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Según encuestas, casi la mitad de los brasileños cree que Bolsonaro debería ser sometido a un juicio político por su intento de influir en el Poder Judicial. El manejo del tema de la pandemia también ha afectado su imagen. | Foto: EVARISTO SA / AFP

BRASIL

La mala hora de Bolsonaro

A su criticado manejo de la emergencia sanitaria se suma la pelea con el ahora exministro Sergio Moro, quien lo acusa de querer manipular investigaciones contra sus hijos.

2 de mayo de 2020

¿Cava Jair Bolsonaro su propia tumba política? Según el expresidente Fernando Henrique Cardoso, una de las figuras públicas más respetadas de Brasil, sí. El gobernante ultraderechista corre el riesgo de no terminar su mandato por enredarse con dos temas muy sensibles. Uno, el manejo de la pandemia del coronavirus, que por su actitud desdeñosa amenaza con tomar dimensiones catastróficas en el gigante sudamericano. Y dos, la independencia de las autoridades judiciales del país, con un aparente intento suyo de manipularlas para blindar a sus hijos, contra quienes hay investigaciones en curso.

En el continente, Bolsonaro es prácticamente el único mandatario que a estas alturas aún cree que la pandemia es una “gripita”. Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador, otros dos incrédulos, reaccionaron ante las evidencias y hoy mal que bien acatan lo que dicen los científicos. En Brasil, en cambio, el Gobierno federal les dejó el liderazgo a los gobernadores de los estados y se dedicó a ir contra la mayoría. El presidente rechaza las cuarentenas y pronostica que moriría más gente por hambre si parara la economía.

Bolsonaro, incluso, destituyó a su ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, por mostrarse a favor del aislamiento social. Hasta las bandas mafiosas de las favelas han actuado con más responsabilidad, al imponer reglas estrictas para evitar que la enfermedad se propague.

Moro se fue del gobierno de Bolsonaro provocando un escándalo político que puede hacerle un gran daño al gobierno del militar retirado. AFP

Como resultado, Brasil hoy tiene más de 400 muertos por día y la cuenta total, sin que la curva haya alcanzado su pico aún, ronda los 6.000, con más de 80.000 contagiados. Un estudio del Imperial College de Londres determinó que el país vecino tiene el número de reproducción más alto entre 48 naciones: 2,81, lo que quiere decir que cada portador contagia a casi tres personas. Solo el 27 por ciento de los brasileños, según una encuesta reciente de Datafolha, aprueba el manejo de Bolsonaro a la pandemia, y siete exministros de Salud lo denunciaron ante la alta comisionada para los derechos humanos en las Naciones Unidas como potencial causante de un “genocidio”.

Sin embargo, nada parece hacerle mella al mandatario, que esta semana, ante las noticias de un nuevo récord de muertos por coronavirus, dijo: “¿Y qué? Lo lamento. ¿Qué quieres que haga? Soy Mesías [su segundo nombre], pero no hago milagros”.

Si la pandemia no lo arrastra fuera del Palacio de Planalto, podría hacerlo el escándalo que destapó Sérgio Moro. Este es el popular exjuez que llevó, en un dudoso proceso, al expresidente Lula da Silva a prisión y que Bolsonaro presentó al posesionarse como su garantía de que los escándalos de la era Lula-Dilma no se repetirían.

Hace una semana, Moro dejó el Ministerio de Justicia en protesta porque Bolsonaro había echado a Maurício Valeixo, hombre de su confianza y director de la Policía Federal, que también maneja investigaciones secretas. El presidente dijo que lo había hecho para poner a alguien “que se dejara hablar”, y escogió en su reemplazo a un amigo de su hijo Carlos, Alexandre Ramagem, quien dirigía ya la Agencia Brasileña de Inteligencia.

De acuerdo con la prensa, a Carlos y Eduardo Bolsonaro los asocian con una red dedicada a elaborar noticias falsas e infundir amenazas contra autoridades judiciales que no forman parte de la línea del presidente. Contra el otro hijo, Flavio, también hay pesquisas.

El divorcio con Moro no tardó en tener consecuencias. El Supremo Tribunal Federal le dio 60 días a la Policía Federal para recibir testimonio del ahora exministro y definir en qué delitos pudo haber incurrido Bolsonaro. Pero como la Policía en manos del amigo del presidente y sus hijos probablemente no haría bien ese trabajo, el tribunal echó para atrás el nombramiento de Ramagem. Bolsonaro se resiste aún a aceptarlo. “Yo soy el que designa”, respondió.

Si el tribunal se impone y las declaraciones de Moro resultan contundentes, la Cámara de Diputados podría autorizar al Supremo para iniciar la investigación. Si este concluye que hubo “interferencia política”, pondría en marcha el proceso de impeachment y Bolsonaro podría terminar como Dilma Rousseff en 2016: fuera del poder. De acuerdo con una encuesta del diario Folha, casi la mitad de los brasileños considera que el presidente merece ir a juicio político, lo cual no es poco dado que el proceso apenas empieza.