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Colón, ¿héroe o genocida?

Una ola reciente de ataques contra los monumentos de Cristóbal Colón en Estados Unidos muestra que una parte de la sociedad no está dispuesta a aceptar los valores que la historia les ha dado a ciertos personajes.

16 de septiembre de 2017

El miércoles 30 de agosto, en horas de la mañana, una estatua de bronce de Cristóbal Colón apareció decapitada en el parque de Yonkers, al norte de Nueva York. Solo unas horas más tarde, y cuando las autoridades locales aún trataban de encontrar a los culpables, desconocidos rayaron otro monumento dedicado al genovés en Queens, un barrio muy cercano al del primer incidente.

No eran casos aislados. Días atrás había pasado lo mismo en Baltimore, Houston y Búfalo. De hecho, por esa fecha ya rodaba un video en YouTube en el que un hombre encapuchado golpeaba uno de los monumentos con un martillo, mientras una voz de fondo decía: “Cristóbal Colón simboliza la invasión inicial del capitalismo europeo en el hemisferio occidental”. Esta semana la historia se repitió en pleno Central Park, uno de los sitios más reconocidos de Nueva York, donde una estatua de Colón apareció manchada de rojo.

“Abajo el genocida”, “terrorista cristiano”, “el origen de una ola centenaria de asesinatos, violaciones y esclavitud” y hasta “culpable de la degradación ecológica y de la explotación laboral en América”. Los calificativos contra Cristóbal Colón se han multiplicado en Estados Unidos. Algo que no solo se ve en los actos de vandalismo, que según las autoridades se deben a grupos radicales de izquierda, sino en decisiones políticas y movimientos ciudadanos. Este año, por ejemplo, Los Ángeles decidió cambiar el nombre de la festividad del 12 de octubre de Día de Colón a Día de los Pueblos Indígenas. Y en Nueva York hay una propuesta, que cada día gana más seguidores, para retirar el Columbus Circle, uno de los monumentos más grandes en honor al genovés, ubicado en pleno centro de la ciudad. Algo similar ocurre en Minnesota.

El tema escaló en Estados Unidos debido al aumento de las tensiones raciales y al debate sobre la conveniencia de honrar a figuras históricas con un pasado controvertido –como los generales confederados que pelearon en la guerra civil y defendieron la esclavitud–, pero las polémicas sobre el genovés no son nuevas. Ya en Venezuela, en octubre de 2004, ciudadanos chavistas tumbaron a un Colón que estaba en la plaza Venezuela de Caracas luego de hacerle un juicio simbólico; y Cristina Fernández de Kirchner ordenó cambiar en 2013 una legendaria estatua del navegante, que estaba en frente a la Casa Rosada en Buenos Aires, por una de la líder indígena boliviana Juana Azurduy.

La figura de Colón siempre ha generado controversias. Gran parte de su vida aún es un misterio y lo que se conoce está rodeado de mitos. Ni siquiera es seguro que haya nacido en Génova, Italia, como creen la mayoría de los historiadores. Algunos dicen que fue portugués, otros que catalán y unos cuantos defienden la tesis de que nació en Galicia. Además, hoy hay pruebas de que antes que él habían llegado al continente americano los vikingos, los polinesios, algunos chinos y otras tribus asiáticas. Y aunque su arribo, el 12 de octubre de 1492, cambió la historia de la humanidad para siempre, él ni siquiera supo que había llegado a un nuevo continente. Hasta su muerte pensó que había hallado un nuevo camino hacia el lejano oriente, pues su obsesión como navegante era encontrar una nueva ruta comercial con la India.

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Sin embargo, Colón es considerado el descubridor de América y en varias ciudades del continente se levantan monumentos y estatuas en su honor. “En los primeros años de la Independencia se contaba la historia de los grandes hombres que habían venido de España y habían conquistado el continente –cuenta Alberto Escovar, director de Patrimonio del Ministerio de Cultura–. Pero hacia los años sesenta y setenta surgió una mirada revisionista, que para mí se va al otro extremo, que los acusa de genocidas y asesinos”.

La llegada de los españoles a América –gracias a Colón– sí fue, a la larga, una mala noticia para los pueblos indígenas. Las enfermedades traídas del Viejo Continente, la violencia para ocupar territorios y buscar tesoros escondidos, y el abuso de ellos como fuerza laboral (prácticamente como esclavos) diezmaron a estas poblaciones. Las ciudades españolas reemplazaron los centros indígenas más grandes (ubicados en lo que hoy es Cuzco, Perú y Ciudad de México), y quienes no se entregaron voluntariamente al nuevo poder, murieron asesinados o desaparecidos. Tanto así que algunos españoles de la época, como fray Bartolomé de las Casas o Francisco de Vitoria, denunciaron esos hechos y provocaron debates ante la Corona española, que tomó medidas para proteger a los nativos.

“Si uno quisiera ver una serie de crímenes a la luz de hoy, es obvio que los hay –explica Mauricio Nieto, profesor de la Universidad de los Andes– Las cifras sí son escandalosas y la colonización no es una historia bonita, pero que los historiadores seamos jueces morales de otras épocas puede ser un problema. Hacerle un juicio a un personaje del pasado sobre si es racista o no es complicado, porque estamos fuera de contexto. Colón, por ejemplo, vivió en un mundo donde la esclavitud existía y era natural”.

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Además, la figura del genovés no se puede menospreciar. Su viaje a América causó el encuentro de dos mundos –como lo determinaron en debates varios historiadores en 1992, al cumplirse 500 años del descubrimiento– y, gracias a su tenacidad, consiguió es un paso gigante para la historia de la humanidad. Como explica Luis Enrique Nieto, investigador principal de la Dirección de Patrimonio Cultural e Histórico de la Universidad del Rosario, “tuvo el afán de ir más allá de lo conocido y dejó un gran aporte al mundo. Movió la frontera del conocimiento y eso, en cualquier campo, es lo que hace avanzar a la humanidad”.

Incluso en su Diario de a bordo, donde contó la travesía que lo llevó a pisar un nuevo continente, habla de los indígenas como una población bella, generosa y salvaje, sobre todo por el hecho de estar desnudos y no ser cristianos. Aunque lo cierto es que hizo ese relato para los reyes católicos (Isabel de Castilla y Fernando de Aragón), que le financiaron el viaje, y los diarios originales se perdieron. Pero sobreviven unas copias que hicieron su hijo (Hernando Colón) y fray Bartolomé de las Casas. De hecho, en estos días se consigue en las librerías del país una recopilación comentada de ese diario, curada por Christian Duverger (Penguin Random House). Aunque también hay versiones no confirmadas que cuentan que Colón sí pensó en los indígenas en términos de conquista, ordenó matar a algunos que se opusieron e incluso les propuso a los reyes usarlos para el comercio humano.

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Lucha por la memoria

Pero más allá de la controversia por Colón, en el fondo hay un debate sobre la memoria histórica. Las estatuas y monumentos que se erigen en las ciudades o los nombres de las calles y las plazas son, en muchos casos, una referencia del pasado histórico que una sociedad elige honrar. “Son lugares de memoria y parece que en algunas ciudades se está dando una especie de combate o de lucha por ocupar y apropiarse de esos espacios”, cuenta el historiador Pablo Rodríguez.

No es raro que los países retiren monumentos o cambien de nombre las calles o plazas en ciertas coyunturas históricas. Cuando terminaron las dictaduras de Josef Stalin, en la Unión Soviétic, Francisco Franco, en España, o Rafael Trujillo, en República Dominicana, por ejemplo, los nuevos gobiernos comenzaron a quitar las estatuas que los enaltecían. Lo mismo ocurrió en México, con Hernán Cortés, o en Perú, con Francisco Pizarro. Incluso en Colombia, durante el periodo conocido como la hegemonía conservadora (entre 1886 y 1930), el gobierno trasladó las estatuas de presidentes liberales como Aquileo Parra (1876-1878) o Santiago Pérez (1874-1876) al Cementerio Central.

El caso de Colón en Estados Unidos está enmarcado dentro de las luchas raciales que están saliendo a la luz durante el gobierno de Trump. Los grupos de izquierda, los movimientos indigenistas y los defensores de los derechos de los afrodescendientes critican que las ciudades –sobre todo en el sur del país– tengan estatuas de personas que defendieron la esclavitud, como el general Robert E. Lee (ver recuadro).

Y aunque los debates sobre la historia que se cuenta en los colegios y los personajes que una sociedad elige como sus estandartes son pertinentes, casi todos los expertos coinciden en que no es posible hacer juicios absolutos. Sobre todo con parámetros morales y éticos de una época muy diferente. Cristóbal Colón seguramente no fue una perita en dulce, pero culparlo de todo lo que vino con la colonización puede ser un poco exagerado. Lo importante, más allá del debate de las estatuas, es que la sociedad conozca y entienda los hechos históricos dentro de su contexto.

Los otros casos

Cristóbal Colón no es el único. Los movimientos de izquierda y varios ciudadanos critican las estatuas de los líderes confederados que pelearon durante la guerra de Secesión en Estados Unidos (1861–1865). El caso más conocido es el del general Robert E. Lee, quien dirigió el ejército confederado, que se opuso a la abolición de la esclavitud. Varias de sus estatuas han sido pintadas, golpeadas con martillos y algunos ayuntamientos decidieron quitarlas de los parques y las plazas. Por eso mismo en Charlestone, Virginia, los supremacistas blancos salieron a marchar porque supuestamente estaban borrando su historia y ‘afectando’ sus derechos.

A pesar de ser el líder de los confederados, algunos estadounidenses lo tienen como un gran líder militar y como alguien que, luego de perder la guerra, apoyó la reconciliación entre el sur y el norte. Pero para los movimientos ciudadanos que se oponen a sus estatuas, la sociedad debe cambiar la narrativa histórica tradicional; los monumentos deben honrar a los esclavos y a quienes sufrieron la segregación racial, y no a sus esclavizadores.