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Los tres hermanos se conocieron en 1980 por pura casualidad cuando tenían 19 años.

DOCUMENTAL

‘Los Victorinos’ gringos

El documental ‘Three Identical Strangers’ cuenta la increíble historia de los trillizos separados al nacer que se encontraron por accidente a los 19 años, establecieron una conexión y luego descubrieron la macabra razón de su circunstancia.

30 de junio de 2018

La producción de RTI Cuando quiero llorar no lloro, conocida como Los Victorinos, agitó a los televidentes colombianos en 1991 con su relato crudo y desgarrador. Inspirada en la novela homónima (de 1970) del venezolano Miguel Otero Silva, la serie narró la historia de tres hombres bautizados con el mismo nombre, nacidos el mismo día en familias de distintos estratos sociales, que cumplieron una profecía que los destinaba a morir cuando, ya adultos, coincidieran en el mismo lugar.

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Varios años antes, la vida real confeccionaba una versión aún más extraña de esa historia. Comenzó en 1961, cuando en Long Island, Nueva York, una adolescente dio a luz a trillizos idénticos. Había quedado embarazada en una noche de prom pasada de tragos y no pretendía criar a los pequeños, por lo que los entregó en adopción. Por motivos que solo quedaron claros años después, la agencia de adopción Louise Wise Services, que ya no existe, los separó y los ubicó en familias diferentes en un radio de 60 kilómetros de distancia. Lo que vendría luego supera a la ficción.

El director británico Tim Wardle escuchó la historia en 2013 y no dudó en llevarla a la pantalla grande. “Con el tiempo uno se vuelve cínico cuando le proponen historias, pero supe que esta era la más impresionante que había escuchado y la tenía que hacer”, aseguró en el programa The Business de la cadena KCRW. Muchos directores famosos sonaron para dirigirla, pero Wardle mantuvo el control del proyecto.

El británico sabía que en los años ochenta y noventa al menos tres producciones apuntaron a contar la historia en televisión, pero por presiones externas nunca salieron al aire. Los interesados en mantenerla en un bajo perfil contrataron firmas de relaciones públicas y bufetes de abogados para presionar a los canales y apagar los proyectos, y lograron su cometido hasta ahora. Wardle, un extranjero lejano de las presiones, estrenó su película en el Festival de Sundance en enero, y el viernes la lanzó en Estados Unidos. De ese modo se conocieron las razones por las cuales algunos no querían que saliera a la luz.

Feliz accidente

Bobby Shafran tuvo un primer día surrealista en el Sullivan Community College. Aunque nunca había estado ahí, la gente lo saludaba y parecía reconocerlo. Los atletas le pedían ‘choque esos cinco’ y una que otra mujer le daba piquitos y le hacía guiños. El joven de 19 años sintió que había llegado al cielo, pero todo cobró sentido cuando un compañero de residencia le explicó la situación: era igualito a Eddy Galland, un buen amigo suyo que había estudiado ahí el periodo anterior, que había causado verdadera sensación en el campus, pero no había regresado. Y el roomie lo sorprendió aún más al preguntarle si era adoptado. Cuando Shafran le contestó que sí, le dijo “¡tienes un gemelo!”. Bobby no pudo evitarlo: manejó por horas hasta encontrar a Galland. Y cuando lo vio no lo dudaron. Eran hermanos.


El primer encuntro se dió entre solo dos de ellos sin pensar que existia un hermano más. 

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La historia del reencuentro de los gemelos idénticos, 19 años después de nacer, llegó a las primeras planas y dio pie a una sorpresa aún mayor. Cuando el también universitario David Kellman y su familia adoptiva vieron la fotografía de los gemelos en el periódico local, quedaron atónitos. Eran exactos a David. Se trataba de trillizos idénticos.

Cuando los padres de estos tres muchachos los recibieron en adopción no sabían de sus hermanos idénticos. Lo único raro que recordaban era que cuando les entregaron a los niños en adopción, les pidieron a cambio aceptar que formaran parte de un estudio “rutinario” sobre desarrollo infantil. Nada que les indicara la verdadera situación.

Los usaron como ratas de laboratorio en un experimento dañino y éticamente reprochable.

Los trillizos sintieron electricidad inmediata desde que se encontraron, en 1980. Disfrutaron de la compañía mutua, de sus gustos en común, de lo que habían vivido y de lo que venía. Los medios los entrevistaron, vivieron sus 15 minutos de fama, hicieron rondas en talk shows, y por petición de la directora, salieron en la película Desperately Seeking Susan, protagonizada por Madonna. Se mudaron juntos a un departamento en Queens donde en un comienzo todo era alegría. Uno que otro día paraban el tráfico, caminando juntos por la calle. En 1988 incluso abrieron el restaurante Triplets en Soho, un éxito en su momento.


En su mejor momento, los trillizos abrieron el restaurante Triplets, pero años despues cerró porque la relación entre ellos se amargó. Foto: AP

El experimento

Pero los padres adoptivos no se quedaron quietos, pues había algo irregular en que la casa de adopción hubiera separado a los trillizos. Fueron a esa oficina en busca de respuestas, pero sus directivos contestaron con evasivas, y argumentaron débilmente que era difícil ubicar a tres niños en un solo hogar. El padre de Kellman les contestó indignado que sin problema alguno los hubiera recibido a todos. Por lo visto, el agua iba por otro lado. Y cuando el padre de Shafran regresó a recoger su paraguas olvidado y encontró a los expertos brindando por haberse quitado de encima las preguntas, quedó claro que ocultaban algo terrible. Como años después quedó demostrado. Ese proyecto era mucho más dañino y éticamente reprochable de lo que habían presentido.

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En los años setenta la psicología parecía tener vía libre para experimentar, y en su afán de figurar sus investigadores se permitían licencias macabras. Liderado por el doctor Peter Neubauer, quien trabajó con la hija de Sigmund Freud, el estudio pretendía establecer una comparación definitiva entre nature y nurture, es decir, quería investigar si pesaba más lo innato, lo que el niño trae al mundo, que la experiencia, o sea, lo que el mundo le enseña. Para esto, Neubauer aprovechó la extraordinaria oportunidad que le brindaban esos trillizos abandonados, y se aseguró de que la casa de adopciones ubicara a uno en la clase alta (Shafran), a otro en la clase media (Galland) y al tercero en la clase trabajadora (Kellman). El doctor también marcó un radio de 60 kilómetros en el que debían vivir para facilitarle visitarlos y realizar sus pruebas. Siempre filmaba a los pequeños mientras resolvían sus preguntas, armaban rompecabezas o dibujaban.

Además de la falta de ética que mostró al proponer ese estudio (que otras casas de adopción rechazaron), Neubauer y sus asociados pecaron también por no saber cuándo detenerse para bien de los niños. Según el testimonio de sus padres adoptivos, los tres tuvieron problemas de comportamiento desde la cuna, y solían golpearse la cabeza contra las barandas de sus corrales. Como ha dicho Kellman recientemente, se trataba de ansiedad por la separación forzada. “Quienes nos estudiaban veían que había problemas, y podían haber ayudado. Eso es lo que más me enoja, escogieron no hacerlo”, le dijo a The New York Post.

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Y los problemas no terminaron. Cuando los hermanos abrieron su restaurante en 1988, eran todo sonrisas. Pero el tiempo trajo sus problemas. Shafran se retiró del restaurante, que poco después cerró sus puertas, y el lazo entre los tres se debilitó. A veces, como anota Kellman en el documental, cuando dos de ellos coincidían en algo, el tercero se sentía excluido en forma casi extrasensorial. Y más grave aún, encontrar a sus hermanos no les permitió apagar sus demonios. Especialmente a Galland, quien tuvo una relación difícil con su padre adoptivo, sufrió de episodios de bipolaridad y se suicidó en 1995. Los otros dos siguen sus vidas, pero esperan que el documental ponga el foco en la infamia que unos desalmados cometieron con ellos en nombre de la ciencia.