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La soberbia del “cambio”

El funcionamiento básico de la economía irrita mucho al presidente, que quiere que todo lo que es privado se convierta en público.

María Andrea Nieto
25 de marzo de 2023

En las últimas semanas, el país ha evidenciado con asombro la soberbia del Gobierno del “cambio”. Desde el propio presidente Gustavo Petro, pasando por sus ministros, directores de entidades y los congresistas de la aplanadora en el Legislativo, los colombianos han visto que estar en desacuerdo con las ideas de izquierda significa hacerse merecedor de señalamientos que van desde carecer de inteligencia, ser asesinos, clasistas, racistas, fascistas y hasta nazis.

Los progresistas de verdad, esos que creyeron en el cambio que supuestamente proponía el petrismo, están aterrados con el egocentrismo de líderes como la vicepresidenta Francia Márquez, que, al ser cuestionada por el derroche de los recursos públicos en sus viajes en helicóptero de su casa a la oficina, no tuvo problema en mandar a la porra su discurso de humildad para decirles a los estupefactos “nadies” que de malas, porque ella es la vicepresidenta del país y se merece montar en helicóptero.

Millones de colombianos creyeron en Francia y en el presidente y confiaron en que su modelo económico no iba a afectar el bolsillo de las familias. Pero la realidad es diferente. La soberbia de la ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, y su embeleco de acabar con la exploración y explotación petrolera llevó a un desbarajuste en los mercados, que le compraron a la alta funcionaria su idea del “decrecimiento de la economía”, como en efecto está sucediendo con un aumento en la inflación, inestabilidad en los precios y miedo. Pero al máximo mandatario de los colombianos eso no parece importarle. De hecho, avanza en una agenda legislativa que asusta aún más a los inversionistas nacionales y extranjeros, mientras que las personas, en la Colombia real, se están viendo con muchas dificultades para lograr llegar a fin de mes.

En lugar de corregir y transmitir tranquilidad a los mercados, la soberbia hizo que se presentara una reforma pensional que es un claro atentado en contra del ahorro privado de 18 millones de ciudadanos, que esperan algún día pensionarse. Pero la idea del presidente es entregarles a muchas personas un bono pensional, convirtiendo el ahorro en plata de bolsillo y poniendo en serio peligro un sistema que año tras año se ha construido y que, a diferencia de otros países de la región, funciona. Y todo esto, enmarcado en una revancha en contra de los “banqueros”, como los llama con desprecio el mandatario, a quienes acusa de “apropiarse” del dinero de los ahorradores para invertir y ganar rendimientos. El funcionamiento básico de la economía irrita mucho al presidente, que quiere que todo lo que es privado se convierta en público. Como también quiere que sea el sistema de salud, en el que encaja perfecto el ego de la ministra Carolina Corcho, que, en su fanatismo político, logró crear la “crisis” que planteó y que tiene al país con la escasez, nunca antes vista, de 1.421 medicamentos.

¿Tienen que pagar con la vida los colombianos la obsesión del presidente y sus ministros por “el cambio”? Parece que sí.

Los funcionarios que se han atrevido a cuestionar al Gobierno han sido “renunciados”. Pasó con Alejandro Gaviria, a quien Corcho venció. Lo mismo sucedió con la ministra Irene Vélez, que logró sacar a la viceministra Belizza Ruiz, que parecía ser la adulta responsable en una cartera donde quien la dirige no sabe que hace “20 décadas”, como lo dijo en el debate de moción de censura en su contra en el Congreso, no existían embalses en el territorio nacional.

La misma suerte de los eliminados de la Casa de Nariño corrió Francisco Rossi, el funcionario encargado del Invima que reveló que Carolina Corcho se ha negado a recibir contenedores de medicinas porque prefiere fabricarlas en la gran industria farmacéutica colombiana (¿o cubana?).

Mientras este despelote ocurre en los ministerios y se radican en paralelo las reformas con las que pretenden refundar el Estado colombiano (porque el “cambio” cree que Colombia empezó a existir desde que los eligieron), la “paz total” fracasa en los territorios. Como consecuencia de lo anterior, más de la mitad de los gobernadores del país inundaron las redes sociales invocando el lema de “libertad y orden” que reza en el escudo nacional. Esto valió para que el “progresismo” se ofendiera e insinuara que quienes quieren que haya libertad y orden, en realidad, están promoviendo un supuesto y delirante golpe de Estado.

¿Por qué a la izquierda le molesta tanto que haya libertad y orden? ¿Esa libertad que no tienen ni los cubanos ni los venezolanos?

La verdad es que Gustavo Petro llegó tarde a la izquierda en Latinoamérica y eso implica que nadie quiere recorrer los tenebrosos caminos del modelo castrochavista, que hoy podemos afirmar sí existe. Pero, además de que llegó tarde, está desperdiciando una oportunidad para cumplir con las promesas que hizo en campaña de atender las demandas de los más necesitados. En lugar de eso, el Gobierno está encerrado en su soberbia, de donde no va a salir nada bueno para el país. Porque en lugar de hacer reformas que impulsen un verdadero progreso, y se desmarquen del fracaso de la izquierda en Cuba, Venezuela, Argentina y Nicaragua, el “cambio” se empeña en pasar a la historia de Colombia como los vengadores que acabaron con todo.

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