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SEDUCCION Y PODER

Para J. Baudrillard, la mujer seduce haciéndo creer que es seducida.

22 de abril de 1985

"De la seducción". Jean Baudrillard Ediciones Cátedra. 170 páginas Madrid, 1984.
Una de las tesis más controvertidas del recientemente fallecido Jacques Lacan era aquella de que la mujer no existía. La mujer no pasaría de ser mera apariencia, esto es, viviría en la ilusión de un dominio de lo irreal. Pero una tal condición ilusoria tendrá que haber nacido de un sueño milenario de la cultura humana y no de una mera alucinación del hombre. Eternamente, desde los inicios de la cultura humana, la mujer ha manejado una estrategia fatal: la del genio maligno de la seducción. Mientras el hombre reinaba en la producción como homo faber, la mujer hacía suyo el terreno de la seducción. Poder de la irrealidad más no poder irreal: "la seducción es más fuerte que el poder, porque es un proceso reversible mientras que el poder se cree irreversible como el valor y como él acumula".
El poder masculino ha girado siempre alrededor de lo real, de la hiperrealidad del fabricante de objetos que acumula materia muerta, cuerpos muertos, lenguaje muerto. Entre tanto lo femenino se mueve -como el oscuro objeto del deseo- sobre algo intangible: "la seducción no es del orden de lo real, nunca es del orden de la fuerza ni de la relación de fuerzas". Pero justamente por eso envuelve todo el proceso real del poder así como todo el orden real de la producción. Más aún, sin este genio maligno de la seducción no habría poder ni producción. Nuestro siglo que sufre la seducción de ídolos tales, el oro y el poder diluído hasta en las relaciones sexuales, sufre igualmente su desencanto. No hay nada peor que el desencanto del poder, de la economía y del sexo, consumidos poco a poco como energías irreversibles.
Frente al culto de lo erótico, la erotomanía moderna, lo que está en juego ahora es una demanda de amor, de afecto, de amor pasional renace así en toda su intensidad lo lúdico del juego amoroso liberado de esa lógica acumuldora del placer por el placer. Hoy se prefiere la forma dual de la pasión al exagerado pathos de lo sexual. "Inyecta la menor dosis de reversibilidad en nuestros dispositivos económicos, políticos e institucionales y todo se derrumba inmediatamente", exclama el autor.
La seducción no sólo es más fuerte que el poder sino aún que la misma producción. Y también más fuerte que la sexualidad con la cual no hay que confundirla nunca. La sexualidad ha devenido en el reino de producción y de poder como una mera relación de fuerzas -las relaciones sexuales a secas- e intenta de este modo exterminar la seducción para implantarse en la única economía de las relaciones de deseo. Ante esta grosera exageración de lo puramente sexual donde los objetos de consumo son enunciados y anunciados como objetos de goce genital, la seducción muere a esa realidad y se produce como ilusión.
Aquí radica la fuerza de la mujer seductora: manejar la más fatal de las estrategias, fabricar ilusiones y mitos fascinantes, mientras el poder masculino sólo sabe fabricar signos reales confinados al reino de la producción de valores de uso como su ilusión fundamental. Su realismo fracasa ante el encanto del genuino goce amoroso, único capaz de salvarlo fantásticamente de su realidad burda.
El hechizo de lo femenino ha reinado siempre en toda la historia precisamente porque se ha movido en el horizonte sagrado de las apariencias. Parece un engaño que sólo pudiera inscribirse en el cielo, pero que no por ello tiene menos fuerza. "Pues todos buscamos la gracia de un destino insensato, cada uno tiene confianza en el encanto y la fuerza que provendrán de una coyuntura absolutamente irracional. Por encima de creencias e ilusiones el engaño es en cierta medida el reconocimiento del poder sin límites de la seducción... ni conciente ni inconcientemente el engaño se representa enteramente y se basta a sí mismo". La mujer por eso tiene poderes de maga, esto es, eficacia simbólica. El encanto de su fuerza consiste en jugar a la impotencia dentro de lo real pero manteniendo firmemente asidos los hilos de lo simbólico pese a que no persiga su desciframiento ni su creencia. Su secreto reside en jugar al enigma: convertirse en el eterno enigma jamás descifrado que, a la manera del "Diario de un Seductor", demande de su seductor que él mismo se convierta en un enigma para ella.
En una palabra la mujer seduce haciendo aparecer que está seducida. Ser seducida es su mejor manera de seducir. Así traza los ritmos, los tiempos o los ciclos del amor apareciendo simplemente como objeto de un proceso secreto y ritual, "una especie de iniciación que sólo obedece a sus propias reglas de jugo". Tal es su desafío: enloquecer a otro u otros en una "especie de relación loca" donde nadie que está vivo escapa. Aquí sólo están muertos aquellos para quienes ya no resuena ningún eco seductor. Así "vivimos en la seducción y morimos en la fascinación". Y frente a la fría seducción del oro y de sexo, la gran seducción comienza de nuevo. Desde su trono la mujer domina la escena y aparece solo como objeto a seducir cuando se hace el sujeto de la seducción, la única seductora.

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