
Opinión
La democratización de las segundas viviendas: el modelo fraccionado que está cambiando Colombia
Hoy, cuando la conversación sobre propiedad suele girar en torno a cifras inalcanzables y créditos agobiantes, esta fórmula nos invita a repensar la idea misma de hogar y pertenencia.
Recuerdo la primera vez que alguien me habló del modelo fraccionado en propiedad raíz. Confieso que pensé en los viejos esquemas de tiempo compartido: semanas predeterminadas, contratos rígidos y la sensación de que al final nunca tenías un lugar propio. Pero cuando conocí de cerca cómo funciona esta alternativa, entendí que se trata de otra cosa: una manera distinta de pensar la propiedad vacacional en Colombia, más cercana a la idea de compartir oportunidades que a la de “alquilar tiempo”.
Por años, las segundas viviendas en nuestro país han sido un privilegio reservado a pocos. El costo de una casa de playa en el Caribe o una villa en las montañas del centro del país está fuera del alcance de la mayoría. Y sin embargo, el deseo de tener un lugar propio, de crear recuerdos familiares en un mismo rincón del mapa, es un sueño profundamente colombiano. El modelo fraccionado irrumpe aquí como una propuesta que rompe con esa lógica excluyente.
En esencia, funciona así: si quieres, puedes comprar la unidad completa, como en cualquier negocio inmobiliario tradicional. Pero lo novedoso es que también puedes adquirir una fracción, respaldada por una escritura pública en proindiviso, no por un derecho fiduciario ni un tiempo compartido. Dependiendo del proyecto, hay esquemas de cuatro fracciones (25 % de la villa) o de ocho fracciones (12,5 %). Al ser copropietario real, cuando llegas a tu villa encuentras tu propio espacio, incluso un locker para dejar pertenencias personales bajo llave. Y si un día decides vender, no dependes de una central que fije el precio: sales al mercado como con cualquier inmueble en Colombia, ajustando el valor según la demanda.
Lo interesante es que esto no es solo teoría. En el Caribe, Palomino ha visto cómo villas bajo este esquema ya operan, demostrando que las familias realmente usan y disfrutan su espacio fraccionado. Cerca de Bogotá, en el municipio de Nilo, proyectos ecoamigables en preventa muestran que la tendencia comienza a echar raíces también en el interior del país. Es evidencia: el concepto ya salió del papel y empezó a transformar la manera en que pensamos la inversión inmobiliaria.
Este fenómeno no es exclusivo de Colombia. En Estados Unidos y España, el fraccionamiento de propiedades vacacionales lleva varios años consolidándose. Allá, familias que nunca habrían podido costear una segunda vivienda ahora comparten legalmente su propiedad y disfrutan de estabilidad en medio de mercados volátiles. Lo que antes parecía una rareza es hoy una tendencia seria, y nuestro país empieza a tomar parte en ella.
Claro, el modelo fraccionado no es una varita mágica que eliminará de golpe las desigualdades del mercado inmobiliario. Requiere de acuerdos claros y una administración responsable. Sin embargo, precisamente en esa colaboración está su fuerza: convierte un sueño inalcanzable para muchos en una posibilidad concreta. Abre la puerta para que más colombianos pasen de ser visitantes a verdaderos anfitriones de sus propios recuerdos.
Más allá de la inversión, hay un componente emocional que no deberíamos subestimar. Tener “tu propio lugar” —aunque sea una octava parte de una villa— crea arraigo. Es saber que siempre tendrás un atardecer esperándote en Palomino o una piscina privada en Nilo que podrás llamar tuya. Es estabilidad en un país donde las certezas son escasas.
Hoy, cuando la conversación sobre propiedad suele girar en torno a cifras inalcanzables y créditos agobiantes, el modelo fraccionado nos invita a repensar la idea misma de hogar y pertenencia. Tal vez no necesitemos poseerlo todo para disfrutarlo plenamente. Tal vez compartir, con reglas claras y escritura en mano, sea la forma más inteligente —y humana— de construir patrimonio.
Si algo me deja esta reflexión es la certeza de que democratizar el acceso a la propiedad vacacional no es una utopía. Ya está ocurriendo, silenciosamente, en rincones del Caribe y en pueblos cercanos a nuestras ciudades. Y, quién sabe, quizás en unos años miremos atrás y descubramos que esta alternativa cambió para siempre la forma en que los colombianos soñamos con nuestro lugar en el mundo.