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INDIRA

Una mujer que se formó a la sombra de Nehru y de Gandhi, murió asesinada por dos guardias Sikhs de su escolta personal.

3 de diciembre de 1984

El famoso actor inglés Peter Ustinov estaba esa mañana del miércoles 31 en el despacho de la Primer Ministro de la India. Esperaba a Indira Gandhi para realizar con ella una entrevista para la TV inglesa dentro de una serie sobre líderes mundiales. Tomándose una taza de té inglés, se vió sorprendido por unos ruidos que le recordaron los de los fuegos artificiales. Sin embargo, segundos después, era ya claro el sonido de ráfagas de ametralladora. Se oyeron gritos y se sintió el pánico de la gente corriendo de un lado a otro. En un abrir y cerrar de ojos, lo que hubiera podido ser una plácida mañana, se convirtió en un pandemónium.

Dos guardias sikhs de la escolta personal de la Primer Ministro habían abierto fuego contra ella. Vestida con un sari color naranja, acababa de salir de su residencia para cumplir la cita con el actor inglés. Los dos hombres que supuestamente la mataron fueron abatidos de inmediato. Pero entre ocho y diez tiros habían hecho impacto en el cuerpo de Indira Gandhi, a quien infructuosamente los médicos intentaron salvarle la vida.

A escasos días de la tragedia, mucho se ha escrito y se ha especulado en torno al motivo de su muerte y a su sangre se ha sumado la de más de mil de heridos y cerca de 500 muertos. Pero son pocos los detalles concretos que se conocen al respecto. Lo que sí parece ser probable es que los Sikhs, una secta religiosa que ejerce su dominio en el estado de Punjab, en la frontera con Pakistán, habían tomado venganza.

Pero... ¿quién era esa mujer de quien en una de sus famosas entrevistas, la periodista Oriana Fallaci había dicho que "era la única verdadera reina de nuestro tiempo" y entre los líderes del mundo se destacaba como "un caballo de raza"?

Juana de Arco, un sueño
A los once años, en 1928, Indira, la hija única de Jawaharlal Nehru, vio cómo su abuelo presidente del partido del Congreso, era llevado en carroza a una reunión. Al año siguiente vio a su padre hacer el mismo recorrido rodeado por caballos blancos y seguido por elefantes. Y presenció cómo su abuelo le entregaba a su padre la presidencia del partido con el que Mahatma Gandhi buscaba la independencia. A los pocos meses su abuelo había muerto y su padre estaba en la cárcel, desde donde continuó su educación para el poder, escribiéndole cartas llenas de exhortaciones y consejos .

Le recordaba, por ejemplo, cómo uno de sus más fuertes deseos había sido ser como Juana de Arco y añadía: "Si vamos a ser soldados de la India, el honor de la lndia está en nuestras manos y este honor es una tarea sagrada. Cuando dudes te pediré que apliques un pequeño examen... Nunca hagas nada en secreto o algo que quisieras esconder. Porque el deseo de esconder algo quiere decir que tienes miedo, y el miedo es una mala cosa, indigna de tí. Sé valiente, y todo el resto seguirá..."

En sus discursos, a medida que pasó el tiempo y se acostumbró al poder, promoviendo el culto a su personalidad, habló cada vez más de su niñez. Siempre había sido la líder, había imaginado batallas en las que ella triunfaba, había llegado a la punta de una montaña antes que todo un grupo, y más importante que todo, había quemado una muñeca inglesa que le habían regalado.

La cárcel, de la que entraban y salían con frecuencia su padre y sus amigos, que tanto impresionaba con sus vivaces frases y argumentos, las visitas a Gandhi, las escuelas en Inglaterra y Suiza le dieron una visión única de la India y del mundo que le inspiró patriotismo, su desprecio de lo occidental y su capacidad para gobernar, la valentía y la dureza que a veces se confundían en su fuerte personalidad. Nixon anota que la Gandhi se parecía mucho a Golda Meir, porque ambas eran muy firmes al negociar con el sexo opuesto, pero que Indira era muy distinta, porque utilizaba su feminidad: "Esperaba que se la tratase como a una mujer y actuaba tan implacablemente como un hombre. Golda Meir esperaba que se la tratase como a un hombre y actuaba como un hombre".

Incansable y recursiva, utilizaba todo lo que estaba a su alcance para conquistar a un pueblo primitivo apegado a ritos, leyendas y supersticiones seculares. Cubría su cabeza modestamente para ir a una aldea o visitar a alguno de sus gurúes. Cambiaba de atuendo en las provincias. En algunas, llevaba el sari de algodón y sandalias; en otras, pantalones amplios, camisa larga y velo. Y cuando iba a la URSS usaba ropa y zapatos europeos y no cubría su cabeza.

Al principio no le importaba ser una india occidentalizada, pero había terminado por condenar al oeste, como el Mahatma, por ser decadente y materialista. Aunque no rechazó nunca la ayuda occidental, necesaria para el desarrollo del país, prefería tratar con los soviéticos para defender el no alineamiento que Nehru y Tito habían creado. Llegó casi a ser una socialista ortodoxa, lo que no impedía que se presentara como una hindú devota.

Los vestidos, los gestos, los slogans populistas, los rumores filtrados a la prensa, eran armas efectivas pero se necesitaba mucho más para gobernar la más grande y más caótica democracia del mundo. Había que romper con una multitud de prejuicios, nuevos como el de la santidad de la pobreza y la efectividad política de la humildad, que Gandhi había convertido en la base de su campaña de independencia, o tan antiguos como el país mismo.

La dictadura
Las instituciones eran igualmente complicadas de manejar. El partido, a quien Gandhi le había dado una sólida base en el campo, donde vive el 80% de la población, se corrompió con el poder. En las aldeas lo controlaban los prestamistas, en las ciudades los caudillos y hombres de empresa, que como Sanjay el hijo menor, el favorito que llegó a tener casi tanto poder como su madre, querían enriquecerse a toda costa.

El sistema inglés que se impuso a la India le brindó al pueblo la oportunidad de dar rienda suelta a su natural elocuencia. Se agigantó la burocracia y se multiplicaron las leyes, las que permitieron que en 1975 una corte estatal encontrará culpable a Indira de dos actuaciones electorales corrompidas que le hubieran costado seis años de mortal retiro de la política.

Había ciertos recursos legales a los que podía acudir, pero ya estaba impaciente con las críticas a Sanjay y a su política de esterilización masiva con la corrupción y la violencia que reinaban, con el partido que se rebelaba, fortaleciendo a la oposición, y con los magros resultados económicos de sus nueve años de gobierno.

Tenía la India la bomba atómica y un gran Ejército. Era una potencia tercer mundista, pilar de los No Alineados, pero las anomalías sociales eran escandalosas. Existía, por ejemplo, la esclavitud, bajo el disfraz del trabajo forzado.

Jaya Parakash Narayan, en cierto modo su maestro espiritual, convertido en su principal opositor, describió así el carácter del país antes de la emergencia (que le costó la cárcel) con palabras que tras el atroz asesinato y los sangrientos disturbios que lo siguieron, adquiera extraordinaria solidez: "No es la existencia de disputas y discusiones lo que tanto pone en peligro la integridad de la nación, sino la manera como las conducimos. A menudo nos portamos como animales. En una disputa aldeana, en las organizaciones estudiantiles, en los pleitos laborales, en las procesiones religiosas, en los desacuerdos sobre límites, o en las cuestiones más importantes de la política, lo más probable es que nos volvamos agresivos, salvajes y violentos. Matamos, quemamos, saqueamos y a veces cometemos peores crímenes".

La respuesta era la dictadura. Por consejo de Sanjay, la Gandhi optó por ella recurriendo a la Emergencia sin razón de fondo y por tercera vez en la historia del país (Nehru había usado este recurso legal de excepción durante las guerras con la China y Pakistán). Expulsó a los corresponsales extranjeros y a los líderes de la oposición los encarceló. Reformó la Constitución y promulgó veinte leyes básicas para acabar con la pobreza. Afianzó el culto a su personalidad y a la de Sanjay, que promulgó cuatro leyes propias, encaminadas sobre todo a embellecer las ciudades construyendo viviendas en las afueras para los pobres que vivían en las calles. Pero la propaganda del gobierno no caló, y los rumores se multiplicaron gracias a la censura. En los campos decían, por ejemplo, que a los pobres de las ciudades los iban a internar en campos.

Y los líderes de la oposición hacían exitosas campañas desde la cárcel. Terminaron por ganarle las elecciones que convocó cuando calculó que tenía el partido firmemente en sus manos y que no podía perder. El Mahatma había hecho de la cárcel una etapa necesaria en el camino hacia la santificación y la libertad. Había que sufrir hasta lo indecible. Había que dar la otra mejilla, y más. Las víctimas de Indira terminaron por invertir los papeles. Ella era ahora la tirana, y el pueblo por primera vez le dio una clara victoria a la oposición. Hasta la Emergencia, los partidos de oposición habían permanecido separados. El partido del Congreso se había mantenido en el poder 26 años, aunque nunca había logrado más del 50% del voto popular.

Pero a la Gandhi no la detuvo ni esa derrota ni la muerte accidental de Sanjay, que al empezar la Emergencia sólo tenía 28 años y llevaba cinco tratando de construir el carro popular, un vehículo totalmente indio que nunca se hizo y que le valió una andanada de acusaciones por corrupción e ineficiencia que no le impidieron seguir acumulando poder. Era el favorito de una mujer que, gracias a su amor, aliviaba la soledad del poder. Había sido su gran debilidad y también lo que más le había costado políticamente en su carrera. Tenía tan mala fama que a él terminaron por atribuirle las impopulares campañas de esterilización.
EL PARTIDO DE INDIRA
Aprovechando la impotencia de sus enemigos que no contaban con un aparato comparable al del partido del Congreso, ni con las influencias políticas y económicamente necesarias para conservar el poder, Indira reorganizó sus fuerzas y ganó las elecciones de 1980, y con Rajiv, hasta ese momento bonachón piloto de Air India, instalado firmemente como príncipe heredero, es decir, nombrado secretario del partido-I. ¡El partido Indira! El partido ya no era del Congreso sino propiedad suya. Se había dado plena cuenta de que en la India el culto a la personalidad es tal vez la única forma de gobernar. Ella era, como dijo Rajiv en su primera declaración fúnebre como primer ministro, la madre de la India, como Nehru había sido su padre.

¿No llamaba el pueblo a sus gobiernos "Ma-Bap", es decir, madre y padre al mismo tiempo? ¿No la comparaban a ella con la diosa Durga, porque tenía sus rayos de energía y de poder? ¿Por qué nadie podía contrariarla sin pagar las consecuencias? Como cuando su nuera Maneka coqueteó con los rebeldes amigos políticos de Sanjay y ella la echó de su casa, rompiendo así un tabú secular según el cual la mujer entra a formar parte de la familia del marido, que está obligada a mantener a la viuda porque ésta, en principio, no tiene ni puede aspirar a nada.

Este no era el caso de Maneka que era ambiciosa y quería suceder a Sanjay, pero Indira, monárquica (¿no había pasado la presidencia del Partido de su abuelo, a su padre, a ella y a Sanjay?), optó naturalmente por la propia sangre y después de la deplorable expulsión de Maneka, en la que además trató inútilmente de quedarse con su nieto Varun, le escribió una carta a Maneka que se filtró en la prensa, por voluntad suya, claro, en la que decía entre otras cosas que venían de familias diferentes, lo que rompía con la herencia gandhiana que proclama la igualdad entre las castas y las razas. La referencia clasista de Indira se refería al hecho de que los abuelos maternos de Maneka eran Sikhs. Maneka respondió con una carta, publicada en toda la prensa, en la que se quejó de maltratos y abusos físicos y mentales "que ningún ser humano habría soportado".

Así como se atrevió a ordenar el sangriento ataque al sacratísimo templo dorado de los Sikhs, sin duda su sentencia de muerte, así rompió Indira muchos tabúes políticos, religiosos y sociales que agobian bajo su irracional peso la informe aglomeración de más de 700 millones de seres, la séptima parte de la población mundial, un rompecabezas de decenas de razas, religiones y lenguas seculares que hace mucho tiempo convirtieron al país en fácil presa de déspotas y extraños. Cuando la India obtuvo su independencia en 1947, llevaba 150 años bajo el imperio inglés, que siguió a un dominio musulmán de más de cuatro siglos.

Después del ataque al templo de Amritsar Kushwant Singh, un conocido historiador de la cultura Sikh, mezcla de hinduismo y de mahometanismo que sólo cuenta con un libro sagrado de himnos místicos y sus templos, dijo que no había entendido el desafiante gesto de la Primer Ministro y que "ningún Sikh serio podría ni siquiera pensar en hablarle a la señora Gandhi". El historiador no es un extremista separatista, como tampoco lo es Giani Zail Singh, un Sikh nombrado presidente por Indira para apaciguar a los revolvotosos, pero que también fue blanco de la conspiración que sólo la alcanzó a ella. En contraste, los Sikhs extremistas gritaban en las calles de Nueva Delhi a propósito del carismático líder terrorista que murió en el ataque: "Por un Bhindranwale muerto nacen mil".

Esta frase promonitoria anunció en cierto modo el irracional baño de sangre que vendría. Indira terminó por creer las leyendas de invulnerabiiidad que circulaban sobre ella. Pero hay ciertos límites que ni ella podía rebasar. No pudo borrar la herencia de un pasado que sólo le dejó a los indios formas sociales injustas, prácticas mágicas, y barreras raciales y religiosas insalvables.

Muchos indios afirman, dice el agudo escritor trinitario de origen indio V.S. Naipaul, que desde la muerte de Gandhi "la verdad ha huido de la India y del mundo". Su visión, después de la muerte de Indira y de la orgía de venganza que ahora reina, sóla puede ser más negra.--

FRONTERA CALIENTE
El mayor y más reciente dolor de cabeza para Indira Gandhi en materia de política exterior era Pakistán. No hace más de dos semanas, el embajador hindú en Estados Unidos Girija Shankar Bajpai manifestó ante el Departamento de Estado la preocupación de su país por versiones que habían circulado insistentemente en el sentido de que Estados Unidos extenderá su "paraguas nuclear" a Pakistán en caso de que éste sea "agredido" por India. Tal versión había sido tomada de la prensa pakistaní, según la cual, el Presidente Ronald Reagan había enviado una carta a su homólogo pakistaní Zia Ul Haq, en la que le ofrecía esa protección. En esos mismos días dichos medios insistían en que, además la aviación hindú se estaba preparando para destruir las instalaciones nucleares de Pakistán en Kohat, región fronteriza con India.

Según periodistas de Nueva Delhi, la inteligencia militar norteamericana había elaborado un documento --que se filtró a la prensa después que circulara en el Congreso norteamericano-- en el que se asegura que aviones hindúes tipo Jaguar estaban siendo desplazados a bases cercanas a la frontera pakistaní. Después se supo que tal movilización de cazas no había tenido lugar y que la versión fue el producto de aerofotografías en donde densas capas de nubes indujeron a tal error.

Pero ya el clima de tensión entre los dos países asiáticos se había iniciado. Temiendo ser atacados, el gobierno de Zia Ul Haq corrió a solicitar a Washington que le vendiera aviones Awacs --que pueden detectar tráfico aéreo a 400 kilómetros a la redonda-- lo que vendría a completar el nuevo equipo de aviación militar que Pakistán adquirió de Estados Unidos este año. Tal equipo está compuesto de 40 aviones F-16, dentro de los cuales 21 tienen gran capacidad de penetración y pueden ser equipados con misiles nucleares. En los últimos meses por otra parte, tropas pakistaníes han tratado infructuosamente de ocupar la región del glaciar Siachen, en Ladakh, con el fin aparente de abrirse un camino hacia Srinagar, la capital de Cachemira, estado hindú sobre la frontera con China.

Preocupada por tales fenómenos y también por los intentos del gobierno de Islamabad de implementar clandestinamente un programa nuclear que pueda competir en el futuro con el poderío nuclear hindú, la primera ministra Indira Gandhi había dicho recientemente ante comandantes del ejército hindú que tal búsqueda de Pakistán introducía un "factor cualitativamente nuevo" para la seguridad de su país y lamentó que la administración norteamericana continuase suministrando ayuda militar al régimen militar de Pakistán, a pesar de las evidencias reunidas sobre el programa nuclear de Zia.

El explosivo elemento de los Sikhs tampoco está desligado de tales tensiones con Pakistan. Hace sólo 10 días el gobierno de Islamabad tuvo que desmentir informes según los cuales terroristas Sikhs habían sido "entrenados" en Pakistán y trasladados a la India para asesinar a los más altos líderes de ese país. Pese a tal desmentido, las autoridades de Punjab insistieron que habían sido capturados por ellos, cuatro "terroristas" de dicha secta, mientras trataban de ingresar a India en un automóvil robado, y que un quinto individuo, había logrado escapar. Los detenidos, según la policía, eran líderes de la Federación de Estudiantes Sikhs, organismo que jugó un papel central en los alzamientos de junio en Punjab, los cuales terminaron en la masacre del Templo Dorado en Amritsar, donde se dice murieron más de 600 militantes Sikhs a manos de las tropas de Indira, incluido Jarnail Singh Bhindranwale, máxima figura del ala radical de esa secta.

Para la Gandhi esa revuelta nunca dejó de tener ingredientes extraños. En un documento que preparó el secretario del Interior hindú, se dice que la meta de los Sikhs era establecer una Khalistán independiente "con pleno apoyo de potencias vecinas y extranjeras", en alusión indirecta a Pakistán, por lo menos. Un informe elaborado por las mismas autoridades indicaba, por otra parte, que muchas de las armas utilizadas por los extremistas incluían fusiles AK-47 de fabricación china y fusiles C-2 de Alemania Occidental que son considerados como los más sofisticados del mundo.

Con tales antecedentes, obviamente uno de los primeros jefes de Estado que lamentó el asesinato de la señora Gandhi fue Zia Ul Haq, quien expresó su "consternación y horror" por tal magnicidio.