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Varios colombianos mostraron con orgullo como burlaron a los rusos y sus normas.

CIVILIDAD

¿Por qué los colombianos no tienen civismo?

Los malos comportamientos de algunos hinchas en Rusia abrieron la discusión sobre la falta de urbanidad en Colombia. Es necesario aprender a convivir. Una tarea que no solo les compete a los colegios.

30 de junio de 2018

Las imágenes le dieron la vuelta al mundo. Mientras los hinchas japoneses recogían la basura del estadio en el que Japón derrotó a Colombia durante su primer partido del Mundial de Rusia, algunos colombianos pasaban vergüenzas en videos grabados con sus propios celulares. En uno de ellos, un grupo se jactaba de haber entrado licor escondido en unos binoculares falsos al estadio –en Rusia está prohibido por ley hacerlo– y alardeaban del ‘ingenio paisa’. En otro, un hombre puso a dos mujeres japonesas a decir que eran “putas” y “perras” aprovechando que no entendían español. Y en un tercero, una youtuber reconocida, que intentaba ser chistosa, insultó a varios extranjeros en la calle.

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Si bien es cierto que pasó con varios latinoamericanos (hinchas argentinos golpearon a unos croatas, los peruanos se burlaron de mujeres rusas y los mexicanos quemaron una bandera de Alemania), el tema escaló rápidamente en Colombia y se convirtió en un escándalo mediático. La Cancillería anunció sanciones, Avianca despidió a uno de los involucrados, la Fifa los vetó de los estadios y muchos empezaron a publicar sus nombres en las redes sociales. Como suele pasar ante este tipo de casos, algunos echaron mano de una frase conocida: “Cómo hace de falta la urbanidad de Carreño”.

Y es que cada vez que ocurren casos similares, muchas personas le apuntan a un problema de civismo y de urbanismo, a una falla en los colegios y las escuelas, que no les inculcaron buenos modales a los estudiantes. Para los expertos, sin embargo, el tema trasciende lo meramente educativo. “No se puede encontrar un responsable tan fácil en el contexto de la escuela porque es un tema mucho más estructural de la sociedad –dice Carlos Arturo Soto, profesor de Educación de la Universidad de Antioquia–. Les estamos transmitiendo a la juventud y a la sociedad desde varios sectores el mensaje de que ‘todo vale’, que es mejor ser ‘vivo’ y que el problema no es hacer la infracción o saltarse una norma, sino dejarse pillar”.

En ese caso, también entrarían en el grupo de las vergüenzas lo ocurrido en el Colegio Marymount, de Barranquilla, donde un grupo de estudiantes compró las respuestas de un examen de preparación a las pruebas de Estado. Y ante la decisión del colegio de castigarlos con una ceremonia discreta de grado, sin fiesta, los padres pusieron una tutela, con lo que excusaron y justificaron el comportamiento de sus hijos.

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Así mismo, en la Universidad del Magdalena los padres de jóvenes que querían entrar a la institución les pagaron a algunos estudiantes con puntajes altos en los Saber para que suplantaran a sus hijos. Aunque en esos casos el tema pasa más por la ética que por el buen comportamiento, muchos creen que los dos están relacionados.

Para el experto en educación Julián de Zubiría, tienen el mismo origen: “Gracias a la influencia del narcotráfico en la estructura ética de la sociedad, se generalizó la cultura del ‘dinero fácil’ y del ‘todo vale’ para alcanzar los fines. También ha impulsado esa cultura un sector de la clase política que recurre al miedo, la difamación y el populismo para alcanzar sus fines”. Eso permeó la estructura social de los colombianos, llevó a que poco a poco se perdiera el civismo y a que hasta los buenos modales quedaran en un segundo plano.

"Le estamos transmitiendo a la juventud el mensaje de que ‘todo vale‘ y que el problema es dejarse pillar".

Pero también hay un aspecto que atañe al sistema educativo, pues muchos creen que hay que educar en la diferencia y en la convivencia. “Se requiere un nuevo civismo –explica Hernán Suárez, quien asesoró a la Secretaría de Educación de Bogotá entre 2004 y 2008–. Entendiéndolo como las relaciones necesarias para que los miembros de una sociedad convivan bien. La urbanidad también, pero no solo como un tema de buenas maneras, sino de saber vivir en la urbe, en la ciudad, en comunidad”.

Muchos, sobre todo los mayores, recuerdan con nostalgia las clases de Educación Cívica y los manuales con los que las escuelas les enseñaban a los alumnos a comportarse en sociedad. Y aunque esos textos ya quedaron obsoletos, el mundo de hoy, con redes sociales, internet y temas como la igualdad de género en auge, requiere actualizar sus acuerdos de convivencia.

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Pero el sistema educativo tampoco se ha olvidado del tema. Para el historiador Jorge Orlando Melo, de hecho, el país lleva casi 200 años educando a la gente para el civismo y la convivencia. Un asunto al que se le dio aún más énfasis después de la Constitución de 1991: hoy los colegios deben incluir en sus clases temas como la resolución de conflictos, el respeto a las normas, las reglas de tránsito, los derechos humanos, la democracia y la educación sexual, entre otros. Además, el Ministerio de Educación diseñó en 2003 unos estándares para educar a los estudiantes en competencias ciudadanas.

Sin embargo, no es suficiente. Para De Zubiría, eso se debe a que “ha habido un énfasis excesivo en los contenidos académicos y un relativo descuido en la dimensión emocional y ética. El descuido es especialmente grave a nivel universitario. La educación debería tener un gran énfasis en el desarrollo de competencias éticas, y la convivencia debería ser uno de los fines esenciales de la educación”. Como él, muchos piensan que tratar de solucionarlo todo con cátedras o clases es insuficiente, es cargar a los colegios de una responsabilidad que debe compartir toda la sociedad, comenzando por la propia familia.

Además, como dice Melo, así la escuela trate de infundir esos valores en los estudiantes, lo que sucede alrededor (en la sociedad, en la política, en la televisión) interfiere y dificulta los resultados. Sobre todo porque en la formación ética y cívica de las personas también influyen el entorno familiar, los medios de comunicación y los políticos.

El cambio, en ese sentido, no solo debe recaer sobre profesores y docentes. Debe constituir un esfuerzo de toda la sociedad: sistema educativo, artistas, familias, medios de comunicación, deportistas, políticos e incluso el sector público.

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Antanas Mockus en la Alcaldía de Bogotá dio un buen ejemplo con la cultura ciudadana: todo tipo de recursos servían para enseñarles a los ciudadanos a vivir mejor en sociedad y a respetar las reglas. “Se requiere de un cambio cultural liderado por artistas y educadores –piensa De Zubiría–. Ese cambio debe comprometer a la clase política a no generar cizaña para conseguir votos y a asumir su responsabilidad histórica en la lucha contra la corrupción. Debe exigir a los medios de comunicación socializar mensajes e historias esperanzadoras que logren convocar al país en torno a causas comunes y que inviten a la sanción social responsable y formativa”.

Varios expertos, además, coinciden en que los profesores en los colegios y las universidades deberían involucrar dilemas éticos y cívicos en sus clases, para que los estudiantes se planteen esos problemas desde el comienzo. El camino no es sencillo y el cambio, en todo caso, tomará tiempo. Pero hay que comenzar ya. n