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El país que recibe Duque con el caso Uribe a la sombra

Ad portas de posesionarse este martes, el presidente electo Iván Duque encara su entrada a la Casa de Nariño con varios asuntos de trascendencia nacional en mente. Uno de ellos es el proceso judicial que enfrenta su jefe político. ¿Qué hará?

6 de agosto de 2018

No cabe duda de que Colombia está a la expectativa del manejo que el nuevo presidente le dé a la encrucijada jurídica que enfrenta su mentor político, Álvaro Uribe.

Cuando Iván Duque se ponga la banda presidencial este 7 de agosto, se abrirá una nueva era marcada por dos realidades paralelas. La primera tiene que ver con el rumbo y el talante con el que Duque impregne su gobierno, con ministros más técnicos que políticos, y con un apoyo mayoritario en el Congreso que le asegura en buena medida sacar adelante las propuestas con las que se comprometió de candidato.

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Pero de otro lado está la sombra del caso Uribe. Más allá de lo que pueda pasar en la Corte Suprema de Justicia con el llamado a indagatoria al expresidente para que responda por los presuntos delitos de fraude procesal y soborno, es en este punto donde se darán los debates más álgidos entre el uribismo y la oposición.

Mientras por esa banda uribistas y antiuribistas se sacarán chispas, Iván Duque tomará las riendas del país con la promesa de no parecerse al gobierno de Santos, intentando hacer borrón y cuenta nueva en asuntos estructurales.

Pero la tarea no se vislumbra nada fácil. De entrada se topará con temas espinosos como la implementación de los acuerdos con la Farc y la negociación con el ELN, cuyo sexto ciclo de conversaciones culminó esta semana.

En sus manos está consolidar la economía, escenario complejo si se tiene en cuenta que Santos dejó prácticamente la olla raspada.

El crecimiento de la economía colombiana fue flojo durante esta administración que termina. Mientras que en el primer año de gobierno de Santos el país creció 4,3%, para 2017 lo hizo apenas en 1,8%. Un balance nada satisfactorio, pese a los matices que tiene este resultado.

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Por delante Duque tendrá también enormes retos para consolidar la seguridad en zonas que quedaron libres tras el desarme de las Farc y que fueron copadas por disidentes de esta misma guerrilla, el Eln, el Clan del Golfo, entre otros actores criminales.

En el ambiente también rondan miedos sobre lo que sucederá con la protección de los líderes sociales, una deuda que deja el gobierno que termina.

Según las cifras que la Fiscalía le entregó a Naciones Unidas, en los últimos tiempos se ha producido un doloroso aumento de asesinatos de líderes: 261 homicidios entre 2016 y mediados de 2018. Y la cifra no ha parado de crecer, especialmente en regiones como el Cauca, el Pacífico Nariñense, el Catatumbo y el Bajo Cauca antioqueño. Es decir, donde hay más coca sembrada o por donde pasan las rutas más lucrativas del narcotráfico.

Aunque la transición Santos-Duque seguramente promete cambios de estilo y de fondo, estos no se sentirán de la noche a la mañana.

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El mismo Duque aseguró durante los días del empalme que quería mantener las políticas que encontrara bien.
Desde el primer día, la era uribista deberá maniobrar con coyunturas que no dan espera: Electricaribe, la situación de los venezolanos en territorio nacional, Hidroituango, la reforma al Sistema General de Participaciones, las decisiones de la Corte Constitucional con alto impacto fiscal, las demandas internacionales, los programas de 4G, el conflicto marítimo con Nicaragua, el hallazgo del galeón San José y la implementación de los acuerdos.

Antes de su salida, Santos reseñó estos últimos puntos como de manejo prioritario. En muchos aspectos esta transición no se verá como un cambio del cielo a la tierra. Al menos en los primeros meses de gobierno.

En el escenario que está por configurarse también hace ruido el interrogante de cuánta independencia tendrá Duque respecto Uribe, su jefe político.

El expresidente seguramente tendrá mucho que decirle al oído a su pupilo sobre lo que viene para la implementación de los acuerdos pactados con la Farc y de la negociación con el ELN. Sin embargo, con la investigación pisándole los talones, Uribe tendrá suficientes tareas en qué ocuparse.

Su defensa, como se ha visto en los últimos días, le demandará tiempo y energías. Basta ver su cuenta de Twitter. Sus insistentes trinos diarios dedicados a su caso en la corte dejan ver, por ahora, cuáles son sus prioridades.

A partir de este 7 de agosto, los focos estarán puestos sobre Duque y su promesa de respetar las instituciones y de no interferir en el proceso que enfrenta el hombre que le dio el empujón para llegar a la presidencia.

Mientras gobierna e intenta posicionar un discurso de unidad (“voy a entregar absolutamente todas mis energías por unir al país”, dijo el día en que ganó las elecciones), el país estará abocado a ver en primera línea el desenlace que tenga la historia de Uribe en las instancias judiciales.

Pese a que esta aparezca como una realidad paralela a la cual Duque seguramente no se referirá con frecuencia, será inevitable hacer caso omiso a su sombra. Aunque es muy probable que el nuevo presidente no se refiera a Uribe y a la corte en su discurso de posesión, ese será uno de los temas que de puertas para adentro más se hable.