis Jiménez.

“La selva termina convertida en un monstruo oscuro porque el hombre la convirtió en eso”, dice Pantoja, para explicar la crudeza de una historia que registra la fiebre por el caucho y la esclavitud en los llanos y la selva amazónica.

Si obras como El diario de Ana Frank o El capital, de Karl Marx, se convirtieron en novelas gráficas, Pantoja y Jiménez se preguntaron por qué no podría cobrar vida a través de ese formato un libro tan descriptivo y casi cinematográfico como La vorágine, escrito en 1924, y caracterizado por su poesía barroca y recargada.

En un principio, y durante mucho tiempo, todas las novelas fueron ilustradas. “Hay que recordar que a Dickens se le exigía plegarse a las indicaciones del ilustrador que la editorial tenía para sus libros”, dice Jorge Iván Parra, excrítico de libros en El Tiempo. Y es que esta modalidad resurge en épocas modernas, según explica, ya que la cultura actual depende mucho de la imagen y las editoriales están cayendo en cuenta de ello.

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“Hay que reinventar los clásicos cada tanto porque si no se quedan estancados en el tiempo”, decía el escritor argentino Ricardo Piglia. Y esa fue, justamente, la apuesta de Resplandor Editorial con su primer trabajo, el libro de Rivera. En noviembre del año pasado salió a la venta y sus 1.000 ejemplares se agotaron en poco tiempo. Por eso ya programaron imprimir un nuevo tiraje, ahora de 2.000 copias.

La idea estuvo escondida en la biblioteca de Pantoja durante años hasta que su vocación por la docencia y las letras lo llevaron a desempolvar este clásico. Y aun sin saber cómo traducirla al lenguaje gráfico, se atrevió a proponerle la idea a Neil Romero, quien al principio dudó pero no tardó mucho en notar que se trataba de un proyecto que le daría vuelo a su editorial.

Desde 2013, cuando la Corte Constitucional reconoció al cómic como un producto cultural –antes soportaba onerosos impuestos–, un importante número de editoriales independientes le apostaron a crear nuevas historias en un formato olvidado en el país. A partir de entonces grandes de la literatura, como García Márquez, o temas coyunturales, como el conflicto armado colombiano, cayeron en manos de guionistas e ilustradores.

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Fellini afirmaba que el cómic era la forma más económica de hacer cine. Y la obra de Rivera, plena de descripciones e imágenes, era perfecta. Pantoja la adaptó, luego de leerla tres veces y de consultar archivos. La volvió suya no solo en el momento en que decidió transformarla en cómic, sino también cuando optó por anexarle un final y omitir el epílogo.

José Luis Jiménez nunca la había leído cuando empezó a dibujarla. Pantoja le sugirió no hacerlo durante el proceso para que fluyera en él simplemente lo que el guion le despertaba. No obstante, conforme avanzó con su trabajo, no se aguantó y devoró el libro que le regaló su madre. “Es la experiencia más íntima que he tenido con una obra literaria”, recuerda. Poco después, le añadió algunos elementos y con ello logró lo que él y muchos otros llaman “una justicia poética”.

En el proceso intervino también Paula Andrea Ávila, su investigadora visual. En el ejercicio de encontrar los referentes –que Pantoja describía y Jiménez debía dibujar–, recuerda que lo más difícil era, por un lado, no caricaturizar a los personajes y, por el otro, encontrar imágenes que hablaran de los eventos violentos, tan propios de la obra. “No centrarse en el morbo ni en imágenes grotescas fue complicado. Teníamos que encontrar el lado artístico y lo valioso de cada escena que la historia quería contar”, dice Ávila.

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Detrás de la imagen de los personajes de la novela hay facciones de actores famosos: en Arturo Cova hay rasgos del actor Keanu Reeves (Matrix) y Clemente Silva es reflejo de Adrien Brody, el protagonista de El pianista.

Algunos dirán que es irrespetuoso transformar a la original y única Vorágine a “simples dibujitos”. Pero se trata de otro lenguaje, como afirma Pablo Guerra, editor jefe de Cohete Cómics: “Hay gente que no le pone atención a lo que cuentan las ilustraciones y se pierde buena parte de los matices y del mensaje”.

Por eso, quienes hacen novela gráfica en Colombia coinciden en la necesidad de emprender un trabajo de pedagogía, además, porque “a muchos de los que pasan de 50 años les cuesta aceptar este tipo de formato con seriedad, ya que lo consideran infantil”, recalca Romero. Para darle el valor que merece a la novela gráfica, entonces, es urgente romper el estereotipo que la convierte en algo trivial.

Desde su experiencia como maestro de español y literatura, entiende, además, que los jóvenes sí leen, pero que la escuela les está dando los libros equivocados. Y en eso, la versión gráfica de La vorágine cumple un papel importante: varios de sus estudiantes decidieron ir a la obra original para profundizar en algunos temas que Pantoja y Jiménez no tocan con detalle.

Sobre esta técnica de conquista literaria, John Naranjo, de Rey Naranjo, sostiene que “el cómic es una herramienta de educación, de formación de lectores, que las bibliotecas y colegios ya están aceptando”. Asimismo, agrega que los profesores y promotores de lectura empezarán a divulgar estos productos en cuanto comprendan el beneficio de leer con imágenes.

Aun así, no todos están listos para asumir el reto. En las universidades, como cuenta Parra, la solemnidad y el rigor, muy mal entendidos, les cierran las puertas a estas posibilidades didácticas y pedagógicas.

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Lo que hay

A Colombia le hacía falta renovar el lenguaje de su historia. Y ahora que la novela gráfica es parte del Plan Nacional de Lectura y Biblioteca, y de otras iniciativas gubernamentales de estímulos y becas, el panorama es mucho más alentador. Desde la óptica de Daniel Jiménez, director del festival Entre Viñetas, “en los últimos diez años, muchos autores, ilustradores y editores pusieron en sintonía su ambición creativa para apostarle al cómic como formato”. Así vale la pena destacar trabajos como Gabo: memorias de una vida mágica, Tanta sangre vista y Rulfo, una vida gráfica, de Editorial Rey Naranjo; Caminos condenados y Elefantes en el cuarto, de Cohete Cómics; Powerpaola, de La Silueta; y Los once, de Laguna Libros.