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Así descubren el arte falso en Colombia

Cada vez circulan más obras falsificadas en los mercados mundiales. Con la mayor discreción, un grupo de expertos se encarga de desenmascarar a los responsables de ese delito.

23 de junio de 2018

Una vez Alejandro Obregón recibió en su taller una pintura para ver si se trataba de una falsificación. La observó en silencio por unos diez minutos. Se acercaba y luego se alejaba para corroborar lo que tenía en mente. De pronto, le pidió a su asistente un pincel para escribir en el reverso de la obra: “Esto no es un Obregón”. Y la firmó.

Como él, incontables artistas han visto sus obras replicadas. Y es que las copias o falsificaciones son casi tan antiguas como el arte mismo. Miguel Ángel Buonarroti, el gran renacentista italiano, imitaba a los grandes maestros de su época como un ejercicio académico, al igual que lo hacían los discípulos en los talleres del artista. También se habla de pintores que hacían varias versiones de una misma obra, como la Mona Lisa.

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Esa práctica persiste para reverenciar a los artistas o para perfeccionar las técnicas propias. Pero algunos aprovechan sus facultades artísticas para crear obras falsas que luego circulan en el mercado como auténticas. Entonces la copia se convierte en el cuerpo del delito.

Es el caso del falsificador húngaro del siglo XX Elmyr de Hory, que vendió más de 1.000 cuadros falsos, aunque hay quienes dicen que pintaba sin firma y que su marchante le ponía las rúbricas para luego vender las piezas a precios exagerados. También es conocido el caso del holandés Hans van Meegeren, que se dedicó a pintar obras de Vermeer porque era el artista predilecto de uno de sus críticos más fuertes. Una de esas réplicas, vendida como auténtica, llegó a las manos de Hermann Göring, fundador de la Gestapo (la policía secreta de la Alemania nazi). Hoy, sus obras alcanzan los 30.000 dólares en subastas.

Salvador Dalí acostumbraba firmar papeles en blanco para que sus aprendices pintaran luego. Quizá por esa razón el español es uno de los artistas más falsificados de la historia: en 1990 aparecieron en Barcelona unos 1.000 cuadros apócrifos con su nombre, listos para salir a la venta.

Cerca del 40 por ciento del arte que hoy circula en el mercado internacional es falso. Las grandes galerías y casas de subasta venden como originales algunas falsificaciones que llegan avaladas con sellos y certificaciones. Los expertos aseguran que las estafas son cada vez más comunes y los falsificadores, más astutos.

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Colombia no está lejos del fenómeno. Y aunque son pocos, hay expertos dedicados a certificar la autenticidad de las piezas, especialmente de Fernando Botero, Alejandro Obregón, Omar Rayo, Débora Arango y Guillermo Wiedemann. El galerista Fernando Pradilla afirma que mensualmente recibe entre 15 y 20 obras para certificarlas. Una cantidad similar recibe al mes Ablac, la única empresa del país dedicada a certificar y avaluar obras de arte. Y un grupo especializado de la Dijín ha capturado bandas dedicadas a falsificar y traficar arte. Ya recuperó numerosas piezas religiosas y paleontológicas.

Estos desconocidos pero valiosos ‘cazadores’ de arte falso no solo velan por el reconocimiento del patrimonio artístico y cultural, sino que protegen las obras, los artistas y la industria. Porque el mercado de arte falso en Colombia es particular: muchos recuerdan el caso de dos cuadros incautados en 2009 a Hernando Gómez Bustamante, alias Rasguño, quien alardeaba de que se trataba de obras del pintor flamenco del siglo XVII Peter Paul Rubens.

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También existe la historia de un comerciante de arte que en la década de los ochenta le vendió a Pablo Escobar, por cerca de 1.000 millones de pesos, una supuesta colección de jarrones de la dinastía Chen-Tsung. Cuando el narcotraficante le pidió a un experto el certificado de autenticidad, supo que había comprado las réplicas en Boyacá. El vendedor murió asesinado. En Colombia, el interés de los delincuentes en el arte puede tener dos motivos: el prestigio y el ascenso social que significa tener una pieza de valor o el intercambio de obras como forma de pago. El narcotráfico fue, sin duda, un detonante de las estafas en el mercado nacional del arte.

Pero ¿cómo identificar una obra falsa? Catalina Rodríguez Ballén, gestora cultural e investigadora de Ablac, cuenta que su labor requiere curiosidad, una observación muy atenta, mucho estudio y estar muy pendiente de los detalles. El proceso es revelador: cuando se acerca alguien con una obra, se preguntan ¿qué sabe de lo que tiene?, o ¿hasta dónde quiere llegar?

Se puede reconocer desde la época de una pieza hasta el autor o el círculo al que pertenecía. Pasó hace poco con una pintura atribuida al científico colombiano Francisco José de Caldas. Los expertos lograron develar que, aunque tenía su firma, no la había elaborado él, sino un miembro de la Comisión Corográfica.

Hay tantas formas de descubrir una obra falsa como el ingenio lo permite. “Muchas veces tenemos que pensar como falsificadores”, dice Rodríguez. Y cuenta que los detalles más pequeños a veces arrojan resultados. Con las pinturas coloniales es clave el número de pinceladas en los ojos: mientras más trazos, mayor maestría del pintor. También es cierto que ningún artista permitiría que pusieran un sello al reverso de su obra con tinta que pueda dañar el soporte. El estudio químico del papel y de los insumos utilizados también son claves. Y con las esculturas, las técnicas de fundición son determinantes. Detalles que parecen obvios, como la ortografía o la enumeración, también marcan la diferencia.

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En Colombia hace falta una regulación efectiva del mercado del arte y una forma de hacer justicia con los falsificadores y estafadores que inundan casi la mitad del comercio de obras en el país. Pradilla asegura que el arte dejó de ser elitista: “Ahora todos pueden comprar o recibir una obra. Y es fantástico que la gente aprenda a vivir con arte, pero hay que institucionalizar el mercado y educar al público para ello”. Los expertos dicen que así como abunda el arte falso, también hay grandes obras guardadas en manos de quienes desconocen su valor y que debería ser un deber salvaguardar ese patrimonio.

Según la Interpol, en el mercado ilegal internacional circulan más de 600.000 piezas, y grupos como Estado Islámico se valen de su tráfico para financiarse. El mayor espacio para las ventas es internet. Y aunque cada vez hay más tecnología para descifrar los fraudes, también la hay para crear las copias –basta ver las impresiones en 3D que imitan pinceladas que parecen auténticas–. Ya sea una copia fiel de un clásico o una reproducción en masa de las que mueve la piratería, las falsificaciones son una realidad que el arte ha enfrentado desde hace siglos.

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