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ANTETITULO

“Asesinato en el Expreso de Oriente”, Kenneth Branagh

Antioquia lo vuelve a hacer: inauguró uno de los complejos viales más importantes y sorprendentes de América Latina. Otro motivo de orgullo para los paisas y de reflexión para los bogotanos.

Gustavo Valencia Patiño(*)
11 de diciembre de 2017

Fue una sensación parecida a la de pasear por el metro de Medellín por primera vez: una mezcla de admiración y orgullo con una dosis secreta de frustración. Al pasar por el Túnel de Oriente no pude evitar la misma pregunta: ¿Por qué Bogotá no?  

Pagamos 16.900 pesos de peaje y entramos a ese pasadizo revestido de concreto que atraviesa ocho kilómetros de montaña en diez minutos. En el trayecto, el mismo asombro de cruzar la Costa Azul francesa serpenteante o pasar por debajo del río Hudson a través del túnel que conecta a Nueva York y Nueva Jersey, que lleva funcionando 90 años. El mismo deslumbramiento por la capacidad humana de vencer barreras inimaginables.

Al salir, una panorámica de Medellín muy distinta a la que se revela en forma gradual a través del descenso por la vía Las Palmas. Por este lado, se ofrece de inmediato el edificio Coltejer, ícono de la ciudad, y una buena parte del centro. Al costado derecho, la belleza natural del corregimiento de Santa Elena y después casas pequeñas de rústico acabado: La Sierra y otros barrios de la comuna 8; el centro-este de la ciudad que pronto empezará a transformarse por efecto de este jalón de desarrollo que traerá nuevos túneles y nuevas vías al oriente antioqueño.

Como ocurre con cada obra pública de envergadura, un gran debate sobre la utilidad. Muchos consideran que un billón de pesos habría servido más en escuelas, hospitales o en otras inversiones, que en recortar 20 minutos el viaje desde o hacia el aeropuerto de Rionegro. En cualquier caso, la obra concluyó y está en uso. Tuvo problemas, como todas, pero los sortearon y, más loable aún, sin sobrecostos.

Los paisas lo lograron, una vez más. Llevan 24 años disfrutando del metro y de las transformaciones que ha traído a Medellín. Bogotá, entre tanto, apenas toma decisiones, promete ponerse manos a la obra y cruza los dedos para que la primera línea de un metro elevado esta vez sí sea. También llevan años hablando de la urgencia de un túnel entre La Calera y un punto del norte, muy probablemente la calle 100, que desembotelle ese segundo piso capitalino en plena expansión.

Mientras otras ciudades colombianas se empeñan con valor en proyectos ambiciosos, la capital parece atrapada en el pantano de los estudios, los debates y las indefiniciones. Y vemos los efectos: el progreso premia a los audaces.