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Rosario Murillo y su marido, el presidente Daniel Ortega, no tienen reparo en demonizar a los manifestantes que protestan contra su dictadura. En el pasado recibieron cuantiosos aportes de Hugo Chávez, se tomaron fotos con Fidel y Raúl Castro, pero ahora se alían con quien sea necesario para mantenerse en el poder.

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Rosario Murillo, esposa de Daniel Ortega, la que manda en Nicaragua

Ambiciosa, ególatra y esotérica, la esposa de Daniel Ortega ejerce el poder detrás del trono en Nicaragua, como lo hicieron Imelda Marcos en Filipinas y Elena Ceaucescu en Rumania.

18 de agosto de 2018

Si la idea prospera y la comunidad internacional promueve y financia una consulta popular en Nicaragua, el presidente Daniel Ortega podría tener los días contados de su vida política. Pero otra podría ser la suerte de su mujer, Rosario Murillo. “En la presidencia, la Rosario es 50 por ciento y Daniel, 50 por ciento”, reconoció hace un tiempo. Los nicaragüenses creen que Chayo, como la llaman, es el poder delante del trono y que no se preocupa por ocultarlo.

Por donde se le mire, el país hace agua. Y Ortega y su esposa tienen la mayor cuota de responsabilidad. Cada vez más ajenos a su pasado sandinista (ella es sobrina nieta de Augusto César Sandino, el legendario guerrillero de los años treinta que da el nombre al movimiento), ambos se han aliado con todo tipo de sectores políticos y han apoyado las causas más extrañas para sostenerse en el poder. Y ahora que la gente se ha lanzado a las calles para rechazar reformas pensionales y la estrechez económica, la mano dura ha sido el recurso.

En esta historia hay dos elementos comunes. Primero, una revolución en contravía de sus viejos postulados de equidad y respeto por los derechos humanos. Y segundo, un nombre siempre presente: Rosario Murillo Zambrana, quien, en medio del actual clima de crispación, mantiene vivo su futuro político. Para los seguidores del partido Frente Sandinista de Liberación, ella y nadie más está llamada a suceder a Ortega.

A diferencia de otras esposas y compañeras de jefes de Estado a las que se les han atribuido poderes excesivos (siempre a la sombra de sus compañeros), a Rosario Murillo ese modelo participativo en el mando de la nación no parece interesarle. Ella siempre ha querido ser protagonista de la vida nacional.

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Hija de una familia de clase media, Rosario vivió y estudió de niña en Gran Bretaña y en Suiza, entre finales de los años cincuenta (nació en el 51) y comienzos de los sesenta. A los 17 años de edad escuchó el llamado del FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional) para poner fin a la dictadura de los Somoza (Anastasio entonces, heredero de Tacho). Para eso, hizo trabajo de inteligencia. Los vaivenes de la guerra y de la vida la llevaron a ser madre de tres hijos de diferentes padres. Daniel Ortega la conoció en Costa Rica y luego la reencontró en Venezuela, países en los que ella había tenido que recalar para evitar caer en las manos de los hombres de la criminal e implacable seguridad somocista.

Murillo, derrochadora, mandó a levantar 140 ‘árboles de la vida’ en las calles de Managua. Las estructuras metálicas costaron 3,5 millones de dólares y se han convertido en un objetivo de la furia de los manifestantes contra el gobierno.

La relación con Ortega fue tan intensa como prolífica. Tuvieron seis hijos, los mismos que hoy, casi sin excepción, ocupan cargos públicos en el gobierno de sus padres. Pero Rosario –profesora, literata, poeta, de fluido inglés y francés– no se resignó a su papel de madre y sacó tiempo para criarlos y para trabajar en la nueva era de Nicaragua. Su designación como ministra de Cultura en el primer gobierno no encontró reparos. Tampoco sus resultados.

Sin embargo, quienes la conocían desde los tiempos de los sandinistas años después comenzaron a advertir un cambio notable. La compañera de lucha se hizo una creyente religiosa que rayaba en el misticismo y la adoración. Sus invocaciones públicas a Cristo, a la Virgen María y a los santos se hicieron comunes. Tanto como el esoterismo con el que irrumpió en administraciones de tinte socialista de entonces y en periodos más recientes.

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Contra todo pronóstico, Chayo se impuso. La ayudaron tanto los crucifijos como el cuarzo que dejan ver los innumerables anillos de los que hace gala. Y, como estos, son importantes los 140 árboles de la vida que mandó levantar en las calles de Managua. Se trata de estructuras metálicas que costaron 3,5 millones de dólares y cuya construcción ordenó como producto de una ecléctica concepción que suma interpretaciones de la Cábala del Antiguo Testamento, de acuerdo con la tradición judía, junto a la obra del simbolista austriaco Gustav Klimt.

Para quienes no comparten ni el derroche ni esta particular forma de administrar los recursos públicos, los árboles no son más que cacharros y además se han convertido en uno de los principales objetivos de la furia de los manifestantes contra el gobierno.

La mujer fuerte de Nicaragua ha jugado a sacarle provecho a una particular institución: la Iglesia católica.

Tales supuestos extravíos del ama y señora del actual destino de Nicaragua no resultan gratuitos, pues en los últimos días se reportó que el gobierno retiró 150 millones de dólares del banco central. Sus hijos tampoco son aficionados a ahorrar. A Laureano y a Juan Carlos está por caerles la Ley Global Magnitsky sobre Responsabilidad de Derechos Humanos, que le permite al gobierno de Estados Unidos sancionar, con multas y eliminación de visas, a personas señaladas de abusos y de actos de corrupción en sus propios países.

Laureano estuvo al frente de la organización de un Festival Pucciniano de Ópera, que aprovechó para promoverse como músico y compositor. La cita costó 290.000 dólares. Juan Carlos se embarcó en una comedia tipo Hollywood (Drunk Wedding) que, aparte de ser un fracaso, le costó al erario más de 400.000 dólares. Pero hay una contracara, Zoilamérica Narváez, quien desde sus 11 años de edad, en 1998, denunció supuestos abusos de Daniel, su padrastro. El caso se cerró por vencimiento de términos y a la sombra de la noticia de millonarias contribuciones de Hugo Chávez a Nicaragua. Rosario se puso de parte de su marido y desmintió a su propia hija, Zoilamérica, quien se exilió.

Laureano Ortega heredó la megalomanía de sus padres. Organizó un festival de Ópera para autopromocionarse que le costó 290.000 dólares al erario. La contracara, Zoilamérica Narváez, denunció desde sus 11 años abusos de su padrastro Daniel, y debió exiliarse por sus críticas al poder.

La mujer fuerte de Nicaragua ha jugado a sacarle provecho a una particular institución: la Iglesia católica. Primero cerró filas para defender a la revolución de las críticas de altos prelados. Después, en medio de su conversión, logró poner fin al desencuentro entre Estado e Iglesia con una ceremonia pública de matrimonio, en 2005, que les dio a los Ortega Murillo el pasaporte a esa comunidad religiosa. A cambio, Ortega prohibió el aborto terapéutico que hasta ese momento era legal en esa nación. Pero ahora, en medio de las luchas callejeras y de “la dictadura”, como muchos sectores no dudan en denominarla, los altos jerarcas se han distanciado de nuevo. E incluso, como la mayoría de sectores de la sociedad, se niegan a aceptar que Nicaragua ha vuelto a la normalidad, como lo pregonan Daniel y Rosario… o Rosario y Daniel, según se prefiera.

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Si convocan el referendo y Ortega pierde, habrá elecciones en 2019. Y si Rosario se presenta y gana, lo que no se puede descartar, pese a sus excentricidades y a su particular concepción de la cosa pública, le daría continuidad a una larga hegemonía. Pero, además, dejaría de ser para los colombianos un personaje distante. Sería la interlocutora, que ya lo es, en el viejo litigio limítrofe con Nicaragua.

Esa es Rosario Murillo, una mujer a la que cuesta encontrarle parangón en la historia reciente de la humanidad. Cabría una comparación con Elena Ceausescu, la mujer del Nicolae, el dictador rumano. Ella administró la tiranía de ese país centroeuropeo y sus coterráneos la consideraban la verdadera mandamás. Un chiste de la época cuenta que Elena le permitió al tirano soñar con ser rey o emperador. “Solo hasta ahí, Nicolae. Pero jamás dios porque dios soy yo”.