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Juan Manuel, Claudio y Carlos Fernando, hijos de Luis Carlos Galán, participaron en el foro ‘Política de Drogas, tras 25 años de la muerte de Luis Carlos Galán ¿Qué tanto hemos avanzado?’ en el Hotel Marriott de Bogotá, este jueves 14 de agosto.

POLÍTICA

Galán, el hombre que creyó en otra Colombia

Galán transformó la política. Desde el Nuevo Liberalismo, luchó para evitar que el país se convirtiera en un narcoestado.

Malcolm Deas *
16 de agosto de 2014

Para recordar sus rasgos principales a sus compatriotas, siempre cortos de memoria en política, el Nuevo Liberalismo de Luis Carlos Galán fue una disidencia del Partido Liberal, fundada en 1979. Prometió renovar el liberalismo, cuya línea oficial tuvo entonces su encarnación en la figura del presidente Julio César Turbay Ayala, un maestro como pocos de la viejas artes de la maquinaria y del clientelismo. (Como Luis Carlos mismo reconoció a fines de su vida, Turbay tuvo otras virtudes también, pero fueron menos visibles.). El Nuevo Liberalismo iba a moralizar y modernizar la política y la administración pública. A esta, su principal bandera, añadió un ponderado rol social para el Estado, y una defensa de los intereses nacionales en los campos del petróleo, del carbón y de los otros minerales.

Como disidencia, su intervención en los comicios de 1982 le costó su segunda Presidencia a Alfonso López Michelsen. El movimiento participó hasta cierto punto en la administración de Belisario Betancur, y entonces perdió su primer mártir, el ministro de Justicia Rodrigo Lara. No logró detener el ascenso del presidente Virgilio Barco, y como a cualquier disidencia seria, le llegó la hora de arreglar con la corriente principal del partido. Cuando lo asesinaron, en agosto de 1989, Luis Carlos era el candidato presidencial oficial del liberalismo.

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Escribo este relato tan sencillo del curso del Nuevo Liberalismo, porque releyendo los discursos de su líder me doy cuenta de su propia sencillez: escribía y hablaba muy claro, no hizo nunca un misterio de las cosas. Aún cuando fueron complejas, como en el caso de los debates sobre los contratos del carbón del Cerrejón, trató de ser lo más claro posible. No creo que él hubiera discrepado de mi resumen.

Me he dado cuenta también de la actualidad de sus propósitos. Al principio de mi libro de consulta encontré lo siguiente:

“... La violencia y la inseguridad no

desaparecerán por el simple influjo de medidas represivas o acuerdos con los grupos alzados en armas, como se piensa con la ingenua esperanza de que cada iniciativa o acción aislada nos produzca milagrosamente la paz. Para que sea integral, la política de paz debe concertar acciones políticas, económicas, sociales y militares que permitan al Estado dominar el territorio ejerciendo en la totalidad del mismo autoridad administrativa, judicial y policial. Se necesita una política integral de paz que armonice varias estrategias complementarias y responda a los múltiples factores de violencia y criminalidad que se han acumulado o han surgido en la vida nacional hasta debilitar tan profundamente al Estado colombiano, en especial la administración de justicia....”

Un párrafo conciso, preciso, que no ha perdido nada de su razón y pertinencia en más de tres décadas.

¿Cuál ha sido el significado del Nuevo Liberalismo en estos últimos años?

Primero, debemos recordar su papel en el enfrentamiento con el narcotráfico en su forma más monstruosa, que costó a su líder su vida. Recuerdo que el embajador inglés preguntó al presidente Barco en su posesión su estimativo de la amenaza a la democracia representada por la guerrilla, y recibió la respuesta que no era nada comparada con la de los carteles. Cada uno de nosotros debe reconocer la parte que tuvo Luis Carlos y su movimiento en evitar el descenso de Colombia a la condición de ‘narcoestado’.

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Me permito una imagen de navegación marítima: eso fue el primer cabo de tempestades que el Estado tuvo que doblar. Tengo que ser terminante: no me hago ilusiones de que los problemas de la droga hayan sido solucionados, pero esa amenaza ha cedido.

Al segundo cabo, que espero que el Estado ahora va doblando, hay que pasarlo para dejar atrás los medios violentos de hacer política. Otra cita de Luis Carlos, en un discurso sobre el retraso del agro:

“De todo esto hay que hablar, no para justificar la violencia. Yo jamás la justificaré. Ni para justificar la subversión. Yo no la justifico, entre otros motivos, porque la considero contraproducente. Pienso que hay otros caminos para buscar la transformación de la sociedad. Quienes han usado los caminos de la subversión han perdido tiempo preciso para llegar a núcleos de opinión que están esperando otro tipo de testimonio, siempre y cuando se respeten la Constitución y las leyes.”

Insisto en otra definición sencilla: el Nuevo Liberalismo fue un movimiento reformista: sus procedimientos fueron la identificación de problemas con precisión, su estudio intenso, su inserción en el debate público y la movilización de la opinión pública. Detrás del gran afiche estaba el reformista auténtico, Galán fue un trabajador político incansable. No fue nunca un improvisador.

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El tercer cabo borrascoso: la tarea, en palabras del presidente Turbay, blanco principal de las críticas del naciente Nuevo Liberalismo, de “reducir la corrupción a sus justas proporciones.” (Después de ciertas experiencias posteriores, y recientes, la corrupción de la época de Turbay parece de poca monta.) El movimiento tuvo una prédica moralizante, y sus críticos lo tildaron de ser compuesto de gente naif, y sus cuadros de ser “políticos de fin de semana”. Pero leemos este, de su Documento No 1, 1981:

“Pero el gran problema que se presenta y se ha presentado siempre para alejar del organismo de control la politiquería que lo infesta e impide con eficacia sus funciones, ha sido siempre el origen de la designación del contralor que, como es sabido, debe ser elegido por la Cámara de Representantes. Esto ha facilitado mil juegos y combinaciones que se encaminan a crear un sistema de contraprestaciones personales entre el elector y el elegido, que no siempre tiene en cuenta la capacidad e idoneidad del funcionario sino la cuota burocrática que éste ofrece a sus electores....”

¿Naif? Sin decir que el Nuevo Liberalismo fue un movimiento de un solo hombre –recuerdo otras figuras admirables en sus filas– como en la mayoría de las disidencias su líder tuvo un rol dominante, y hay que reconocer que Luis Carlos fue un líder de una rara atracción. Tuvo el don de ser el centro natural de cualquier reunión. Asumió su liderazgo con sencillez, sin complejos ni complicaciones, como su destino.

* Historiador colombo-británico de la Universidad de Oxford. Considerado uno de los analistas más destacados de la realidad histórica nacional.