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NACIÓN

La inspiradora historia del triatleta que no se dejó ganar por el cáncer

El caso de Andrés Martínez es el de millones de personas en el mundo que luchan contra enfermedades adversas y dolorosas. Crónica del triunfo más importante de este deportista.

29 de junio de 2018

Por: Laura S. Ñungo*

Tan solo faltaban 20 para alcanzar la meta de los 150 kilómetros del gran fondo de ruta que Andrés Martínez se había propuesto terminar. Pedaleada tras pedaleada implicaba una gota más de sudor en el salado mar que bañaba a esas alturas de la competencia todo su cuerpo y que se escurría hasta llegar al oscuro y granulado asfalto. Sus piernas parecían pesar el doble de lo normal, su bicicleta no avanzaba y por primera vez, después de años de entrenamiento sentía que no iba a poder terminar la competencia y saborear el dulce sabor de la victoria. 

A pesar de su preparación física y mental, Andrés sabía que algo no andaba bien, sus manos se prepararon entonces para empuñar el freno y el rechinante ruido de las llantas frenando sobre el pavimento se apoderaron de sus oídos, bajo de su bicicleta y se puso a la tarea de indagar acerca de lo que le estaba pasando.

Después de biopsias, exámenes sanguíneos y diferentes posiciones médicas, descubrieron que Andrés, un hombre deportista, con apenas 35 años de edad y un sinnúmero de metas por cumplir, tenía un cáncer denominado linfoma Hodgkin de tipo esclerosis nodular en estado cuatro, el estado más alto que se puede llegar a tener.

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Según la American Society of Clinical Oncology (ASCO), el linfoma de Hodgkin es uno de los muchos tipos de cáncer que se desarrolla en el sistema linfático. El mismo se origina cuando las células sanas del sistema linfático cambian y crecen sin control. El crecimiento descontrolado puede formar un tumor, comprometer partes del sistema linfático o expandirse a otras partes del cuerpo.

El linfoma de Hodgkin afecta con mayor frecuencia a los ganglios linfáticos del cuello o en el área entre los pulmones y detrás del esternón. Y según estadísticas de Globocan, proyecto de salud llevado a cabo por la International Agency for Research on Cancer, hasta el 2012, en Colombia se presentaron aproximadamente 3.590 casos de linfoma Hodgkin y linfoma no Hodgkin, esto quiere decir que de 100.000 habitantes, se presentan 7,9 casos de personas con la enfermedad.

Era marzo del 2014 cuando a Andrés le diagnosticaron la enfermedad. La pregunta que no paraba de dar vueltas en su cabeza era ¿por qué?, ¿por qué una persona que practica natación, ciclismo y atletismo desarrolla un cáncer?, ¿por qué, siendo alto, delgado y con hábitos de vida saludables tenía riesgo de morir?

Fue con la doctora Mónica Duarte de la Fundación Santa Fe que se dio cuenta que más allá de preocuparse por el por qué, debía concentrarse en aceptar su enfermedad. Según la doctora, muchos pacientes en medio del desespero y la frustración, niegan su enfermedad, esto hace que sus cuerpos también se predispongan a no aceptar el tratamiento, como si la mente tuviera el poder de controlar las reacciones del cuerpo.

Tras conocer testimonios tanto de vida como de muerte, Andrés comprendió que debía aceptar su enfermedad, cambiar la pregunta que atormentaba día y noche su cabeza y empezar a preguntarse el ¿para qué?, ¿para qué el laberinto de la vida le estaba poniendo una situación que parecía no tener salida?

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Se concentró en buscar un tratamiento en el menor tiempo posible, en una situación como esta el tiempo pareciera que corriera más rápido de lo normal. Al traerse de una enfermedad que está en distintas partes del cuerpo, el tratamiento que optaron por realizar fue con quimioterapias.

Una mezcla de medicamentos conocido como ABVD, que contiene clorhidrato de doxorrubicina, sulfato de bleomicina, sulfato de vinblastina y dacarbazina, comprendía el complejo coctel químico de color rojo que iba dirigido directamente a su corazón por medio de agujas, mangueras y tubo.

Cada 15 días durante seis meses, Andrés iba a la sección de oncología de la Fundación Santa Fe a recibir esta elaborada mezcla que lo dejaba en un elevado nivel de descompensación.

La primera sesión de quimioterapia le dejaron pocas ganas de volver. Su cuerpo alcanzó a tener una fiebre de más de 40ºC, estaba bañado en sudor y el constante temblor de sus manos producido por los escalofríos que recorría como un cubo de hielo todo su cuerpo, hizo que se regara encima el té que le habían dado para estar en calma.

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A Andrés siempre le ha gustado hacer cosas que lo pongan a prueba,  a esto se le atribuye sus deseos por practicar triatlón. Y es que salir a entrenar todos los días, alimentarse bien, trabajar como independiente y tener una familia, es un reto que no es para todo el mundo.

El tratamiento no iba a ser la excepción, sin duda se trataba de sesiones que lo dejaban en cama durante días, no le daban ganas de levantarse y hasta le sacaban lágrimas, él lo define como un guayabo terciario. Sin embargo, era una situación que al igual que el triatlón lo estaba poniendo a prueba y, por lo tanto, sabía que no iba a dejar de luchar.

Raúl Martínez, su papá, le preguntó una vez si no le daba miedo morirse, después de reflexionar un tiempo y mirar el recorrido de su vida le contesto que moriría satisfecho, porque logró hacer lo que quería: tener una familia hermosa, trabajar feliz, viajar por el mundo y practicar el deporte que lo apasionaba, llevaba una vida sin arrepentimientos.

Andrés se mantuvo muy positivo, comprendió que, si aún había vida, había esperanza.

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A muchos pacientes de quimioterapia se les empieza a caer le cabello, no tienen cejas y hasta sus dientes pueden resultar afectados. Él se miraba al espejo y observaba que tenía su cabello oscuro y fuerte como cualquier otra persona, tenía los cachetes rosaditos, sus ojos brillantes, hasta daba la impresión de no estar enfermo. Su buena reacción al tratamiento lo atribuye a unas pastas que las tomó como complemento durante el tratamiento llamadas “factores de transferencia”, que contienen calostro, líquido secretado por las glándulas mamarias de las vacas que es elevado en defensas. 

Durante las sesiones de quimioterapia no podía entrenar, sus defensas estaban tan bajas que cualquier exposición a rayos solares, personas con gripa o algún tipo de foco infeccioso, podía resultar perjudicial para su salud, pues era más propenso a desarrollar infecciones o recibir algún virus.

Incluso, muchos pacientes terminan muriendo no de la enfermedad sino de infecciones o enfermedades que las atacan más fácilmente por sus bajas defensas.

Andrés estaba acostumbrado a ser una persona muy activa, pasó de trabajar todos los días y de entrenar en el agua, pavimento y pistas atléticas a estar durante seis meses en su casa, sin actividad laboral, leyendo libros y comiendo tan bien que hasta un par de kilos alcanzo a subir.

No se quejaba. Esporádicamente salía a caminar al parque, saltaba lazo y hacia ejercicios suaves, no veía la hora de poder volver a sus entrenamientos, volver a sentir sus músculos temblando de los esfuerzos físicos y de entrenar con sus compañeros de la Escuela Colombiana de Triathlon.

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Andrés recibió visitas de su familia, se dio cuenta que la familia es la que siempre va a estar presente en las diferentes situaciones de la vida, mirando al horizonte mientras toma un café dice: “muchas veces las cosas malas son las que unen a la familia. En mi caso, mi familia se unió profundamente a partir de la enfermedad”.

Una muestra de ello es que, entre diferentes aportes monetarios, lograron recoger junto con su esposa el dinero necesario para que él pudiera recibir el tratamiento completo y todo lo necesario para su recuperación.

Su motor: su hijo Samuel, que tan pequeño no comprendía la magnitud de la enfermedad que tenía su papá, pero con su simple compañía y sonrisa hacían nacer en Andrés motivos para seguir viviendo y aguantando ese desgastante tratamiento.

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Cuando salieron los últimos resultados del Pet Scan, examen que identifica a partir de un líquido fluorescente las células cancerígenas en el cuerpo, los doctores se dieron cuenta que había muy poca presencia de estas células en Andrés y que estaba siendo muy receptivo al tratamiento. Gracias a los buenos resultados, el enfermero jefe, quien lo acompañó fielmente durante su proceso, le dio la mejor noticia que le pudieron haber dado en meses: que salieran a montar bicicleta a Patios.

Sin mucha mente, Andrés empezó a tomar las sesiones de quimioterapia los jueves para tener el fin de semana para recuperarse. A los pocos días, alistaba su casco, guantes, traje y bicicleta para salir a uno de los distintos espacios que ofrece la ciudad. Su compañía, además de su amigo enfermero, era y sigue siendo Iván Hernández, profesor en la Escuela Nacional de Triathlon. “Ese no siente lastima por nadie”, dice con una sonrisa.

El hecho de poder volver a entrenar le elevó el espíritu, le dieron más ganas de vivir. Volver a sentir el viento helado de la madrugada en su rostro, el sudor por su cuerpo y las ganas de llegar a la meta eran cosas que extrañaba sentir y que no las había valorado tanto hasta ese momento.

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En uno de estos entrenamientos, en el alto del Neusa, sintió ganas de dejar todo botado, estaba muy cansado y no quería seguir, pero hubo algo que se lo impidió fue una conexión espiritual con algo que todavía no sabe definir bien que fue, si Dios, si la naturaleza o quien sabe qué, lo único de lo que si puede dar certeza es que le dio la fuerza para seguir pedaleando, disfrutando del paisaje, del aroma de la naturaleza, del sol, del sudor en su cuerpo.

El brillo en los ojos de Andrés, la exitosa llegada a la cima y su característica sonrisa, fue reflejo de la inmensa felicidad que invadió su ser por el hecho de estar vivo y poder disfrutar de ese momento. Se sentía profundamente agradecido con aquello que solo fue propio de ese instante. Desde entonces no ha dejado de entrenar, comprendió que la vida es solo un ratico y que hay que disfrutarla y valorarla cada día.

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“La vida es como el ciclismo, hay momentos en los que vas sufriendo, pero hay veces que también disfrutas. Cuando tienes cáncer, piensas que te vas a morir, pero después empiezas a pensar y dejar que pase el tiempo, te cuidas y empiezas a ser más consiente de tu finitud, empiezas a comprender que hay cosas que son más importantes que otras. Empiezas a valorar cada instante. Lo comparo mucho con el triatlón, porque nosotros tenemos muchas competencias, pero de todas aprendemos, en una nos va mejor que en otras. Uno aprende de todas las lecciones y uno se enfoca en lo importante, en no rendirse”.

Con esta experiencia Andrés comprendió lo finito que somos y lo valioso que es nuestro tiempo como humanos. Cualquier persona diría que está loco por decir que el cáncer es una experiencia enriquecedora, pero en su caso, lo fue. Gracias a esta situación se dio cuenta del valor de disfrutar cada momento y de ser feliz.

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Andrés considera que parte de la cura es compartir su experiencia, por eso no es tímido a la hora de contar su historia.  Actualmente, no tiene células cancerígenas en su cuerpo, se hace chequeos médicos esporádicos, sigue una alimentación saludable y su cuerpo se recupera rápidamente de los extensos y exigentes entrenamientos.

Ya perdió el número de competencias en las cuales ha participado, algunas de ellas son: el triatlón de Bogotá en 2015, triatlón de San Andrés, competencias en Popayán, Bucaramanga y el Iron Man de Cartagena en 2017. Hoy por hoy tiene en la mira el Iron Man en Rio de Janeiro, que consiste en nada más ni nada menos que 1,9 km de natación, 90 km de ciclismo, y 21,1 km de atletismo. Una competencia que sin lugar a duda lo pone a prueba, y por lo tanto, es objeto de realización para él. 

*Colaboración para Semana.com