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Estoy con el médico

Si el médico tuvo la desdicha de recurrir a la pistola fue por creer que su vida corría peligro y nadie acudiría a salvarle.

Salud Hernández-Mora, Salud Hernández-Mora
8 de febrero de 2020

Todos los días matan a dos víctimas de hurto en Colombia. Lo dice la Fiscalía General. No es un juego de niños. Es real. Y desencadena el eterno dilema que enfrentamos en los pocos casos en que el ciudadano de bien sale a defenderse con un arma

¿Qué prefiere? ¿Que muera el médico, que tiene pistola y sabe usarla, o que pierdan la vida sus asaltantes armados? Hay que elegir, no cabe escoger la opción “ninguno”. Se ve acorralado, amenazado por tres sujetos, y ningún policía lo auxiliará en una ciudad donde hay 240 agentes por cada 100.000 habitantes. Está solo ante el peligro. Dispara o le disparan.

Aunque armó mucha bulla por la foto y ser tres los muertos, una terrible desgracia, en realidad se trata de un caso aislado. La inmensa mayoría de las veces no permiten elegir: te matan y te vuelves mera estadística. En 2018 murieron 818 inocentes en hurtos. En 2019 fueron 716. Cien menos en un año. ¿Tenemos que aplaudir?

Salvo Natalia Jiménez y Rodrigo Monsalvo, antropólogos recién casados que asesinaron por quitarles el carro en La Guajira, una monstruosidad, los demás son NN que solo lloran sus familias.

¿Acaso los conocen quienes trinaron estos días, desde la atalaya de su impostada superioridad moral, frases obvias, estilo Pambelé?: “Para mí sería mejor que me roben a matar a tres”.

También Johan Acero, de 31 años, estudiante de Administración de Empresas y empleado de banca, que vivía en un barrio del sur de Bogotá, habría querido que se llevaran su moto y no hirieran a su mamá ni lo asesinaran a él. Pero no le dieron opción. Los ladrones dispararon a la madre en el pie y le pegaron un tiro en el pecho a él. Dejó viuda, un niño huérfano y a los suyos deshechos.

Uno de sus allegados me confesó que habría querido que Johan hiciera lo del médico. Que viviera él, una persona maravillosa, y no los dos que lo mataron y lograron escapar.

Difícil entender que la vida valga tan poco en Colombia, que la arrebaten por robar una bicicleta vieja, un celular gastado, una moto cualquiera, una cartera, el producido de un taxi. Y con una justicia insuficiente y lenta, y una policía raquítica, uno es quien debe cuidarse.

La inmensa mayoría lo hacemos sin ningún tipo de arma, eludiendo riesgos y limitando trayectos y salidas nocturnas. Otros, que pontifican en los medios, con escoltas armados y carros blindados. Los menos, con armas legales que están muy restringidas y rara vez alcanzan a utilizar.

El médico no salió de su casa ese día acariciando la 9 milímetros, buscando ladrones para matar. Si tuvo la desdicha de recurrir a su pistola fue por creer que su vida corría peligro y nadie acudiría a salvarle. Y no es delito utilizar las armas con destreza.

Obvio que sería preferible que los tres ladrones vivieran. Eso sí, a riesgo de que siguieran robando y torturando a sus víctimas hasta que un día mataran a una de ellas. También habría sido mejor para el médico entregar sus pertenencias sin violencia y seguir su camino. Ahora estaría tranquilo, sin temores a represalias ni la angustia de saber que segó tres vidas, así fuera en legítima defensa. Porque tendrá que desplazarse, proteger a los suyos, dormir con un ojo abierto y rezar.

Lo que sucedió volvió a destapar una problemática que nada tiene que ver con política, aunque muchos quieran llevarlo a la eterna división entre los autodenominados amantes de la paz y la convivencia y los malvados que exponemos realidades. En el 60 por ciento de los robos del año pasado hubo violencia durante el asalto y la víctima resultó herida, a más de una la dejaron inválida. Nuestras vidas les importan cero; solo el botín cuenta. Peor si son delincuentes habituales. La reincidencia, dicen psiquiatras, los vuelve más violentos, pero los magistrados de altas cortes, que habitan entre Marte y Cartagena de Indias, decretaron que es un factor irrelevante.

En la Colombia rural el problema es más cruento. Un par de ejemplos de los muchos que he vivido: salíamos de El Charco, Nariño, y un señor preguntó por la banda de piratas que asaltaba lanchas y botaba pasajeros al mar. “Los mató la guerrilla, no quedó uno”, respondió el piloto. Lo triste es que una ola de alivio inundó la embarcación. En Campoalegre, Huila, me dijo una señora con aire nostálgico: “Hay mucho ‘ladronismo’, ya no hacen limpieza social”.

No creo que el camino sea la barbaridad de permitir la venta de armas largas. Pero no hay policía suficiente, las leyes ayudan a los delincuentes, y con frasecitas de kínder y peleas politiqueras que promueven los santistas tampoco arreglamos nada. ¿Qué hacemos?

OTRA COSA. Magnífica actriz la Merlano en el culebrón que dirige Maduro. Quedaron a la altura del orfeón mediático y político santista que los aplaude.

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