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Donald Trump: ¿Hacia un ‘impeachment’?

Cada día que pasa empeora la situación del presidente de EE.UU. El Rusiagate, los conflictos de interés y una investigación por obstrucción a la Justicia lo tienen contra las cuerdas. Pero el magnate tiene aún la carta más importante: el control del Congreso.

17 de junio de 2017

No han pasado cinco meses desde que Donald Trump se posesionó y ya existe el borrador de una moción de impeachment en su contra. Lo elaboró el congresista demócrata Brad Sherman con el argumento de que el magnate cometió “delitos y faltas graves” al “amenazar y despedir” en mayo al exdirector del FBI James Comey, quien estaba a cargo de la investigación sobre la trama rusa que lo llevó al poder. Aunque el propio Sherman sabe que la batalla por sacar a Trump de la Casa Blanca es larga, lo cierto es que tuvo buenas razones para jugársela de esa manera en este momento.

Según una encuesta de la revista Politico difundida a principios de junio, el 43 por ciento de los votantes quiere que el Congreso inicie un juicio político contra el presidente. A su vez, un sondeo de la Universidad de Quinnipiac, realizado a principios de mes, reveló que el 40 por ciento piensa que no terminará su mandato y que el 55 considera que está abusando de su poder. Y a eso se suma una popularidad negativa sin precedentes para un presidente que no lleva ni medio año en el poder, que según la última encuesta de Gallup solo tiene el apoyo del 36 por ciento de los votantes.

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Aunque Donald Trump comenzó su mandato como uno de los presidentes más impopulares de la historia de Estados Unidos, hay varios factores que han contribuido a agravar esa situación, comenzando por el Rusiagate. Por un lado, él mismo se ha encargado de profundizar las sospechas de que está usando su poder para obstruir las investigaciones en su contra. Pues además de Comey, Trump echó a principios de enero a la fiscal general encargada, Sally Yates, quien le advirtió que los rusos podrían chantajearlo, y a principios de esta semana contempló la posibilidad de hacer lo mismo con el investigador especial Robert Mueller, a quien el Departamento de Estado designó para que retomara la investigación de Comey. Y aunque rápidamente desechó esa posibilidad, no deja de ser curioso que haya barajado esa idea durante la misma semana en que se supo que Mueller lo está investigando por obstrucción a la Justicia.

Por otro lado, sus conflictos de interés han comenzado a pasarle factura al magnate, pues tan solo esta semana fueron interpuestas dos demandas en su contra por aceptar –mediante su vasta red de empresas– pagos ilegales de gobiernos extranjeros. El lunes, lo demandaron los fiscales de Maryland y de Washington, que hablaron de una “violación flagrante a la Constitución”; y el miércoles hicieron lo mismo casi 200 senadores y congresistas demócratas, cuyo portavoz, John Coyers, advirtió además que el presidente “tiene conflictos de interés en al menos 25 países”.

Esas son noticias inquietantes para Trump, pues colaborar con una potencia enemiga, obstruir a la Justicia o tener conflictos de interés son algunas de las razones por las que el Congreso puede iniciar el proceso de impeachment contra un mandatario. En efecto, la Constitución de Estados Unidos establece que cualquiera de los 435 congresistas que considere que el presidente cometió “traición, soborno, delitos graves o abusos de poder” puede presentar una moción como la que preparó Sherman y desencadenar así un juicio contra el Ejecutivo.

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Sin embargo, es en ese punto donde la cosa se complica a favor de Trump. Como le dijo a SEMANA Mark Tushent, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Harvard, “el proceso fue diseñado para que sea muy difícil de llevar a cabo, en particular para evitar que el presidente sea destituido simplemente porque perdió apoyo político”. En efecto, para que sea imputado (impeached) se necesita que la mayoría de los congresistas consideren que cometió el delito del que se le acusa. Y para que sea destituido, por lo menos 66 de un total de 100 senadores tienen que estimar que el Ejecutivo es culpable de los cargos que el Congreso le imputó.

Hoy, sin embargo, la polarización de la política estadounidense ha pervertido el espíritu de ese mecanismo, que pretendía estar por encima de los proyectos partidistas. Pues independientemente de los exabruptos que el presidente cometa, son en últimas las mayorías del Congreso y del Senado las que deciden si se trata de delitos. Y en ese sentido, hay dos elementos que juegan a favor del magnate. En primer lugar, tanto en el Congreso como en el Senado los republicanos son mayoría. Y en segundo, nada parece indicar que ese partido esté dispuesto a reconocer que su líder ha incurrido en conductas ilegales.

En plata blanca, eso significa que si Mueller no da con una prueba contundente e irrefutable de que Trump infringió la ley, su investigación podría quedar en letra muerta. Pues aunque sus conclusiones eventualmente propiciarían un juicio en el Congreso, lo cierto es que si no hay un número considerable de republicanos dispuesto a votar en contra del mandatario, cualquier iniciativa a favor de su impeachment está sencillamente condenada al fracaso. Y aunque algunos congresistas y senadores de ese partido han sido bastante críticos con Trump (en particular el senador John McCain), es claro que la gran mayoría de sus representantes tiende a minimizar sus desmanes y a excusar sus abusos. La razón por la que eso sucede es sencilla: el magnate sigue gozando de una gran popularidad entre los votantes republicanos, que en su mayoría aprueban su gestión y quieren que termine su mandato (algunos están hablando incluso de una reelección en 2020).

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Sin embargo, los republicanos no están solos en su rechazo al impeachment. Como dijo a esta revista Keith E. Whittington, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Princeton, “aunque muchos activistas de izquierda y algunos congresistas como Sherman desean iniciar ahora mismo un juicio que lleve a la destitución del presidente, lo cierto es que los líderes del Partido Demócrata no están tan entusiasmados con la idea”. Y eso se debe a dos razones. Por un lado, con los republicanos dominando ambas cámaras lo más probable es que la iniciativa no progrese y que por el contrario sea contraproducente de cara a las elecciones del año próximo, en las que los demócratas tienen buenas posibilidades de retomar el control de la Cámara y el Senado. Y por el otro, la persona que reemplazaría a Trump en la Casa Blanca es Michael Pence, un conservador ultrarreligioso que podría ser peor que el propio magnate para los intereses demócratas.

En conclusión, la posibilidad de que a corto plazo progrese un impeachment contra Trump depende paradójicamente de los votantes republicanos. Pues aunque la prensa, las agencias de inteligencia y los jueces acumulen pruebas en contra del mandatario, solo los congresistas y senadores de ese partido tienen el verdadero poder de juzgarlo. Y como sus curules dependen de esos electores, solo ellos pueden presionarlos con la amenaza de no reelegirlos. No sería la primera vez que algo así ocurre. Como dijo Catherine J. Ross, una de las especialistas consultadas por SEMANA, “Nixon renunció a su cargo debido a la presión de un grupo de líderes republicanos, que ante el daño que le estaba causando al partido lo obligaron a renunciar con el argumento de que su partido ya había decidido votar a favor de su destitución”.