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| Foto: Twitter: @NicolasMaduro

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Maduro modelo 2019

El hombre que se posesiona hoy para su segundo mandato al frente de Venezuela no es el mismo que lo hizo hace seis años. Graduado como dictador, Nicolás Maduro ha radicalizado su discurso y se prepara para gobernar de espaldas a su pueblo y siendo un paria internacional.

10 de enero de 2019

Hace seis años, el 14 de abril de 2013, Nicolás Maduro llegó al poder a los 51 años y con una victoria pírrica de poco más de 200.000 votos sobre su contrincante, el opositor Henrique Capriles. Aunque ajustadas, la legitimidad de las votaciones y la victoria de quien en campaña se presentó como “hijo de Chávez” y “hombre del pueblo” fueron apenas cuestionadas.

Había llegado al Palacio de Miraflores con el impulso que en sus últimos momentos le dio su antecesor. El sábado 8 de diciembre de 2012, un desahuciado Hugo Chávez se dirigió a los venezolanos en un discurso televisado en el que señaló a Maduro como el continuador de su Revolución Bolivariana.  

“Si algo ocurriera, repito, que me inhabilitara de alguna manera, Nicolás Maduro no solo en esa situación debe concluir, como manda la Constitución, el periodo, sino que mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que en ese escenario que obligaría a convocar de nuevo a elecciones presidenciales, ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se los pido desde mi corazón”, fueron sus palabras.

Maduro había llegado al puesto más importante del país tras una carrera en la izquierda que comenzó muy joven con su vinculación a la Liga Socialista, grupo activista al que entró cuando apenas era un estudiante de colegio. Ahí comenzó a involucrarse con la causa revolucionaria. Entre 1986 y 1987 viajó a Cuba como parte de un programa de becas que el Partido Comunista de Venezuela le otorgó a la Liga, y allí se formó en las bases del comunismo de Fidel Castro.

De regreso a su país, en 1991, se hizo conductor de bus del sistema integrado del Metro de Caracas y fue allí donde comenzó su actividad sindical. Un año más tarde, tras el fallido golpe de estado de Hugo Chávez, se convirtió en uno de los más fieles admiradores del coronel golpista, a quien solía visitar en su celda de la cárcel de Yare. De hecho, en una de esas visitas conoció Cilia Flores, abogada de Chávez, quien se convertiría en su segunda esposa —la primera fue Adriana Guerra, con quien tuvo a su único hijo— y es la actual primera dama.

Su fidelidad rindió frutos cuando Chávez  asumió la presidencia en 1999. A su amparo tuvo un ascenso vertiginoso que lo llevó a ser diputado de la Asamblea Constituyente, presidente del parlamento, canciller, vicepresidente y presidente encargado.

Llegó a gobernar tras la bendición del caudillo y por encima de pesos pesados del chavismo como Diosdado Cabello, el militar más influyente del país. Desde ese tiempo se ufanaba de nunca haber pisado una universidad y se identificaba con sus electores más humildes llamándose a sí mismo “presidente obrero”.

Tras su investidura, las notas de prensa aún lo cobijaban con el beneficio de la duda, pues había mostrado un  talante conciliador —tuvo un papel fundamental en las negociaciones de paz entre la guerrilla de las Farc y el gobierno colombiano— y se decía que tenía un carácter afable. Del Maduro que hoy toma posesión, nadie diría algo semejante.

Quien en un principio fuera calificado como una copia defectuosa de Chávez —a quien intentaba imitar en sus discursos con salidas populistas pero sin el ingenio de aquel— ha logrado dejar en segundo plano esa sombra para convertirse por sus propios méritos en uno de los líderes más controvertidos del planeta.

Lo ha hecho a fuerza de quebrar la institucionalidad. Tras su derrota en las elecciones parlamentarias de 2015, por ejemplo, le quitó el poder a la Asamblea Nacional que había quedado en manos de sus detractores. También ha perseguido sin tregua a la oposición, cambiado las reglas electorales y censurado a los medios de comunicación que se atrevan a cuestionarlo.

Las cifras de su gobierno son contundentes. La deuda venezolana suma el 159 por ciento del PIB del país, la inflación para este año se calcula en 10.000.000 por ciento, el salario mínimo no alcanza ni para pagar un almuerzo y el éxodo de venezolanos sumó más de tres millones de personas en 2018. El presidente, que en 2014 prometió que derrotaría  por completo la pobreza, no solo no logró su cometido, sino que hizo de esta un estilo de vida para los venezolanos —el  90 por ciento de ellos vive actualmente en la pobreza.

Las causas que explican su permanencia nada tienen que ver con su popularidad, pues la inercia de la Revolución Bolivariana que lo llevó a su primer mandato hace tiempo desapareció. Maduro se mantiene gracias al apoyo de una cúpula militar corrupta, de una élite que se beneficia del status quo y de potencias extranjeras como China y Rusia, con agenda propia en la región.

Inicia su nuevo periodo despotricando del Grupo de Lima, de Estados Unidos, de la Unión Europea, entre otros, y enfrentando el rechazo de la mayoría de sus compatriotas. Nicolás pueblo”, como se ha llamado a sí mismo, empezará gobernando de pelea con el mundo.