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Sebastián Piñera podría ser el segundo presidente chileno reelecto. Foto: AFP

ELECCIONES

El giro a la derecha de Chile

Sebastián Piñera tiene todo para regresar al poder. Su reelección confirmaría el retroceso de la izquierda no solo en Chile, sino también en el resto de América.

11 de noviembre de 2017

A una semana de la primera ronda de las elecciones presidenciales de Chile, todo apunta a que el expresidente Sebastián Piñera será el más votado de los ocho candidatos que quieren suceder en el Palacio de La Moneda a la presidenta Michelle Bachelet. La gran pregunta es qué tan amplio será el margen de su victoria este 19 de noviembre. Algunos analistas piensan que podría superar el 50 por ciento de los votos, con lo que evitaría ir a una segunda vuelta a mediados de diciembre. Otros, más realistas, advierten que el balotaje es inevitable. Todos, sin embargo, apuntan a que tiene de lejos la mayor opción para gobernar el país desde el próximo 11 de marzo.

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Piñera ha hecho una campaña aceptable. Por un lado, lo apoya una coalición ordenada que desde el principio ha tenido el propósito de recuperar el poder y ha sabido interpretar mejor que sus contrincantes las aspiraciones económicas de la clase media. De hecho, el expresidente ha sabido proyectar una imagen de líder talentoso y eficaz, que podría devolverle a Chile las tasas de crecimiento de hace una década, cuando el país se convirtió en el ‘milagro de América’. Por el otro, se ha desmarcado de los escándalos penales y políticos que, al término de su mandato (2010-2014), lo convirtieron en uno de los presidentes más impopulares de la historia de Chile.

Aunque muchos de sus exministros tienen procesos judiciales por delitos de corrupción –y el propio Piñera conserva uno abierto por conflicto de intereses–, esos temas no han protagonizado la campaña ni le han quitado votantes. Según la más reciente encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP), la principal medición del pulso político en Chile, al 30 de octubre el expresidente tenía el 44,4 por ciento de la intención de voto. Su contrincante más cercano, el oficialista Alejandro Guillier, el 19,7 por ciento. Y en tercer y cuarto lugares están los también izquierdistas Beatriz Sánchez y Marco Enríquez-Ominami, que cuentan con el 8,5 y el 4,6 por ciento respectivamente. De hecho, el liderazgo de Piñera se explica más por los errores y el desgaste de sus contrincantes, que por las virtudes de su campaña.

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En primer lugar, porque el segundo gobierno de Bachelet se ha convertido en un lastre para la izquierda chilena. Por un lado, el electorado no le perdonó haberse hecho la de la vista gorda con el caso Caval, un escándalo de corrupción protagonizado por su propio hijo cuando apenas comenzaba su segundo mandato. Su honestidad de la noche a la mañana se esfumó como su principal activo político. Por el otro, las reformas que adelantó durante su gobierno le valieron el repudio de sus propios seguidores, que rechazan la forma como las aplicó.

En segundo lugar, en el abanico electoral de la izquierda hay variedad, pero no calidad. “Las de Guillier y Sánchez son candidaturas improvisadas”, le dijo a SEMANA Cristóbal Bellolio, profesor de Ciencias Políticas de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez. “Guillier recibió el respaldo del oficialismo porque era la figura más popular, no porque tuviera la mayor capacidad política ni la estructura partidista más sólida. Y Sánchez es la representante de los movimientos estudiantiles en reemplazo de sus líderes naturales, Giorgio Jackson y Gabriel Boric, que no pudieron postularse a la Presidencia porque no tienen la edad constitucional requerida”. Las diferencias entre esas dos tendencias son de tal magnitud, que no se puede dar por descontado que Sánchez apoye a Guillier, el más opcionado para enfrentarse a Piñera en segunda ronda.

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Y en tercer lugar, Piñera se está beneficiando de un cambio de tendencia política que atraviesa toda América Latina. Desde 2016, en Argentina, Perú y Brasil los presidentes Mauricio Macri, Pedro Pablo Kuczynski y Michel Temer reemplazaron a sus predecesores de izquierda (si bien Temer no lo hizo mediante las urnas). A ese proceso han contribuido el desgaste de varios años en el poder, muchos escándalos de corrupción y la dificultad de la izquierda de renovarse. Pero también la capacidad de la derecha de presentarse más como una fuerza concentrada en el crecimiento económico y en resolver los problemas prácticos de la gente, que en defender ideologías. En ese orden de ideas, Piñera ha explotado con maestría su reputación de empresario eficiente y exitoso. Su victoria sería el último clavo en el ataúd de la ‘marea rosa’ que cubrió el continente la década pasada.