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Políticos que vuelven su poder un chiste y ganan adeptos con sus mensajes.

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Payasos al poder

Un buen número de políticos convirtió el ejercicio del poder en un chiste siniestro. ¿Qué tan bien se gobierna cuando todo termina en populismo y antipolítica?

26 de mayo de 2019

El humor permea todo, incluso el poder. Los políticos, ya sea como candidatos o gobernantes, echan mano de chistes, exageraciones o situaciones absurdas para conectar con los ciudadanos, pero sobre todo con sus audiencias, que los siguen de cerca por televisión y redes sociales. La risa les permite conectar con el público y los hace ver humanos, más cuando se ridiculizan a ellos mismos.

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Sin embargo, en los últimos tiempos no hacen chistes, sino que resultan, a veces sin quererlo, absolutamente ridículos. Más que políticos con un sentido del humor inteligente, parecen una epidemia de payasos y bufones que han puesto en ridículo el ejercicio de los cargos de elección popular. La lista es larga y parece no detenerse: el imitador y primer ministro de Serbia, Marjan Šerec; el actor y presidente de Guatemala, Jimmy Morales; el cómico y fundador del Movimineto Cinco Estrellas, Beppe Grillo; el excalcalde de Reikiavik, Jón Gnarr; el británico Nigel Farage...

El problema es que las decisiones y posturas de estos personajes, a veces siniestros, afectan la vida de millones de personas. Además, al comportarse como payasos (con sus muecas, bailes y chistes) refuerzan una idea que ha calado en las masas: los outsiders lejanos a las élites políticas, que tanto daño han hecho, deben mantenerse en el poder.

SEMANA analiza seis casos representativos alrededor del mundo.

Donald Trump

Donald Trump suele adoptar gestos histriónicos dignos de Mussolini.  El jueves dijo ser  “un genio  increíblemente  estable”.

El presidente de Estados Unidos guarda una vieja relación con las cámaras. Popularizó su figura en el reality ‘El aprendiz’, donde repitió hasta el cansancio la frase: “Estás despedido”. Luego, Trump construyó su imagen en los debates a partir de matonear, sin pudor, a Hillary Clinton, y de imitar a un minusválido. En la presidencia, sus gestos burlescos no han parado. En enero, y en pleno cierre de gobierno, pidió cientos de hamburguesas para dos eventos en la Casa Blanca ante la ausencia del personal de cocina. Además, cada vez que puede ridiculiza a sus opositores con apodos: a la senadora Elizabeth Warren la llama Pocahontas, y al líder demócrata Chuck Schumer, Llorón. El magnate ha impuesto la ofensa como el lenguaje predilecto de la Casa Blanca.

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Volodímir Zelenski

Volodímir Zelenski, comediante y político inexperto, tiene vínculos cercanos con grandes banqueros de Ucrania. Se teme que el poder financiero lo influencie.

El caso del presidente ucraniano llama la atención por sus antecedentes premonitorios. Antes de llegar al ejecutivo, Zelenski ganó fama por interpretar al presidente del país en un popular programa de comedia ucraniano. Si bien en la ficción luchó contra la corrupción, nada garantiza que en su gobierno siga el mismo libreto. Zelenski disolvió el Congreso esta semana por no tener las mayorías que quería, lo que demuestra que un cómico puede poner de cabeza, casi de inmediato, las ramas del poder de un país.

Rodrigo Duterte

Rodrigo Duterte afirmó, campante, que mató a tres traficantes cuando fue alcalde de Dávao.

A muchos filipinos parece tenerles sin cuidado que su presidente, Rodrigo Duterte, pose con frecuencia empuñando armas. Cada vez que puede promueve o se vanagloria del uso de la fuerza: alardeó sobre su intento de violar a una empleada doméstica y amenazó con lanzar a los corruptos desde un helicóptero. Sus defensores dicen que se trata de chistes, pero son siniestros: su guerra contra el tráfico de drogas ha causado 7000 muertes, muchas de ellas perpetradas por la Policía.

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Jair Bolsonaro

Jair Bolsonaro dijo que una opositora era tan fea, que no merecía ni que la violaran.

Tanto en sus años de parlamentario como ahora en la presidencia, el histriónico exmilitar siempre ha buscado la polémica. Durante su campaña los medios brasileños recordaron cuando le dijo a una diputada del Partido de los Trabajadores que era tan fea que ni siquiera valía la pena violarla. Hábilmente, además de sus groseras frases, Bolsonaro ha caricaturizado con éxito su imagen pública: suele pronunciar frases grandilocuentes y adonde va hace con sus manos el gesto de pistolas a punto de disparar, como si fuera el texano petrolero de Los Simpson.

Nicolás Maduro

Nicolás Maduro no ha tenido problema en decir que habla con los pájaros.

Después de seis años en el poder, hoy día ya no se sabe si lo que dice Nicolás Maduro es cómico o trágico. Sin importarle que la economía del país naufrague en la hiperinflación, Maduro tiene tiempo para bailar en manifestaciones públicas y lanzar hipótesis electorales inviables. Así ocurrió cuando dijo: “Yo me lanzo de alcalde en Cúcuta y gano con el 100 por ciento de los votos”. Ante la crisis, más que soluciones y preocupación, Maduro se burla de la suerte que han corrido los tres millones de venezolanos que han salido del país debido a la crisis, según Naciones Unidas.

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Boris Johnson

Boris Johnson suele participar en programas de comedia de la televisión inglesa.

Este político recuerda al fallecido comediante inglés Benny Hill, conocido por su vulgaridad. Cuando fue alcalde de Londres, se lanzó por un cable con banderitas del país para promocionar la ciudad como sede de los Juegos Olímpicos de 2012, y quedó atorado por varios minutos. Exministro de relaciones exteriores de Theresa May y ahora activo promotor del Brexit duro, con su pelo cuidadosamente despeinado suele llamar a los periodistas “sanguijuelas y parásitos”, o caer en gestos sexistas y homofóbicos. Y ahora suena para primer ministro.