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Un Rappi para escapar de... Colombia

Ella se decanta por un diseño de sonrisa porque, considerada, quiere estar reluciente para cuando se ría de la justicia.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
5 de octubre de 2019

Creía que era mera retórica del gobierno aquello de que teníamos que aprovechar las nuevas tecnologías, hasta que observé la fuga de Aída Merlano disfrazada de rappitendera: he ahí una emprendedora, pensé; he ahí el ejemplo vivo de lo que significa servirse de la economía naranja cuando uno tiene circular roja. Al fin tiene sentido la creación del Viceministerio de la Creatividad; al fin sucede en Colombia una fuga de película, así se trate de una película de bajo costo, porque, con perdón, la acción carecía del más mínimo asomo de glamur: ¿por qué como nación no podemos aspirar a una fuga digna? No pido una escena del calibre de Misión Imposible; no pido una escena en que una atractiva exdignataria caiga desde la soga de un rascacielos al puesto de copiloto de una moto BMW en movimiento, todo en perfecta sincronía, y huyan luego por una gran avenida sin huecos ni trancones. Pero ¿no merecíamos un escape en que al menos no mediara un guarapazo?

Repasemos la escena. Doña Aída tramita ante el Inpec una cita odontológica aduciendo que en su carrera política ha repartido tantas mordidas que necesita un tratamiento, si no de conductas, al menos de conductos. Dos guardias del Inpec la conducen a un consultorio de Usaquén, donde ella se decanta por un diseño de sonrisa porque, considerada, como siempre ha sido, quiere estar reluciente para cuando se ría de la justicia. El odontólogo, entonces, se propone practicarle un blanqueamiento, esta vez no de activos, y le pide a doña Aída que haga lo que los caciques costeños tanto temen: que abra la boca.

El odontólogo comienza a pañetar e inicia las verdaderas labores de blanqueamiento, consistentes en que los familiares de doña Aída ingresen al lugar y le ayuden a vestirse de blanco.

Ya con pinta nueva, la congresista que, como se nota en el labio voluminoso, se hizo célebre por la compra de bótox, amarra una cinta roja de la pata de una mesa y se descuelga en el vacío con una suavidad y delicadeza que envidiarían las artistas de las cintas del Circo del Sol: se desploma como el peso colombiano, y se da un costalazo en el lugar mismo en que rima su apellido. Luego se pone de pie y, con gran disimulo, para seguir con la misma rima, ignora a los peatones que se acercan para auxiliarla: ella, que era experta en auxilios, sobre todo parlamentarios.

Camina con fingida naturalidad, como si hubiera sido normal caer desde un tercer piso; se trepa en la moto de un cómplice disfrazado de rappitendero. Y se pierde en la ciudad como su jefe político en un sueño, como Iván Duque en una denuncia.

Las autoridades procuran resolver las preguntas que, al igual que doña Aída, quedaron en el aire: ¿por qué utilizó una cinta y no una cuerda, cuando ella ha sido toda la vida de la cuerda de los Char, de los Gerlein? ¿Quién era el odontólogo para que prefiriera saltar por la ventana? ¿Marlon Becerra? ¿Por qué las autoridades no la buscan en los consultorios aledaños, donde, con seguridad, en este momento le están tomando radiografías del coxis?

Ella se decanta por un diseño de sonrisa porque, considerada, quiere estar reluciente para cuando se ría de la justicia.

Así son las cosas. Como en los tiempos de la noche septembrina, una prócer de la patria salta desde una ventana esta vez para protagonizar la primer rappifuga en la historia de la economía naranja sin que nada suceda, salvo, claro, que se cotice la aplicación. Álvaro Uribe ya ordenó que se la descarguen en el celular:

–Carlos Felipe, home, descargame esa aplicación: y luego le descargás un golpe a aquel senador que me está molestando.

Y, a pesar de todo, guardo la esperanza de que doña Aída no haya escapado, sino que efectivamente ahora trabaje en Rappi, y en este momento se encuentre despachando un pedido:

–¿Doctor Gerlein?

–¿Sí?

–Le traje el paquete, doctor…

–¿Es el paquete legislativo?

–No, son unos voticos, mi doctor…

Yo sé que a ratos pareciera que no tenemos salvación: se fuga un ciego ante la mirada de todo el Estado. El presidente denuncia ante la ONU que la guerrilla está en Venezuela, y aporta como pruebas fotos de la guerrilla en Colombia: fotos de contexto, las llama, que es su manera de decir que en realidad fueron bajadas de Google por un cabo de inteligencia militar, la noche misma en que debía entregar el trabajo. Néstor Humberto Martínez, representante único y activo del samperpastranismo, del uribesantismo, afirma en La W que no es un enfermo del poder, no, sino un amante del servicio público: en tal caso, en lugar de aspirar a la presidencia debería comprarse un taxi.

Y Aída Merlano protagoniza el escape menos decoroso y más efectivo de la historia universal: se fuga sin pagar ya no digamos la pena, sino incluso el diseño de sonrisa. Solo obtuvo un porrazo por cárcel. Esa es la justicia de nuestro país. Con semejante saldo, cualquiera quisiera fugarse del país. Y en una rappimoto.

Sin embargo, soy optimista porque el caso ya está en manos de inteligencia militar y en cualquier momento el presidente Duque presentará fotos de Aída Merlano en Barranquilla. Para demostrar que sigue en Bogotá. Y de ese modo quedará claro que las instituciones colombianas son firmes y saludables, sobre todo si uno las compara con el coxis de la honorable exsenadora.

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