Gabriela Lizarazo Círculo de Mujeres

Opinión

Cabeza, corazón y manos: la ecuación olvidada del liderazgo en Colombia

La orientación que ofrece un líder no se guía únicamente a ocupar un cargo, dar órdenes o tomar decisiones. Es un ejercicio integral que combina pensamiento estratégico, sensibilidad humana y acción concreta.

Por: Gabriela Lizarazo
26 de septiembre de 2025

Actualmente en Colombia se habla mucho de liderazgo, pero pocas veces de coherencia. Y es allí donde radica la verdadera autoridad de quien conduce equipos, instituciones o empresas. El libro cabeza, corazón y manos, de Álvaro González Alorda, nos plantea una metáfora poderosa: pensar con claridad, sentir con humanidad y actuar con decisión. Sin embargo, la clave no está solo en desarrollar estas tres dimensiones, sino en mantenerlas alineadas. Un líder que dice una cosa, siente otra y hace algo distinto, pierde la credibilidad. Y sin credibilidad, no hay autoridad.

Es así como el liderar comienza por la cabeza, desde el conocimiento que se tiene y con la capacidad de pensar y visionar en grande. En el campo que hoy me ocupa, significa entender por ejemplo que los problemas de nuestro país – desde la contratación estatal hasta la innovación empresarial – exigen un análisis riguroso y planeación a corto, mediano y largo plazo, datos y diagnósticos exactos.

No obstante la importancia de la cabeza en la toma de decisiones, definitivamente ninguna estrategia funciona si no está alineada con el corazón. Para que eso suceda, liderar se traduce en escuchar, conectar con tu equipo, inspirar y construir confianza. Hoy, cuando la polarización política y la desconfianza institucional amenazan la cohesión social, el liderazgo con empatía se convierte en un recurso estratégico. Un gerente, un rector, un funcionario público o un emprendedor que sepa leer las emociones de su equipo y generar sentido de propósito, no solo moviliza esfuerzos: crea lealtad y compromiso genuino.

Asimismo, la acción debe trascender al plano de lo material, por eso se requiere de las manos para concretar esa visión que nos mueve. Es decir, se trata de esa capacidad de ejecutar: de pasar del pensamiento, del sentimiento, de la palabra a la acción. De ahí que hoy demandemos líderes que conviertan las promesas en proyectos, las políticas en resultados y las visiones en realidades tangibles. El impacto real se mide en la transformación de vidas, en la eficiencia de los procesos, en la transparencia de la gestión y en la innovación que genera oportunidades.

Un líder que diseña estrategias brillantes, pero que no conectan con su gente ni se ejecutan con eficacia, se convierte en un tecnócrata distante. Un direccionamiento basado únicamente en la emoción y la empatía corre el riesgo de ser paternalista. Se escucha, se comprende, se abraza, pero no se toman decisiones difíciles ni se logran resultados medibles ni cuantificables. Ese exceso de emotividad puede desdibujar la autoridad.

También están quienes solo ejecutan, pero sin visión ni sensibilidad. Actúan como autómatas, mueven cifras y cumplen metas, pero dejan a su paso equipos agotados, relaciones rotas y un vacío ético que erosiona la legitimidad de cualquier logro.

En un escenario donde las instituciones enfrentan crisis de legitimidad, las empresas buscan diferenciarse en mercados saturados y los ciudadanos reclaman referentes auténticos, el liderazgo coherente se convierte en un bien escaso pero imprescindible.

Por eso hoy no necesitamos más discursos sobre gestión de equipos, necesitamos ejemplos vivos. Autoridad que no se impone, sino que se gana; credibilidad que no se compra, sino que se construye. Pensar con rigor, sentir desde la empatía y actuar con integridad: esa es la ecuación de un liderazgo capaz de transformar.

En tiempos de incertidumbre y transformación constante, el liderazgo se convierte en el faro que orienta a las organizaciones, a la sociedad y al país. Esa dirección no se orienta únicamente a ocupar un cargo, dar órdenes o tomar decisiones, sino que es un ejercicio integral que combina pensamiento estratégico, sensibilidad humana y acción concreta. Tres dimensiones claves que, si se logran articular, generan impacto positivo en lo público, privado, profesional e inclusive en lo personal.

Por Gabriela Lizarazo, gerente de Abastecimiento Estratégico en Positiva Compañía de Seguros S.A.