
Opinión
De la acumulación de respuestas a la caza de contexto: cómo debe cambiar la educación en la era de la IA
No debemos competir con la IA en velocidad; debemos superarla pensando en lo desconocido que no puede intuir.
Antes de la imprenta, la escasez definía el conocimiento: guardianes, difusión lenta y un juego de suma cero en el acceso. Internet invirtió ese guion. Ahora vivimos en la abundancia: información al alcance de la mano, pero la abundancia sin navegación se convierte en ruido. Los optimistas indefinidos celebran el acceso sin restricciones, pero demasiados datos sin contexto generan complacencia, cámaras de eco y mediocridad, no avances.
Durante siglos, entrenamos a las personas como máquinas: memorizar, regurgitar, aprobar el examen. Esa era ha terminado. En la era de la IA, la velocidad y el recuerdo se han convertido en commodities. Las máquinas son las especialistas definitivas: ingieren océanos de datos, los procesan en segundos y devuelven respuestas precisas. Lo que importa ahora no es tener hechos —cualquiera puede invocarlos—, sino formular las preguntas correctas y crear el contexto que hace que las respuestas tengan sentido. Esto no es incremental; es un cambio sísmico hacia una educación que construye creadores, no copiones.
Dos ecuaciones cortan el ruido
Valor = Información × (Contexto)^2. La información cruda sin contexto es como una pieza de rompecabezas sin la caja. El contexto multiplica el significado; elevándolo al cuadrado, el insight se vuelve transformador.
Datos = Información × (Ruido)^2. El torrente de datos actual se amplifica por el ruido —desinformación, sesgos y fricciones irrelevantes— que se eleva al cuadrado y ahoga la señal en la confusión.
¿Cómo actuamos en este panorama? Piense como un detective: primero, “cura” los datos —elimina el ruido para revelar hechos verificables—. Segundo, caza el contexto: las reglas, suposiciones, incentivos e historia que le permiten colocar los hechos en un marco funcional. La primera tarea es higiene; la segunda es creativa, estratégica y exclusivamente humana. No debemos competir con la IA en velocidad; debemos superarla pensando en los desconocidos que no puede intuir.
Richard Feynman va al grano. Demolió la memorización superficial e insistió en comprender los principios. Su método —explicar algo como si se lo enseñaras a un niño, encontrar las brechas, simplificar— te obliga a reconstruir el conocimiento desde los primeros principios. “Lo que no puedo crear, no lo entiendo”, dijo. En una era en la que la IA posee las respuestas, la técnica de Feynman nos dirige a perseguir preguntas que revelen contexto y estructura causal: las mismas cosas que elevan al cuadrado la ecuación del valor.
Isaac Asimov vio partes de esto venir. Predijo el aprendizaje personalizado y autodirigido a través de computadoras mucho antes de que los tutores de IA fueran posibles. Más importante aún, advirtió que “la ciencia acumula conocimiento más rápido de lo que la sociedad acumula sabiduría”. Necesitamos sistemas que filtren el conocimiento en sabiduría; necesitamos aprendices que sepan cómo separar la señal del ruido y convertir la información en trabajo práctico y creativo.
Reencuadrando el riesgo: de amenaza a información
Tomar riesgos es fundamental para la educación real. Todo el concepto de riesgo está completamente equivocado en las sociedades occidentales. El riesgo se asocia con fracaso, pérdida, volatilidad y accidentes. Sin embargo, el riesgo no es eso. El riesgo es un desafío: algo que no conoces, donde hay nueva información en el sistema y una oportunidad para entender un nuevo contexto. Si construimos un equipo capaz de entender este nuevo contexto, podemos monetizar este desafío; si no, perdemos. Sin embargo, aún ganamos algún tipo de información, y si lo intentamos suficientes veces, terminaremos monetizándolo. Si no hay desafíos, no hay espacio para el aprendizaje.
Esa es la razón por la que creo que invertir es fundamental en cualquier programa educativo.
