No deja de ser extraño pensar en el tiempo en el que esta serie salió al aire. Era un mundo distinto. El primer episodio, o mejor, la primera temporada de Stranger Things (desconocida, primeriza, aún se sometía al principio fundacional de Netflix de invitar a la maratón) se emitió en julio de 2016, en un tiempo en el que aún se podía considerar a la candidatura de un tipo como Donald Trump tan improbable como sorprendente. Hoy, semejante persona ha sido dos veces elegida como presidente (a cargo de los códigos nucleares y del Ejercito más poderoso del mundo), y la línea entre o que es normal y monstruoso se ha desdibujado tremendamente.
El mundo se ha amargado más, y muchos de los fans se han amargado también. Pero habiendo abordado la primera parte de esta quinta y última temporada, que tomó varios años completar y tres años en presentar (entre la grandilocuencia adquirida por la producción, huelgas y otras coyunturas), podemos decir que sigue ofreciendo en sus personajes y en su historia ese lugar extrañamente familiar que se ganó desde 2016. La serie se creció, sus peladitos están enormes, pero verla se siente todavía como un lugar seguro (sí, incluso con un demogorgon gritón y Vecna en modo destrucción total). Quizá saber que es el fin suma en algo a esa sensación que se anida entre la seguridad y la añoranza de lo que fue.
En su momento, el incipiente Netflix tomaba vuelo con series como House of Cards y empezaba a ubicarse al frente de algo que cambiaría el panorama del consumo de televisión en el mundo por décadas. Y apostó por Stranger Things, una serie que varios otros canales rechazaron. Creada por los entonces desconocidos hermanos Duffer, y apadrinada por Shawn Levy, un tipo que tenía algo de músculo en la industria y siempre demostró mucho olfato.
Hoy, gracias al éxito de este y a varios otros proyectos, Levy tiene mucho más músculo. Así también los hermanos Duffer. Desde que se entendió que su serie era un fenómeno global, no se contuvieron y abordaron su historia a una escala cada vez mayor. Dieron rienda suelta a la producción que jamás pensaron poder hacer. Esto, con varias implicaciones, como pausas más largas entre temporadas.
Ese paso marcó un contraste y no a todos los seguidores vieja escuela cayó tan bien. Porque esa primera temporada en 2016, incluso la segunda, guardaban un espíritu casi independiente en la hechura. Se apoyaban más en efectos prácticos, como solían hacerlo las películas ochenteras a las que rendían homenaje. Pero con el dinero, la atención y la escala llegaron tramas mucho más elaboradas y muchos efectos visuales por computador (la mayoría muy bien logrados, no todos). Eso sí, más allá de los reparos, la mayoría seguimos ahí, viendo, para criticar o aplaudir, pero viendo.
En 2017, como SEMANA, tuvimos la oportunidad de visitar el set de Stranger Things, cuando aún filmaban el final de la segunda temporada en Atlanta, Georgia, que en ese momento era considerado un segundo Hollywood (mucho ha cambiado también por ese lado). Allá conocimos a un elenco muy joven y unido, al que apenas se incorporaba Sadie Sink, la joven actriz pelirroja que terminó por hacerse esencial (y lo sigue siendo), y cuya secuencia con una canción como Running Up That Hill de Kate Bush alcanzó estatus icónico.
Hoy, la química entre estos jóvenes no parece haber cambiado demasiado, a pesar de haber vivido diez años cruciales en su formación humana y profesional, en la que tantas diferencias suelen presentarse, en la que es tan fácil separarse...
En ese entonces, se vivía el renacimiento de Winona Ryder, quien sigue siendo una presencia clave en la serie y fue el nombre que en principio arrastró a mucha audiencia a verla por primera vez. Y se conocía apenas a David Harbour, quien se preciaba de mantenerse en el teatro, pero diez años después ya ha interpretado a Hellboy e integra el universo Marvel (como era de esperarse).
Como ha sucedido en varias anteriores, en esta temporada final, ambos comparten set con un actor icónico de los ochenta: en esta ocasión, Linda Hamilton, la reina que interpretó a Sarah Connor en la saga Terminator. Y esos detalles siempre serán bienvenidos en esta producción. Así lo fue ver a través de los años a Matthew Modine, a Paul Reiser, a Sean Astin y otros invitados especiales que ofrecieron su talento y con su mera presencia evocaron otros roles y otras épocas.
Obvio, mucho del atractivo viene también de personajes que se hacen amados por ser desconocidos y únicos. Eddie Munson (interpretado por Joseph Quinn antes de convertirse en uno de Los cuatro fantásticos) dejó una enorme huella con su aparición heroica en la temporada pasada, en la que glorificó a Metallica. Y sigue siendo difícil olvidar a Barb (Shannon Purser), sacrificada en la primera temporada.
Lo que no cambia, en el fondo, es que Stranger Things, más enorme que nunca, más cara que nunca, más larga que nunca, y ya cerrando su faena, sigue siendo entretenida y sigue abriendo la puerta a la maratón conservando nuestra total atención. Y eso, en los tiempos de atención dispersa, se puede considerar un enorme triunfo.
En los galpones de Screen Gem Studios de Atlanta, David Harbour le confesó a SEMANA en 2017: “Antes de salir al aire, pensé que sería un desastre. Pensé que algunos ‘nerds’ nos verían, pero nunca hice parte de algo que gente de 12 años compartiera con gente de 60. No teníamos idea de qué sucedería, nadie lo sabía”. Ahora lo sabemos todos, incluso Frank Darabont, quien dirigió episodios en esta temporada. Con eso en mente, del lado de la gente solo resta disfrutar con gozo y algo de nostalgia lo poco que queda, en toda la enormidad de sus múltiples clímax.