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Tras entregar las armas el 9 de marzo de 1990, Carlos Pizarro, el máximo comandante del M-19, fue asesinado. Al mando de la organización recién desmovilizada quedó Navarro Wolff, quien decidió honrar la palabra empeñada en los acuerdos.

REFLEXIÓN

"Cumplimos la palabra de paz empeñada": Navarro

El senador Antonio Navarro Wolff recuerda cómo los dirigentes del M-19, luego de firmar la paz, superaron crisis tan graves como el asesinato de Carlos Pizarro, máximo comandante de esa guerrilla.

5 de mayo de 2018

En estos días, cuando la paz firmada con las Farc enfrenta un reto duro por las acusaciones al señor Santrich de haber cometido delitos después de la firma de los acuerdos, sumado a su anuncio de hacer una huelga de hambre hasta la muerte antes de comparecer a la justicia norteamericana, vale la pena recordar los obstáculos más importantes del acuerdo de paz del M-19 en 1989 y 1990 y la manera como los afrontamos.

El primer escollo fue el incumplimiento de una parte importante del acuerdo negociado. Ese acuerdo establecía una favorabilidad para elegir senadores del M-19, que permitía que el primero llegara a la corporación pública con el 10 por ciento de la votación necesaria para elegir un senador normal. El segundo, con un 30 por ciento adicional y así hasta igualarse con el resto de candidatos en la elección de Senado de 1990.

Esa favorabilidad requería una reforma constitucional que cursó en el Congreso en 1989, pero el gobierno de Virgilio Barco la retiró antes del último debate, dada la interferencia del cartel de Medellín por el tema de la extradición.

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A fines de 1989 quedamos, pues, sin una parte sustancial de lo negociado: la favorabilidad para ir a elecciones.

Superamos ese obstáculo yendo a elecciones sin favorabilidad, digamos que a palo seco. Acordamos con el gobierno que a cambio se nos permitiera a Carlos Pizarro y a mí, primero y segundo comandantes en ese momento del M-19, salir a las ciudades a tener contactos directos con la población. Queríamos estar seguros de que la simpatía que sentíamos en el campamento donde negociábamos era real en las ciudades colombianas. Al fin y al cabo, si uno va a dejar las armas por la opción de ir a elecciones, necesita tener apoyo público.

Salimos del campamento y sentimos que ese apoyo existía. Por eso, Pizarro se inscribió como candidato a la Alcaldía de Bogotá y yo a la de Cali en enero de 1990, aún sin firmar el acuerdo de paz. No ganamos, pero nos fue bien.

El 9 de marzo de ese 1990 firmamos el acuerdo, el primero de su tipo en la América Latina contemporánea. Y el 11 de ese mes, 2 días después de la firma y el desarme, se llevaron a cabo las elecciones locales y de Congreso.

Empezó entonces la campaña presidencial y Pizarro se inscribió como candidato a la primera magistratura. En abril de ese 1990, hace 28 años, a Carlos le dispararon en un avión en vuelo entre Bogotá y Barranquilla. Murió una hora después.

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Si hubo un reto tremendo para nuestro proceso de paz, fue ese. El líder que había conducido el M-19 a la firma de la paz era víctima de un letal atentado. ¿Qué hacer? ¿Acaso nos iban a matar a todos? ¿Era verdad aquello de que a todo el que firmara la paz lo mataban?

Tomamos la decisión en dos pasos. Primero, enterrar a Carlos en paz, sin desórdenes. Lo hicimos con el acompañamiento de 1 millón de personas en Bogotá un día lluvioso. Y luego, entendiendo que el cartel de Medellín estaba matando candidatos presidenciales, pues semanas antes habían asesinado a Luis Carlos Galán y a Bernardo Jaramillo, decidimos continuar cumpliendo la palabra de paz empeñada. ¡Palabra que sí!

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Yo heredé la candidatura de Pizarro y me encerré en una casa por un mes entero sin salir a la calle. Lo propio hicieron César Gaviria, Álvaro Gómez Hurtado y Rodrigo Lloreda, mis tres principales competidores. Las amenazas contra nuestras vidas eran absolutamente reales.

Los resultados de los meses siguientes nos dieron la razón. Una vez pasada la elección presidencial, las amenazas de muerte bajaron sustancialmente. Y pocos meses después fui ministro de Salud y cuatro meses después participamos en la elección de miembros de la Asamblea Constituyente, en la que obtuvimos casi el 28 por ciento de los votos.

Cumplir la palabra y sintonizarse con la opinión pública que quiere la paz es lo que la historia señala como correcto. Creo que si la Farc lo entiende y actúa en concordancia, empezará a incrementar el apoyo ciudadano esencial para quien cambia las armas por la opción de participar en elecciones.