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Las últimas encuestas antes de las elecciones lo anunciaban. | Foto: AFP/Nelson Almeida

BRASIL

El ascenso de Bolsonaro

La miopía y cortoplacismo del PSDB y el PT, los partidos que por veinte años se disputaron la presidencia de Brasil, pavimentaron el camino de la extrema derecha al poder.

Por Juan Pablo Ossa
16 de octubre de 2018

Las últimas encuestas antes de las elecciones lo anunciaban. Jair Bolsonaro era el único que estaba creciendo. La noche del 7 de octubre, el candidato de extrema derecha, con el 46 por ciento de los votos validos, quedó a las puertas del Palacio del Planalto. ¿Cómo un diputado estadual con un discurso de odio y de un partido minoritario se convirtió en el querido de la mitad de los brasileños? ¿En que momento la democracia de Brasil pasó de ser un referente de madurez, inclusión política y social a estar a un paso de regresar al autoritarismo?

La respuesta obvia para muchos es el Partido de los Trabajadores. Los escándalos de corrupción que llevaron a su cúpula a prisión generaron un sentimiento de rechazo contra ese partido por parte de la mayoría de los brasileños. Habría que agregar, por supuesto, la crisis económica que llevó al PIB a contraerse 8 por ciento entre 2016 y 2017, un desempleo de 12 por ciento y una percepción de inseguridad que tiene a millones de brasileños con miedo de salir a la calle.

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En este contexto, el ex capitán se convirtió en la mejor alternativa para quienes buscan seguridad, un presidente sin sospecha y una economía libre de lo que muchos consideran el exagerado estatismo del PT. Esta explicación, sin embargo, deja en el aire la idea de que la llegada de la extrema derecha al poder era inevitable y desconoce la responsabilidad de las élites políticas brasileñas. La miopía y cortoplacismo del PSDB y el PT, los dos partidos que por veinte años se disputaron la presidencia, pavimentaron su camino al poder.

El PSDB, partido de centro derecha que gobernó Brasil entre 1994 y 2002 con Fernando Henrique Cardozo, resolvió no asumir una actitud de oposición responsable para buscar la presidencia en 2018. Tras su derrota en 2014, su candidato, Aecio Neves, desconoció la victoria de Dilma Rousseff. Neves no solo se abstuvo de la tradicional llamada de felicitaciones, sino que pidió una auditoría para verificar los resultados electorales, algo sin antecedentes en la historia reciente de Brasil y que minó la legitimidad del sistema electoral y del gobierno entrante.

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Una vez en el Congreso, el PSDB concentró todas sus energías en obstruir el Gobierno del PT, especialmente las iniciativas para enfrentar la crisis ocasionada por el desplome de 2015 de los precios del petróleo. Pero el golpe que dejó a la democracia brasileña contra las cuerdas fue el proceso de impugnación de la presidenta Dilma Rousseff. La impaciencia del PSDB lo llevó a orquestar un proceso de destitución en alianza con el MDB, partido del vicepresidente Temer, sobre bases jurídicas débiles: Dilma fue acusada de maquillar los estados financieros de hacienda, una práctica común entre sus antecesores.

La movida, respaldada por la prensa y bien recibida por la mayoría de los brasileños, terminó siendo un tiro en el pie para el PSDB. La parte más dura de la crisis económica le estalló al nuevo gobierno del cual eran parte. Fueron precisamente esos años en los que se disparó el desempleo y la economía tuvo crecimiento negativo. Los promotores de la impugnación se quedaron con la presidencia, pero también con la responsabilidad por la crisis.

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El Partido de los Trabajadores, por su parte, logró vender la narrativa de haber sido víctima de un golpe y se quitó de encima, por lo menos entre sus seguidores, la responsabilidad por la recesión. Pero al igual que el PSDB, sus decisiones fueron miopes, cortoplacistas, pensadas para beneficio exclusivo de Lula.

El PT convirtió la campaña presidencial en la estrategia de defensa política de su líder preso. El expresidente, según su relato, fue encarcelado para evitar su inevitable elección, pues en las encuestas registraba 50 por ciento de intención de voto. El partido lo lanzó a la presidencia para reforzar la idea de que era un preso político, sin considerar lo escandaloso que resultaba para millones de brasileños que hubiera un candidato haciendo campaña desde la cárcel.

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Esta estrategia, como la del PSDB, terminó siendo un tiro en el pie. Fernando Haddad, inscrito como fórmula vicepresidencial, solo vino a tener figuración pública tres semanas antes de las elecciones, cuando el Supremo Tribunal Federal de Brasil negó el último recurso de Lula para participar. Este tiempo resultó a todas luces insuficientes para posicionar al ex alcalde de Sao Paulo como un líder con luz propia e independencia de Lula. El error más grande del PT, sin embargo, fue haber tomado la decisión de lanzar un candidato. Después de los grandes escándalos de corrupción, los brasileños se quedaron esperando un acto de mea culpa. 

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El espacio abierto por los desaciertos y la falta de visión del Partido de los Trabajadores y el PSDB fue bien aprovechado por Jair Bolsonaro. Los dos partidos más grandes de Brasil llegaron a las elecciones en caída libre. La arrogancia e incapacidad de autocrítica no solo convirtieron el rechazo contra el Partido de Trabajadores en odio, sino que exacerbaron los sentimientos en contra de los políticos convencionales. Para que los colombianos se hagan una idea, para los brasileños la candidatura de Lula fue como sí Samuel Moreno aspirará a la alcaldía de Bogotá desde la cárcel. El PSDB se quedó con la impopularidad del Presidente Temer, cuya aprobación para los días de las elecciones no superaba el 10 por ciento. Sus seguidores huyeron en estampida hacía Jair Bolsonaro, pues al final de cuentas, para muchos representa también todo lo que está mal en la política brasileña.

En un reciente libro sobre como mueren las democracias, Steven Levistki y Daniel Ziblatt describen las circunstancias en las que algunos regímenes democráticos han transitado hacía al autoritarismo por la vía electoral. Para ellos, la mayor garantía con la que cuentan las democracias es la moderación por parte de sus elites dirigentes. En Brasil, los líderes del PT y el PSDB, los principales protagonistas después la transición en 1988, la dejaron de un lado y asumieron actitudes desconocidas por la joven democracia brasileña. No sorprendentemente, en su alocución de victoria en la noche del 7 de octubre, Jair Bolsonaro anunció que había llegado la hora de corregir los excesos de los últimos 30 años.