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Así se vive en el Campamento por la Paz

La Plaza de Bolívar se convirtió en el hogar de un grupo de personas que decidieron manifestarse permanentemente como apoyo a la búsqueda de la paz y la reconciliación.

10 de octubre de 2016

De la euforia colectiva, de las velas y los carteles de la multitudinaria marcha convocada por universitarios en favor de la paz quedó una manifestación permanente. Algunas personas decidieron quedarse en la Plaza de Bolívar a ‘vivir’ en carpas para exigir paz. Primero fueron dos carpas, después siete, hasta que al comienzo de esta semana ya eran más de 50, que albergan un centenar de personas.

El Campamento por la Paz, como fue llamado, es un ejemplo de la forma como las personas, aun sin conocerse, pueden convivir por un objetivo común. Allí hay reglas de convivencia, equipos de logística, seguridad, prensa y pedagogía para la paz.

“Yo no soy de ningún partido político, estoy acá porque quiero construir la paz y estoy dispuesta a escuchar. Porque a pesar de que seamos personas desconocidas, queremos construir un país mejor”, aseguró Jennifer Franco, una joven de 25 años que decidió ‘mudarse’ a la Plaza de Bolívar.

En su interior también se está buscando un consenso con el fin de que sus voces calen con un mensaje claro. Hasta el momento han definido dos puntos del acuerdo de paz firmado en La Habana que, a su parecer, se deben respetar: el de víctimas y el cese del fuego.

Allí, en pleno corazón de la capital, pernoctan personas de todas las clases sociales y oficios. Universitarios, líderes sociales, trabajadores, artistas, amas de casa. Pero tal vez una de las que más llaman la atención por su importancia es la carpa de la Mesa de las Víctimas de Soacha.

“La moral de nosotros es que nos están apoyando, estamos acá por nuestros muertos, porque estamos cansados de sufrir”, dijo Esperanza Vargas*, una de sus líderes.

Los verdes ojos de Esperanza cuentan su dolor. Entre paramilitares y guerrilla su familia fue asesinada. “Yo viví la guerra, no la vi por televisión, por eso estoy aquí”, aseguró con voz suave pero firme.




Esperanza no es la única víctima que decidió manifestarse. Martha Varón, una mujer de 60 años, también ha sufrido la guerra. Cuando era muy joven su familia fue desplazada de Tolima por las FARC y decidió irse a probar suerte en Venezuela. “Yo nací en guerra, pero quiero vivir en paz”, afirmó.



Martha asegura que no sólo habla y lucha por ella, sino por los colombianos que viven en el vecino país, ya que es la presidenta de la Comunidad Colombiana Residente en Venezuela. “Allá hay muchos colombianos, incluso guerrilleros, que están esperando la paz para volver”.

A medida que el tiempo ha pasado, las condiciones de estas personas han cambiado. El sábado, en la Plaza se respiraba un ambiente festivo, había una tarima del Distrito por la que pasaron grupos musicales y personas a dar sus opiniones.

Las carpas fueron acordonadas por una bandera gigantesca de Colombia convertida en pizarra, en muro para expresarse. En medio del campamento se alza una bandera blanca como símbolo del anhelo común.

Las necesidades básicas están cubiertas, cada uno ha puesto su granito de arena. La comida no ha faltado, por medio de donaciones ha llegado a borbotones.

La otra cara de la manifestación

Por fuera del campamento se alzaban dos carteles blancos disonantes que decían: “Queremos paz pero sin impunidad, al plebiscito el pueblo dijo No”, “Premio Nobel de Medicina FARC por llevar más de 50 años vacunando al pueblo”.



En medio del ambiente festivo que había para pedir que se llegara a un acuerdo pronto con las FARC, estas letras mostraban la otra cara de la moneda. “Yo he sido desplazada cuatro veces, he sufrido la guerra 54 años, toda mi vida”, clamaba la mujer que sostenía uno de los carteles.

Ella quiere ser oída, alega que no es uribista sino desplazada y que por eso votó No en el plebiscito para que los oyeran. “Nosotros no nos vendemos, queremos la verdad”, decía mientras sus ojos miraban al horizonte como si allí todavía estuvieran los horrores que vivió.

ASL, así pidió ser llamada, agregó que era una desplazada del sur de Bolívar, fue secuestrada y su esposo y su familia asesinados. “Lo único que me queda son dos hijas de 5 y 8 años producto de la guerra”.

Pide poder sacar su dolor, que “no le dejen el camino tan fácil a los guerrilleros ni a los que han hecho la guerra”, y sobre todo, reclama una vida digna. “¿Por qué ellos (los guerrilleros) van a tener un sueldo y nosotras las víctimas no tenemos ni trabajo?”, se lamenta.

*Nombre protegido por petición de la fuente.