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Lagunas místicas, chorros de agua cristalina y centenares de frailejones decoran el paisaje del nacimiento del río Bogotá en el páramo de Guacheneque, el único lugar libre de contaminación. | Foto: NICOLÁS ACEVEDO ORTIZ

INFORME ESPECIAL

La verdadera cara del río Funza

Una nata densa, negra y olorosa. Ese es el referente que tiene la mayoría de colombianos sobre el río Bogotá. Sin embargo, bajo esa máscara está su verdadero rostro: un río de aguas cristalinas que serpentea por un páramo. Así debería fluir por sus 380 kilómetros de trayecto, pero lo hace en no más de 11.

7 de julio de 2019

En Guacheneque, un páramo de 8.900 hectáreas incrustado en las montañas de Villapinzón, el río Bogotá recibe sus primeras gotas. Fluye cristalino y rodeado de frailejones. Los campesinos de ruana lo llaman Funza, nombre muisca que significa gran señor.

En la época prehispánica, la laguna de Guacheneque fue sitio de rituales de los muiscas para agradecerle al agua. Cuenta la leyenda que está envuelta bajo un hechizo ancestral que impide saquear sus tesoros. “A los que merodean cerca los asusta. Hace cien años, un cura les dijo a varios campesinos que la bañaran con sal. Eso causó que disminuyera su tamaño, pero sigue dando bramidos como señal de protección”, cuenta Vidal González, quien lleva 25 años como guardabosques del páramo.

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Luego de serpentear por entre las montañas y caer por las cascadas, el Funza coge hacia el casco urbano de Villapinzón. Son cerca de 11 kilómetros de aguas limpias utilizadas para regar cultivos de papa y pastizales. Pero, según Vidal, el río ha disminuido su caudal. “El Funza era caudaloso y lleno de truchas y peces capitanes. La agricultura y la ganadería lo contaminan con venenos, y el páramo es víctima de incendios”.

Garzas, tortugas, caimanes y babillas abundan en el final del río Bogotá, cuando le entrega sus aguas al Magdalena./Foto: Archivo Semana.

En las 17 veredas rurales de Villapinzón, algunos recuerdan cuando era sitio de baños dominicales. José Torres y Edelmira López, una pareja de esposos con 70 años de edad, aseguran que su amor fluyó en el río. “Nos conocimos de niños en la vereda. De adolescentes, cuando jugábamos en las orillas del Funza, nos enamoramos. Paseábamos por el río cuando era amplio y fuerte. En esas épocas era otro. Ahora casi nadie lo visita”.

Al llegar al casco urbano de Villapinzón, el Funza inicia su declive. 120 curtiembres le arrojan químicos usados para ablandar los cueros. Sin embargo, ese noqueo tóxico cambiará pronto, ya que el pueblo por fin tratará sus aguas residuales e industriales. Con una inversión de 9.900 millones de pesos, el municipio tendrá planta de tratamiento para sanear sus vertimientos.

En la cuenca alta del río Bogotá, la CAR trabaja en la puesta en marcha de otras nueve plantas: Zipaquirá, Cota, Tocancipá, Chía (dos), Cajicá, Chocontá, Sesquilé y Suesca. Además, en 48 kilómetros del río, realizará una adecuación hidráulica para ampliar su cauce y retirar sedimentos de su lecho.

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