María Angélica Bula, gerente general de Andrés Durán Cirugía Plástica

Opinión

Las victorias que no se ven

Las verdaderas conquistas de la vida rara vez tienen testigos. No suelen ocurrir en escenarios públicos ni con medallas, sino en la intimidad de la conciencia. Quizás la vida no consista en acumular conquistas externas, sino en aprender a celebrarnos a nosotros mismos.

Por: María Angélica Bula Nader
3 de septiembre de 2025

En 2010, cuando aún escribía tareas del colegio, me hice una pregunta que hoy vuelve con fuerza: ¿qué es el tiempo si no lo habitamos? En esos cuadernos hablaba de sus vacíos y de su profundidad, de segundos que no existen si no hacemos nada con ellos, como ese viejo dilema del árbol que cae en el bosque sin testigos. Al releer esas páginas descubrí algo inquietante: la niña que escribió esas líneas sigue viviendo en mí. No es nostalgia; es evidencia. Con el paso de los años he entendido que la búsqueda más exigente no ocurre afuera, sino adentro. Y que, a veces, las victorias que realmente nos transforman no se aplauden en público: se susurran por dentro, como un “lo logramos” que le decimos a nuestra versión más profunda.

Volver a esos cuadernos fue como regresar a casa. La infancia guarda lecciones que a menudo olvidamos en la prisa adulta: los recuerdos no son solo imágenes del pasado, son semillas que germinan en nuestras decisiones presentes. Revisar mis escritos de hace más de una década me permitió reconocer que las preguntas de entonces, sobre el tiempo, el sentido y el misterio de lo vivido, siguen dialogando conmigo hoy. La diferencia es que ahora, con la experiencia, puedo abrazarlas y darles un lugar.

Los recuerdos no son solo imágenes del pasado, son semillas que germinan en nuestras decisiones presentes. En las imágenes, María Angélica Bula y su hermano.
Los recuerdos no son solo imágenes del pasado, son semillas que germinan en las decisiones de la adultez. En las imágenes, María Angélica Bula y su hermano. | Foto: Archivo particular

En ese viaje interior comprendí que las verdaderas conquistas de la vida rara vez tienen testigos. No suelen ocurrir en escenarios públicos ni con medallas, sino en la intimidad de nuestra conciencia. Son esas pequeñas pero enormes victorias que sentimos cuando logramos superar un miedo, transformar un hábito o aplicar en la práctica una enseñanza que antes era solo teoría. Allí, en ese instante, se enciende una certeza silenciosa: hemos crecido. Es un triunfo que no busca aplausos, sino que se celebra con un gesto íntimo, como cerrar los ojos y abrazarnos por dentro.

El tiempo, entonces, no es solo la suma de días que pasan. Es un diálogo constante entre quienes fuimos, quienes somos y quienes queremos ser. Cada recuerdo, cada victoria íntima, nos invita a reconocernos y reconciliarnos con nuestras distintas versiones. No se trata de vivir anclados en la nostalgia, sino de permitir que esa memoria nos oriente y dé sentido al presente.

Quizás la vida no consista en acumular conquistas externas, sino en aprender a celebrarnos a nosotros mismos: reconocer cuando avanzamos, agradecer cuando entendemos lo que antes se nos escapaba y abrazar con ternura a esa niña o ese niño que aún nos acompaña. Al final, las victorias que no se ven son las que nos transforman en silencio. Son esas que, sin reflectores ni aplausos, nos recuerdan que crecer es también volver a casa: a ese lugar interior donde siempre nos espera la mejor versión de nosotros mismos.

María Angélica Bula Nader, gerente general de Dr. Andrés Durán Cirugía Plástica

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