
Opinión
¿Y si volvemos a mirar con ojos de magia?
De niños creemos sin reservas en lo imposible. De adultos, lo explicamos todo hasta que dejamos de sorprendernos. Pero quizá la magia no desaparece: somos nosotros quienes dejamos de verla.
Cuando era niña, los shows de magia en la guardería me parecían auténticos milagros. ¿Cómo podía ser que de un sombrero saliera una liebre? Justamente ahí residía la belleza: en no entender de dónde venía ni por qué ni cómo, y aun así dejarme maravillar por lo que ocurría frente a mis ojos asombrados.
Con los años, esa capacidad de asombro empezó a desdibujarse. La mente se volvió más ‘adulta’, más racional, más escéptica. Entendí que no había milagro, que todo era una ilusión fabricada. Y tal vez ahí es cuando empezamos a dejar de ser mágicos para volvernos cínicos; eso, creo, nos ha salido carísimo.
Porque la magia no es magia por ser imposible, sino por sorprendernos. Nos invita a pensar distinto, a desarmar certezas, a salirnos de lo evidente. El truco nunca está en el mago ni en la liebre escondida, sino en la mente que se deja llevar y los ojos que se permiten jugar. La magia, al final, está en el espectador.
Y qué maravilla saber que el mundo entero puede ser una fábrica de magia. Lo es cuando un empresario convierte un problema en una oportunidad, cuando un educador logra encender la chispa de la curiosidad en un estudiante, cuando una idea cobra vida y se invita a crear.
¿Y el universo? ¿No es pura magia en sí mismo? Para recuperar el asombro, basta ver cómo sale el sol cada día y cómo una semilla se convierte en árbol. Pero hemos dejado de mirar. Hemos dejado de maravillarnos.
Lo comprobé una tarde particularmente estresante, después de un día difícil. Subí a un avión y, cuando se elevó, vi un mar de nubes en la ventana. De pronto, apareció un camello. Luego un elefante. Después un conejo. Sonreí. Sentí cómo mis músculos se relajaban. Entendí que hasta esas decisiones que tanto me abrumaban eran una forma de magia: porque liderar, al fin y al cabo, es desarmar lo complejo para reconstruirlo y encontrar posibilidades donde otros ven límites.
Si un niño puede ver animales en las nubes, ¿por qué como adultos no podemos hacer lo mismo con lo cotidiano? La clave quizá está en permitirnos volver a mirar como si fuera la primera vez.
¿Qué pasaría si volviéramos a ver la vida con esa mezcla de asombro, juego y posibilidad? Si le devolviéramos a nuestras rutinas un poco de esa mirada que no necesita entender todo para disfrutarlo. Si en vez de buscar certezas permanentes, abrazamos el misterio, lo incierto, lo sorprendente. En esa incertidumbre, nuestra mente genera unas conexiones neuronales muy poderosas. Cuando nos acercamos a la magia, la magia nos permite crecer.
No se trata de ingenuidad, sino de perspectiva. De permitirnos, aunque sea por momentos, mirar el mundo como si fuera la primera vez y recordar que, aunque sabemos cómo se hace el truco, todavía podemos aplaudir con emoción.
Quizás ahí está el secreto: la magia no se pierde. Solo espera a que decidamos volver a verla.
Por Sara Álvarez, Cofundadora y miembro de la junta directiva de ESIC Business & Marketing School y directora ejecutiva de Ceipa