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La peste del siglo XXI

Una enfermedad provocada por un virus misterioso produce pánico y desconcierto en el mundo entero.

13 de abril de 2003

Desde hace 20 años el comerciante Peter Chan tiene la costumbre de sentarse frente a su tienda, ubicada a sólo unos pasos del templo Man Mo en Hong Kong. Allí vende bronces y cerámicas con la imagen de Buda, un producto que resulta muy atractivo no sólo para los devotos taoístas que van a rezar al templo sino también para los miles de turistas que a diario pasan por esa calle. Durante esas dos décadas su negocio ha sido próspero, al igual que los de toda la región. Pero desde hace dos semanas el flujo de compradores que entran a su tienda cayó drásticamente lo cual ha puesto en grave riesgo sus finanzas personales. "Nunca había visto una situación tan mala, se queja Chan. Ni siquiera después del 11 de septiembre".

El culpable de su situación no es la competencia ni la globalización sino el síndrome de neumonía atípica (Sars por su sigla en inglés), una condición generada al parecer por un virus de la familia de los coronavirus, conocido por su gran facilidad para tomar fragmentos del material genético de otros virus y mutar.

Como es obvio, las víctimas directas de esta epidemia han sido las 2.750 personas reportadas con la enfermedad en por lo menos 20 países, de las cuales al cierre de esta edición 103 ya han muerto. Pero el síndrome también ha afectado severamente la economía de toda la región. Los más vulnerables han sido los pequeños comerciantes -como Chan- y los propietarios de restaurantes, cuyas ventas han bajado a la mitad por falta de clientes. Igualmente las compañías más fuertes y estables, como las aerolíneas asiáticas, que se habían mantenido alejadas de la turbulencia por la que atraviesa este sector en el mundo, se han visto golpeadas y ya adoptaron medidas para mantenerse. Cathay Pacific, Dragon Air, Thay Airways y China Airlines cancelaron varias de sus rutas y redujeron la frecuencia de sus vuelos. El tráfico de pasajeros de Tokio a Hong Kong ha caído en 80 por ciento, según informó una aerolínea japonesa, y el gobierno de Taiwan está considerando cancelar todas las conexiones aéreas a China. El panorama anterior ha hecho que los economistas prevean un impacto en el crecimiento económico del Extremo Oriente. La firma Morgan Stanley estima que se perderán cerca de 15.000 millones de dólares este año por la disminución de turistas y la drástica caída en las ventas de mercancía. "Creemos que esta enfermedad provocará una crisis económica tan grave en Asia como la que se vivió en 1998", dijo Andie Xie, economista de esta firma.

Las acciones de la corporación Ctci, que construye plantas petroquímicas en China, cayeron drásticamente la semana pasada cuando a cuatro de sus empleados en Taipei (Taiwan) se les detectaron los síntomas del Sars.

La nueva enfermedad amenaza incluso a negocios que están lejos de la región, como la industria de computadores, de la cual China es una de las sedes de producción más importantes. Los coletazos son tan inesperados que hasta cierto punto es difícil prever cómo la economía mundial se verá afectada. La bancarrota de Air Canada, por ejemplo, se ha asociado a esta nueva crisis, así como la caída en las ventas de los almacenes y restaurantes de los barrios chinos de Nueva York y San Francisco.

No es exagerado decir que la enfermedad ha causado una inmensa preocupación en el mundo entero. En ciudades de Asia se desempolvaron las viejas reglas de cuarentena empleadas para enfermedades ya controladas, como la lepra o la tuberculosis. Las escuelas cerraron sus puertas. En Taiwan han aislado a más de 500 habitantes. Tailandia piensa usar antiguas colonias para tener en cuarentena a los supuestos infectados y por las calles y aeropuertos de muchas ciudades del mundo se observa a cientos de personas usando máscaras protectoras para evitar el contagio.

En los aeropuertos los viajeros han vivido en carne propia las nuevas restricciones. A las medidas de seguridad adoptadas a raíz del 11 de septiembre ahora se suma un interrogatorio por parte de los empleados de las aerolíneas acerca de posibles síntomas o contactos directos con gente infectada. Si hay un pasajero sospechoso se remite de inmediato a un centro de salud. Este esfuerzo podría resultar vano debido a que los síntomas de la enfermedad son fiebre, escalofríos, dolor de cabeza, malestar y tos seca, muy parecidos a los de la gripa común. Por eso no es de extrañar que se hayan presentado falsas alarmas, como sucedió con un avión procedente de Tokio que fue declarado en cuarentena en San José, California, pues se sospechaba que algunos pasajeros que habían embarcado en Hong Kong tenían los síntomas. Después de varias horas de espera los oficiales de salud se dieron cuenta de que los sospechosos sufrían de otra enfermedad. En Australia se dictó una medida de urgencia para detener a cualquier sospechoso de padecer el síndrome. El temor ha llegado a tal punto que el gobierno suizo prohibió hace un par de semanas la entrada de visitantes de China, Hong Kong, Vietnam y Singapur a una convención de relojes y joyas que se realizaba en ese país, una medida que ha sido considerada como racista pero que los suizos han defendido como apropiada para las circunstancias.

Todo este miedo frente a la misteriosa enfermedad se entiende si se tiene en cuenta que no existe un tratamiento para manejarla y además tiene una tasa de mortalidad entre 3 y 4 por ciento (si el síndrome afectara a la humanidad cobraría 180 millones de víctimas, más de la mitad de la población de Estados Unidos). A esto se suma que se transmite por aire o simplemente cuando alguien enfermo estornuda o tose. Cada día viajan por el mundo millones de personas, lo cual hace que la posibilidad de una pandemia sea real en lugares alejados de China como Amsterdam o Atlanta. De hecho sólo se necesitó una persona -una anciana que venía de Hong Kong a Toronto- para llevar el brote a Canadá, el cual ha dejado 20 muertos.

Según el Centro para el Control de Enfermedades de Atlanta el coronavirus no es un extraño para los humanos pues provoca gripas y diarreas inofensivas pero en animales es capaz de causar la muerte. Los expertos creen que se trata de un brote natural y no de un arma química pues la provincia de Guandong es un lugar donde comúnmente se generan cada año las nuevas cepas de influenza y otros virus debido a las condiciones de hacinamiento entre hombres y animales, lo cual permite que muchos microbios se adapten para parasitar otras especies.

Aunque los alcances de la epidemia se conocieron apenas el 15 de marzo, cuando la Organización Mundial de la Salud expidió un comunicado de alerta, la enfermedad apareció en la provincia de Guandong en noviembre de 2002. A pesar de que los médicos locales veían que era una neumonía atípica las autoridades se abstuvieron de reportarla, pensando probablemente que la podían manejar sin crear pánico. Este hecho tiene enfurecidas a las autoridades sanitarias pues en opinión de algunas la epidemia se hubiera podido neutralizar más fácilmente.

Resulta paradójico que en pleno siglo XXI, el siglo de la biotecnología, la humanidad viva el mismo pavor que sintió en el siglo XIV ante el avance de la peste negra.