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| Foto: Sophia/Getty

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La robot Sophía: entre el mito y la realidad

El robot “humanoide” más popular del momento estuvo en Cartagena, mostró lo que se puede y lo que no en materia de Inteligencia Artificial y se robó el corazón del público.

Álvaro Montes
1 de septiembre de 2018

Ni mucho ni muy poquito. La robot humanoide Sophia, que ganó aplausos en Cartagena durante su presentación en el congreso de tecnología Andicom, es un reflejo exacto del estado actual de la investigación en Inteligencia Artificial. No es, ni de lejos, Her, Skynet o Hall 9000, aquellas plataformas inteligentes que el cine convirtió en un sueño, amable o temible, de la cultura popular. 

No es el robot humanoide que vimos en “Bicentennial Man”, encarnado por el inolvidable Robin Williams. Y la realidad es que el mundo está lejos de ver todavía esas fantasías y, a decir verdad, en el lado serio de la ciencia no se espera ni se busca tales personajes. Pero tampoco es simplemente un animatrónico con una grabadora atrás repitiendo palabras que no entiende, como los muñecos que el público disfruta en los parques de Disney.

La robot Sophía, primera máquina con pretensiones humanoides que se hace popular en el mundo, pone al alcance del público los avances en procesamiento del lenguaje natural que la industria ha logrado a la fecha y hace los primeros pinitos
en interacción personal y emocional entre humanos y máquinas. 

La industria ya tiene en el mercado avanzadas plataformas de Inteligencia Artificial que sobrepasan en destrezas específicas a Sophía. Watson de IBM ofrece inteligencia de negocios, y su asesoría hace ganar millones a las empresas que lo utilizan, por sus análisis del comportamiento de los mercados. 

Aplicado en oncología, Watson propone los más acertados tratamientos contra el cáncer, personalizados para cada paciente, y su abuelo, la computadora DeepBlue, venció al gran Kasparov en el juego de ajedrez. Pero se trata de algoritmos y redes neuronales, con los que se interactúa a través de pantallas y teclados. Sophía no hace nada de eso; solo más o menos conversa y ofrece respuestas generales a preguntas que hay que enviar con anticipación a sus creadores, la empresa
Hanson Robotics.

Pero sus respuestas son producidas enteramente por ella, fruto del esfuerzo de su cerebro electrónico. No es un archivo de audio grabado por humanos tras bambalinas, aunque la suspicacia del público pueda pensar lo contrario. Lo interesante de Sophía es que ofrece –a manera de espectáculo mediático– un primer asomo de lo que será –en un siglo o dos, no está claro cuánto tiempo tomaría– la interacción humana con robots “humanoides”.

Sophía tiene piel artificial, que luce casi como nuestra piel, flexible, con pliegues y arrugas, que le permite expresar en su rostro una variedad de gestos, pocos pero casi humanos. Sonrisa suave, tristeza leve y hasta guiños, con los que acompaña sus diálogos.  

En un primer contacto con la prensa, en horas de la mañana del viernes 31 de agosto, la máquina resultó más bien  decepcionante. La empresa Hanson Robotics no permitió entrevista propiamente dicha, sino que solo pudimos escucharla responder a preguntas que se le habían enviado un mes antes y que eran leídas por una persona de la empresa, cuya voz ya es reconocida por el robot. 

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Francamente, daba la sensación de un simple truco para descrestar tontos, con un maniquí del que salía una voz que bien podría ser una grabación previa. No obstante, para quien sabíamos un poco acerca de la tecnología detrás del experimento, era emocionante pararse frente a ella, y fue escalofriante la sensación de ser mirado por sus ojos penetrantes durante un fugaz par de segundos. 

Se sentía como ser mirado por un ser vivo. Pero Hanson Robotics la sacó del estadio al medio día, durante el cierre del congreso Andicom, en el auditorio repleto del Centro de Convenciones Cartagena de Indias. Allí, bajo la conducción del colega Wilson Vega, editor de tecnología de El Tiempo, el público pudo ver de qué es capaz la magnífica Sophía. Hubo preguntas del periodista y del público, cuyas respuestas resultaron consistentes en la mayoría de casos y hasta divertidas.

Consultada acerca de si cree en Dios, respondió con una contra pregunta: “Mis opiniones no son lo suficientemente fuertes. ¿Qué piensas tu del tema?”. Una buena salida a una pregunta capciosa. Interrogada acerca de qué la hace feliz, dio una respuesta políticamente correcta: “Estar acá en Andicom”. También guardó silencio o respondió algo vago e incoherente en un par de ocasiones, cuando claramente no comprendió ni pudo procesar las preguntas que se le hicieron.

Pero es evidente que su desempeño en estos espectáculos es cada vez mejor. Ha sido llevada como “speaker no humana” a tros eventos de este tipo en Europa y Asia, y su comportamiento está mejorando. Basta seguir en Youtube los registros de eventos anteriores para verificarlo. Es lo que la industria llama “aprendizaje de máquina”.

Siri, la asistente de voz de los teléfonos iPhone, es más útil que Sophía. No hay duda. Pero tiene dentro un enorme universo lingüístico y acceso a los mapas, que los ingenieros han agregado para hacer más atractivos estos dispositivos de uso diario.

En contexto: La robot Sophia causó sensación en Cartagena

Lo esencial de Sophía no es que su inteligencia sea superior –y no lo es ni de lejos– a lo que la industria ya ha puesto en el mercado en otros productos (robots no humanoides), como plataformas de negocios, asesores de salud en grandes clínicas, o autos que se conducen solos y que ya están en fase de pruebas en varias ciudades, sino la interface cuasi humana que tiene Sophía, y que permite aproximar al público, por primera vez por fuera de los laboratorios, a lo que en un futuro podrían ser las experiencias de contacto entre las personas de carne y hueso y las máquinas inteligentes.

Más allá del show, que es realmente entretenido, el experimento de Hanson Robotics ofrece una de las primeras experiencias, muy primitivas sin duda, de interacción del ciudadano común con aquellas máquinas que Hollywood sembró en nuestras mentes y con las que el público seguirá soñando hasta que algún día se hagan realidad.