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| Foto: Policía Nacional

ORDEN PÚBLICO

El mapa del crimen en Medellín tras la captura del jefe de la Oficina

La reciente captura de alias Pichi es un duro golpe a la agremiación criminal más grande de la capital paisa. Sin embargo, está lejos de significar su fin, en una ciudad donde hay muchos más capos que se reemplazan cíclicamente.

21 de agosto de 2018

Como a muchos otros capos del narcotráfico, a alias Pichi lo capturaron después de una noche de juerga. Estaba acompañado de tres escoltas en una finca lujosa, frente al mar, en Tolú. Alrededor de 20 policías irrumpieron en el lugar, lo encontraron sin camisa, con cara de resaca.

Su captura elimina del organigrama a una figura más, la principal hasta el pasado domingo, en el organigrama de la nueva Oficina. Sin embargo, está lejos de acabar con el gremio que controla la mayor tajada del crimen en Medellín y su área metropolitana. De hecho, por su misma esencia de agremiación, la Oficina es experta en reemplazar cabecillas.

El mapa actual del crimen en Medellín se conformó a partir de un hecho clave. Luego de una sangrienta disputa por el control de la Oficina de Envigado, que desde tiempos de Don Berna coordinaba el crimen y evitaba las guerras en la capital paisa, Valenciano y Sebastián fueron capturados entre 2011 y 2012 y extraditados a Estados Unidos. Tras esas bajas, los grupos delincuenciales que estaban bajo su tutela buscaron aliados y definieron un nuevo andamiaje.

En Medellín, la captura de un capo no significa el fin de su influencia en el crimen. De hecho, desde sus celdas, muchos han seguido jugando en el escenario delincuencial. Hacia 2015, los capos empezaron a sostener reuniones clandestinas en las prisiones. Escondidos bajo las fachadas de trabajos de derechos humanos, debatieron la nueva organización del mapa. Amigos y antiguos enemigos negociaron a través de sus jefes encarcelados y así surgió el nuevo orden.

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En esas alianzas se distribuyeron 99 organizaciones criminales, 10 de esas catalogadas como Organización Delincuencial Integrada al Narcotráfico (Odin), es decir, grupos de un poder delincuencial mayor. Su influencia alcanzaba Medellín y los 10 municipios del Valle de Aburrá, donde se dedican a toda clase de delitos: asesinatos, extorsión, secuestro, desplazamiento, tráfico de drogas, hurtos...

La mayor parte quedaron agremiados en La Oficina, donde se concentraron alrededor del 59 por ciento de los grupos. Alias Tom fue designado como su jefe máximo, pero fue capturado el 9 de diciembre de 2017. Lo reemplazó Pichi, su hombre de confianza, quien ahora comparte techo con él, luego de que un juez de garantías lo envió a la cárcel La Picota, tras su captura, el pasado domingo.

De los 20 jefes de esa agrupación, 12 ya han sido capturados, entre esos alias Jonás, Chamizo, Lindolfo, Draculín y Queso. Afuera, en las calles, siguen al mando otros como Chepe, el Indio, la Teta y Cerdo.

La otra alianza criminal que se tejió quedó al mando de alias Douglas y Carlos Pesebre, quienes la dirigían desde la prisión, y controlaban al 36 por ciento de las estructuras delincuenciales del Valle de Aburrá. Son la competencia directa de la Oficina, con dominio en comunas como Aranjuez, Manrique y la Candelaria. Afuera, su hombre a la cabeza era Rayo, quien fue capturado el pasado 13 de agosto, cuando se transportaba por la vía las Palmas.

El otro jugador del crimen en Medellín y sus municipios aledaños es el Clan del Golfo. Con el 5 por ciento de las bandas aliadas, su influencia no es siquiera comparable con la que tienen al norte del departamento, en la región de Urabá, y en Chocó y Córdoba. En la capital antioqueña, más que control de territorios, la banda criminal más grande del país comete homicidios selectivos, ajustes de cuentas, o coordina cobros de dineros y lavado de activos. El jefe del clan en la zona, alias Tigre, fue capturado en mayo pasado.

Con esas estructuras identificadas, desde 2016 la Policía Metropolitana del Valle de Aburrá ha adelantado más de 60 operaciones de alto impacto en su contra. Como resultado, 2.810 de sus presuntos miembros, entre esos 118 cabecillas de alto y 275 de nivel medio, han sido capturados. También se han incautado 74.000 millones de pesos, 290 bienes y 2.600 armas de fuego, que dan cuenta de su poder económico y bélico.

Las acciones de las autoridades muestran su eficiencia. Sin embargo, las organizaciones delincuenciales del Valle de Aburrá son sólidas y saben adaptarse. Capturas como las de Pichi las debilitan, pero están lejos de acabarlas.