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En algunos barrios de Estados Unidos se ha vuelto común ver paramédicos llevándose a personas intoxicadas. La imagen de Rhonda Pasek y su pareja reflejó la gravedad de la crisis: sufrieron una sobredosis mientras el hijo de Pasek los miraba desde el asiento trasero del auto. | Foto: Ap

ESTADOS UNIDOS

Fentanilo: La nueva guerra del opio

Las muertes por sobredosis de opiáceos se han disparado. El Gobierno busca detener la entrada de las sustancias que vienen de China, y limitar el poder de sus farmacéuticas. Un problema mucho más grave que la coca.

6 de abril de 2019

Preocupado por las cifras alarmantes de ese año, el presidente Donald Trump afirmó en 2017 que la crisis de los opiáceos era una “vergüenza nacional y una tragedia humana”. Trump acostumbra a exagerar e inflar cifras cuando le conviene, pero no esa vez. En efecto, los números han encendido todas las alarmas: en 2017, el peor año de esta crisis, más de 70.000 personas murieron por sobredosis en Estados Unidos (en 2010 hubo 20.000 menos). La mayoría de ellas consumían opiáceos, muchos de ellos prescritos legalmente por médicos.

Desde ese año, el Gobierno ha tomado cartas en el asunto. Trump impulsó una ley en 2018 para incentivar el desarrollo y producción de medicamentos que no produzcan adicción.

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A pesar de ello, la gente sigue muriendo y por eso organizaciones médicas piden medidas más drásticas. Sobre todo en dos temas que han marcado la agenda noticiosa norteamericana en semanas pasadas: la regulación de opiáceos hechos en China, y el control y vigilancia que deben tener las farmacéuticas que producen estos medicamentos, como el Oxycontin de la muy criticada Purdue Pharma.

¿Problema de China?

El lunes de esta semana, el Gobierno chino anunció cumplir lo que le prometió a Donald Trump en noviembre: regular y vigilar la producción del fentanilo, un opiáceo sintético. En ese momento, el mandatario estadounidense le exigió al presidente Xi Jinping tomar cartas en el asunto.

Xi Jinping.

¿Por qué? China produce más del 80 por ciento del fentanilo que se comercializa en el mundo entero. Ese dato tenía sin cuidado a Estados Unidos hasta que las muertes por sobredosis de heroína rendida con ese opioide aumentaron en el último año.

El problema viene de atrás. Cuando Trump declaró la crisis de los opiáceos, hubo una consecuencia positiva: muchos médicos dejaron de prescribir drogas como el Oxycontin. Sin embargo, como ya había una gran cantidad de adictos, los traficantes comenzaron a ofrecerles fentanilo, un producto mucho más barato, pero 50 veces más poderoso que la heroína.

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Desesperados por no conseguir las pastillas prescritas, muchos consumidores se pasaron a la heroína rebajada con fentanilo o a pedirlo directamente por la dark web. Como el fentanilo es un analgésico legal, a las autoridades les cuesta más controlar su entrada por los puertos del país.

Por todas esas razones, Trump presionó a China para que aplicara medidas regulatorias. En el anuncio del lunes, Liu Yuejin, director de la Comisión Nacional de Control de Narcóticos, afirmó que China cumpliría su palabra, no sin antes tirar un dardo al corazón del problema: “Si Estados Unidos realmente quiere resolver el abuso del fentanilo, necesita fortalecer soluciones internas”.

Donald Trump.

La Casa Blanca ha mantenido firme su postura de culpar a Beijing por las sobredosis. No obstante, voces autorizadas aseguran que China no es la única culpable. En un artículo publicado en el Wilson Center, Earl Anthony Wayne (exembajador norteamericano en México) y David Luna (experto en seguridad y terrorismo) explican que las fronteras de México y Canadá son entradas claves del fentanilo y otros opiáceos, por lo que también hay que asegurar acuerdos de vigilancia y control con esos países.

Además, no hay que olvidarse de la responsabilidad del sector privado estadounidense en esta crisis. Tal como Luna le dijo a SEMANA, “Creo que el compromiso y la responsabilidad de las empresas farmacéuticas es muy importante en este escenario”.

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Los reyes de la oxicodona

Históricamente, los Gobiernos estadounidenses han culpado de los males del narcotráfico a los países productores. La semana pasada, Trump criticó al Gobierno colombiano, pues, según sus cifras, hoy salen más drogas de aquí que en años pasados. Si bien la postura de Trump no es nueva, un reciente escándalo obliga a que su Gobierno ponga la mira en una de las familias más ricas de la industria farmacéutica norteamericana: los Sackler.

La razón salta a la vista: gran parte de su fortuna (13.000 millones de dólares) proviene de la venta masiva del Oxycontin, un opiáceo altamente adictivo, prescrito legalmente por miles de médicos y producido por Purdue Pharma, joya de la corona de los Sackler desde hace tres generaciones.

Purdue Pharma ha producido masivamente Oxycontin desde 1995. A su vez, los médicos de ese país la comenzaron a recetar sin tener en cuenta su alto grado de adicción. Esto contrasta con las exigencias de regular el fentanilo, elaborado en su mayoría por China. 

En 1995, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) aprobó ese fármaco. Purdue Pharma y un ejército de lobistas convencieron a esa agencia de que su producto era mucho menos adictivo que el Vicodin, y argumentaron que ayudaría a miles de pacientes con dolores crónicos causados por enfermedades como el cáncer. Investigaciones académicas han demostrado que el Oxycontin es altamente adictivo. Muchos de los pacientes que lo consumieron legalmente durante años luego pasaron a la heroína, y en los últimos tiempos al fentanilo. Esa cadena ha producido sobredosis mortales en todo el país.

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Gracias a dos demandas interpuestas por fiscales de Massachusetts y Nueva York, han salido a la luz pública documentos recopilados por años de litigios contra la farmacéutica. Entre ellos, comunicados internos de la empresa en los que culpan de la crisis de los opiáceos a los adictos o, como los llamó Richard Sackler, miembro de la junta directiva de la empresa en 2001, “criminales imprudentes”.

Los Sackler involucrados en el escándalo (la familia es numerosa, por lo que no todos sus integrantes tienen que ver con los negocios farmacéuticos) han negado su responsabilidad, aunque no mencionan que hasta el momento ya han tenido que pagar indemnizaciones por 600 millones de dólares. Ellos, reconocidos por sus millonarias donaciones a centros culturales y beneficencias, ahora son rechazados por instituciones como el Museo Guggenheim de Nueva York. Dicen que su dinero proviene del sufrimiento de miles de personas.

El caso de la familia Sackler evidencia la problemática interna de la crisis. Si a las regulaciones del fentanilo chino se le suman programas para prevenir el consumo de opiáceos, puede que el país logre frenar la adicción que está matando a su gente. Y queda claro que Trump. nada consigue con echarles la culpa de sus problemas a los demás.