El problema es que ahora, como hace siglos, los hombres siguen menospreciando a las mujeres. | Foto: Nick Jaussi

OPINIÓN

Las mujeres reescriben su historia

Hasta hace poco las mujeres fueron excluidas de la historia, hasta el mismo Platón las sacó de su República. Hoy, las cosas son distintas.

26 de noviembre de 2018

El mundo lo hicimos los hombres. Está pensado para los hombres y por los hombres. Lo forjamos los hombres. Lo guerreamos los hombres. Lo fundamos los hombres. Y, fundamentalmente, lo estamos arruinando los hombres. Las mujeres estaban, pero no existían. Hasta hace poco empezamos a ser conscientes de que existen. No detrás de nosotros ni al lado ni adelante ni debajo ni encima. Existen y son. Simplemente. Como nosotros. Ya no más casos excepcionales a lo largo de la historia en los que las mujeres, cada cierto número de lustros, décadas o siglos, sacaban la cabeza en medio del amasijo eterno de la testosterona.

Platón, mi maestro, de quien, aunque queriéndolo, no he podido desprenderme porque le dio para siempre más realidad a las ideas que a las cosas, no incluyó a las mujeres en su República soñada. No eran consideradas. Un error fatal del nervio óptico. Vergonzoso sí. Pero más vergonzoso que casi 3.000 años después haya quienes conserven la miopía. Y más que esta, la ceguera.

Una revista como esta es prueba inequívoca de que algo anda mal desde hace tiempo. Que sea necesario hacer una revista exclusivamente de mujeres para mostrar cómo son y qué hacen, cómo trabajan, cuál es su valor, cómo alejan el mundo del precipicio en un país que como el nuestro las ha lastimado de todas las formas y que está plagado de primates que las asesinan dizque por amor para suicidarse un instante después henchidos de oscuro y viscoso despecho, es, insisto, prueba de que todo va mal.

Claro, hay otra lectura. Sé de otra conclusión. Una revista como esta es también una lucecita en medio de la horrible noche. Esa lucecita tendrá que alumbrar el tiempo donde las mujeres en nuestro país (para solo poner algunos ejemplos más cercanos), no iban a la universidad porque no estaba bien visto y no podían firmar una escritura pública sino las avalaba su señor marido y su apellido no era suficiente sino estaba acompañado de otro cualquiera, pero precedido de la indispensable preposición ‘de’.

Pero hay más. Si su hijo era solo de ella, el sistema educativo lo rechazaba, por natural, por ilegítimo y parece mentira que aún persistan colegios que conserven el mandamiento. Como persisten buenas conciencias que les parece excitante la escena de dos mujeres amándose, pero repugnante si se trata de dos hombres.

Y lo tendrá que alumbrar, digo, para que no se repita ahora con artilugios aún más sofisticados y disfrazados de inclusión, el abyecto paréntesis en que las hemos puesto a través de la historia. Porque quienes siguen pensando que las mujeres son mujeres solo porque la naturaleza las dotó de vagina y glándulas mamarias, son los mismos a los que iban dirigidas las redondillas de sor Juana Inés de la Cruz hace 300 años: Hombres necios que acusáis/ a la mujer, sin razón, /sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que juzgáis.

El problema es que ahora, como hace siglos, estos hombres siguen dándoles a ellas el paso primero y se llaman a sí mismos caballeros.