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E L E C C I O N E S

Se creció el enano

Con la adhesión de 17 congresistas independientes la candidatura presidencial de Luis Eduardo Garzón deja de ser simbólica.

1 de abril de 2002

Cuando llegaron al piso 30 de las residencias Tequendama el viernes 22 de marzo a las 12:30 de la tarde ya estaba todo prácticamente cocinado.

Se sentaron a la mesa, entre otros, los senadores Samuel Moreno Rojas, de la Anapo, y Jaime Dussán, dirigente de los docentes; los senadores electos Antonio Navarro Wolff, dirigente de Vía Alterna; Francisco Rojas Birry, líder indígena; Luis Carlos Avellaneda, dirigente de un sector de los maestros, y Carlos Gaviria, ex magistrado. Carlos Franco en representación del también senador electo Luis Alberto Gil, dirigente social de Santander y los representantes electos Gustavo Petro, del movimiento de Navarro; Venus Albeiro Silva, gestor cultural; Wilson Borja, dirigente sindical, y Herminsul Sinisterra, de Nariño. Y por supuesto estaba su común denominador: Luis Eduardo Garzón, candidato a la Presidencia por el Frente Social y Político, junto con su asesor principal Daniel García-Peña, ex consejero de Paz.

Todos sabían ya que el almuerzo tenía un carácter más bien formal: iban a adherir a la aspiración de Garzón, después de dos semanas de incertidumbre desde las elecciones. Aunque no estaba presente, también se había sumado a la causa de Lucho, el senador liberal Javier Cáceres. El había estado, junto con los demás, en el apartamento de Garzón ultimando los detalles de un acuerdo.

Por eso la conversación de ese almuerzo fue distensionada y rápidamente anunciaron en rueda de prensa los tres puntos de consenso: escoger la fórmula a la vicepresidencia entre todos; ampliar la candidatura del Frente Social a una coalición independiente más grande y comprometerse a respaldar una reforma política y social de iniciativa ciudadana que le haga contrapeso a la que propone el puntero en las encuestas Alvaro Uribe Vélez. La reforma incluye propuestas polémicas como leyes antimonopolio para la propiedad de los medios de comunicación y la derogación de la reforma a las transferencias de la Nación a los entes territoriales aprobada por este gobierno.

Sin embargo llegar ahí no fue fácil. Este grupo de legisladores se había convertido en un botín atractivo para todas las campañas presidenciales. La campaña de Alvaro Uribe le coqueteó a Navarro, mientras la de Horacio Serpa esperaba que Dussán y Moreno le siguieran siendo leales. La candidata Noemí Sanín había intentado conquistar al propio Lucho para que fuera su fórmula a finales del año pasado.

El factor que cambió el panorama fueron los palos de la elección al Congreso: Gaviria ganó con la quinta votación del país y Borja ganó la curul en el competidísimo mercado electoral de Bogotá. Ambos estaban con Garzón desde mucho antes y, con el empujón del debate en televisión en el que Lucho hizo gala de su carisma, y las gestiones de Navarro y Dussán, se convirtieron en el imán que atrajo a tan disímil grupo al polo izquierdo de la carrera hacia la Presidencia. Esa coalición de independientes zurdos pretende hacerle contrapeso a la que se percibe como aspiración de derecha de Uribe.



La sorpresa

¿Cuál es la lógica detrás de que un grupo electoralmente tan poderoso decida apoyar a un candidato que lucha contra el margen de error? No es una pregunta anodina si se tiene en cuenta que el contraste entre Garzón y sus congresistas es palpable. Los ocho senadores suman unos 768.000 votos, un 7,5 por ciento de la votación total al Senado, mientras que la última Gran Encuesta muestra a Lucho con el 1,4 por ciento de intención de voto en primera vuelta presidencial. Además la candidatura de Garzón cuenta hoy con cuatro de los ocho senadores más votados de las elecciones parlamentarias del pasado 10 de marzo: Antonio Navarro, Samuel Moreno, Carlos Gaviria y Jaime Dussán.

Electoralmente hablando es como un enano cargado en los hombros de muchos gigantes. Por eso no puede decirse que se fueron con Garzón por oportunismo, sino por estrategia. Si esta les resulta como la han planeado, Garzón lograría quedar con Uribe para ir a una segunda vuelta.

Sería un triunfo apoteósico de la izquierda colombiana que nunca ha podido competir realmente en unas elecciones presidenciales. Pero es poco probable. Otra opción sería que Lucho supere los votos de Noemí en la primera vuelta y que Garzón se convierta en el peso clave de la balanza para la segunda vuelta: quien lo conquiste podría asegurar el triunfo. Pero como van las cosas lo más seguro es que Uribe gane en una sola vuelta. Allí la estrategia sería útil para conformar una coalición imprescindible para la gobernabilidad del ganador.

Además, el apoyo de cuatro representantes electos a la Cámara por Bogotá, Gustavo Petro, Germán Navas, Wilson Borja y Venus Albeiro Silva, le dan a la campaña una fuerza política importante en la capital ante la desbandada del serpismo. Es cierto que en materia de elecciones presidenciales lo más importante es sumar cantidad de apoyos más que calidad; sin embargo, en el caso de Garzón, el perfil de congresistas como Navarro Wolff, Gustavo Petro y Carlos Gaviria ayudan a consolidar la candidatura de la izquierda democrática como una opción realmente independiente. Lo anterior se confirma con el casi nulo respaldo parlamentario a Noemí Sanín, quien enarboló con éxito la condición de independiente en las elecciones de 1998.



Una pareja dispareja

La estrategia política de las distintas minorías de izquierda en el país ha consistido más en dividir que en sumar. Con excepciones como la campaña de la Alianza Democrática M-19 en 1990, las distintas organizaciones políticas de izquierda han llegado a las contiendas presidenciales fragmentadas o apoyando candidaturas de los partidos tradicionales, especialmente el liberalismo. Un ejemplo de esto se presentó la semana pasada en las filas del Moir que eligió dos senadores y sólo uno de ellos adhirió a Serpa.

Por tal razón, la adhesión de 17 congresistas independientes, algunos de izquierda, es un gran éxito para Luis Eduardo Garzón. Para muchos colombianos los independientes y la izquierda son todos lo mismo y no tienen mayores matices. Nada más lejano de la realidad. Mientras que Antonio Navarro Wolff y Gustavo Petro entraron a la política como líderes del desmovilizado M-19, Jaime Dussán es un reconocido dirigente del gremio de los maestros, fue presidente de Fecode, uno de los más poderosos sindicatos del país y, como senador, se convirtió en uno de los pilares de la defensa del ex presidente Ernesto Samper.

El senador Samuel Moreno también fue reconocido como un amigo de Samper y, junto a Dussán, apoyaron a Horacio Serpa en 1998. Moreno es nieto del general Gustavo Rojas Pinilla y recogió las banderas del anapismo en Bogotá y Santander. En otra categoría se halla el polémico senador liberal Javier Cáceres, quien se destacó por sus debates al gobierno Pastrana y cuyos orígenes políticos se remontan a los viejos grupos liberales de Bolívar.

También hay legisladores que representan a otros movimientos sociales y étnicos, a sindicatos, a desmovilizados y a organizaciones políticas regionales. Otros, como Gaviria, son más bien congresistas de opinión que deben su elección al prestigio personal.

Lo interesante de esta nueva alianza independiente —que incluye nueva y vieja política, hay que decirlo— es que le pone tanta fuerza a la aspiración de Luis Eduardo Garzón que ya no se le puede ver como algo simbólico. Ahora es una alternativa de poder real o de oposición real. Su triunfo en estas elecciones es poco probable, sin embargo, si se mantiene y consolida puede ser la semilla del movimiento de izquierda que nunca ha podido cuajar en Colombia.



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