EL GRABADOR Y EL POETA
El Museo de Arte Moderno, de Bogotá, abre sus puertas el próximo mes a las obras de dos de los más grandes artistas españoles: Francisco de Goya y Joan Miró.
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Francisco de Goya y Joan Miró han sido, cada uno en su época, dos de los más grandes artistas de la península ibérica. El primero es considerado como el más importante grabador español. El segundo como uno de losmás dignos exponentes de la vanguardia contemporánea. Situados en el tiempo con casi un siglo de diferencia _el primero entre 1748 y 1828, el segundo entre 1893 y 1983_, ambos constituyen eslabones definitivos en el desarrollo del arte europeo. Goya quizás por su compromiso histórico con la realidad que le tocó vivir; Miró tal vez por su aproximación al infinito en una época en que la pintura suscitaba muchas preguntas pero casi ninguna respuesta. El privilegiado lugar de estos dos genios en el concierto del arte mundial es algo que está fuera de discusión. Por eso las exposiciones simultáneas que el Museo de Arte Moderno (MAM), de Bogotá, tiene preparadas para el próximo mes alrededor de la obra de estos dos colosos, han empezado desde ya a generar expectativas poco frecuentes. En el caso de Goya, se trata de una muestra que consta de 115 grabados originales de las series conocidas como Los caprichos, Los desastres de la guerra, La tauromaquia y Los disparates, realizados por el artista aragonés en forma paralela a sus trabajos como pintor oficial de la corte y que vienen directamente de la Calcografía Nacional de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, institución en la cual reposan las planchas del maestro. La de Miró, por su parte, es una selección que reúne seis óleos de gran formato compuestos por el artista catalán en los años 70, y 40 grabados, algunos de la serie Allegro vivace preparada por el pintor a comienzos de la década de los 80, y otro tanto de su famosa serie Constelaciones, que data de 1940 y sus alrededores. La obra pertenece a la Fundación Pilar y Joan Miró, de Mallorca, organismo que, junto con su sede de Barcelona, guarda la colección más completa de su inspirador.La exposición, que ocupará los cuatro pisos del museo, será inaugurada por el propio José María Aznar, presidente del gobierno español, el próximo 14 de septiembre durante su visita a Colombia, un evento que engalanará el que puede ser el mayor acontecimiento del MAM en el presente año. Por primera vez el público colombiano tendrá la oportunidad de observar de cerca la obra de dos genios cuya producción marca un interesante contraste entre sus épocas, más si se tiene en cuenta que ambos representaron la vanguardia de su tiempo. No sin razón Goya es para muchos críticos el primer pintor moderno de España, mientras la obra de Miró tiene el sello de una búsqueda constante más allá de la atomización de escuelas que caracterizó a su generación.El pintor de la corteNacido en Fuentedetodos, Zaragoza, en 1748, bajo el reinado de Carlos III, y muerto en Burdeos en 1828 en plena decadencia del imperio español, Francisco de Goya desarrolló la mayor parte de su trabajo artístico como pintor de la corte, pero no por ello dejó de preocuparse por la realidad histórica y social de su época. Si bien fueron los encargos de la nobleza _escenas de familia, parejas matrimoniales y retratos de monarcas y ministros_ los que curtieron de fama su vida pública, también es cierto que Goya trabajó a su antojo en obras que adquirirían un valor monumental sin que necesariamente tuvieran el visto bueno de la corte. Prueba de su labor paralela a las exigencias estatales son las series de grabados dedicados, entre otros temas, a la vida cotidiana española, la superstición, la doble moral de la mojigata sociedad madrileña y las indolencias de la guerra, muchos de ellos elocuentes y sombríos testimonios de una realidad que permanecía oculta tras las bambalinas de la monarquía. Las repercusiones de la Revolución Francesa, unidas a una calamitosa enfermedad que no lo mató de milagro pero que lo dejó totalmente sordo, irían a imprimir un cambio profundo en su manera de pintar. Corrían los últimos años del siglo XVIII y la pérdida de la audición parecía haberle agudizado el poder de la visión al punto de permitirse inaugurar un período que sería considerado por los críticos como el más esplendoroso de su carrera. Al tiempo que dedicaba su atención a la familia de Carlos IV con retratos de asombrosa expresividad, sus frecuentes cortejos con la duquesa de Alba le inspirarían una sensualidad y una coquetería que dejaría plasmadas no sólo en lienzos tan famosos como el de La maja desnuda sino en grabados que en las postrimerías del siglo publicaría con el nombre de Caprichos. La invasión de las tropas napoleónicas a comienzos del siglo XIX y la consecuente guerra de independencia tendrían en Goya a su más eximio cronista gráfico en Los desastres de la guerra; su visión de la fiesta brava sería retratada en La tauromaquia, mientras su aproximación a la caricatura social y política quedaría plasmada en la serie inconclusa Disparates. Estas láminas, aparte de dejar en evidencia su sensibilidad artística, lo hicieron pasar a la historia como uno de los más grandes grabadores de la historia, una técnica que supo dominar a la perfección combinando al mismo tiempo el aguafuerte con el aguatinta y el buril con una destreza que no tuvo ninguno de sus contemporáneos.
Miró y el cosmos
Pero si Goya marcó una época por su crudeza a la hora de observar la realidad, Joan Miró lo hizo por su poesía. Nacido en Barcelona en 1893, y muerto en Mallorca en 1983, su obra cruzó el siglo XX colmada de una espontaneidad que asomó en sus lienzos en una congregación armónica de figuras y colores que lo separaron definitivamente de todas las vanguardias, no sin antes ensayarlas y superarlas en esa búsqueda constante de la autodeterminación pictórica. Del fauvismo al expresionismo, del surrealismo al collage y más tarde a esa explosión cromática que plasmó en sus constelaciones justo en momentos en que Europa asistía a la conflagración de la Segunda Guerra Mundial, Miró no cesó en su empeño de definirse y, al mismo tiempo, de superarse a sí mismo.Para muchos la abstracción de su obra sólo es un proceso de acercamiento a la poesía, un género literario que además Miró seguía de cerca como lector furibundo y se halla reflejado en los títulos de sus cuadros, algunos de ellos pequeños poemas por sí solos. Su serie Constelaciones, que para algunos marca el período de mayor esplendor en su carrera, hablan claramente de este vínculo entre la lírica y el arte. Es, como lo diría la crítica Rosa María Malet, "un intento por representar todo el orden del cosmos", pero también por aproximarse al microcosmos, pues los astros y las nebulosas de sus galaxias pueden ser vistas de igual forma como amebas navegando entre plasma, como si Miró se hubiera propuesto como meta el infinito visto simultáneamente en sus dos polos opuestos. Independientemente de su destreza, de su juicioso escrutinio sobre el devenir de la pintura en un siglo que la ha visto vivir tal vez la peor de sus crisis, Joan Miró tuvo la virtud de invitar al espectador a soñar. Suficiente motivo para que se haya convertido en uno de los pintores más populares de su generación.