Crónicas de concierto
Massive Attack en el Movistar: habitar la atmósfera vanguardista y no ignorar jamás que el mundo es una porquería
Lo que dejó la agrupación británica en Bogotá fue asombroso. Trascendió el concierto y se hizo performance abrazador y retador, con esa música que aún define un plano existencial y un despliegue tecnológico al servicio de un mensaje. Se cuestionó cada paso de baile con una realidad sin disfraz, ante la que todo vale menos la inacción.
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Nunca había estado en un concierto que me doliera y estimulara tanto a la vez, y sé que no estoy solo en esa apreciación... Lo que entregó Massive Attack la noche del 5 de noviembre de 2025 en Bogotá, en su regreso tras 15 años, fue un concierto, pero también algo muy distinto, más amplio y ambicioso, una obra... un manifiesto, una avalancha que redefinió lo subversivo, lo actual y lo político en vivo. Normalizó lo que se sabe de este tiempo y de esta cruel y morbosa raza humana pero se trata de callar a nivel masivo. Se alimentó de eso, lo hizo código grupal por medio de una curaduría visual intensísima a muchos niveles, real, brutal, increíblemente hilada, a tono con la era de YouTube. Todo en juego con un set de luces que bien podían definir una misa eléctrica. La mística fue emanando en tiempo real. Abrumador, incluso. Procesarlo todo...
Siempre una intención, pero siempre la música, el hilo conductor, el vehículo inicial, brotando de estas dos figuras centrales (Robert ‘3D’ Del Naja y Grant ‘Daddy G’ Marshall), de este conjunto de músicos excepcionales y alimentada canción a canción por el colectivo de voces diversas que los define (que incluyó al senséi Horace Andy, a la gloriosa Deborah Miller y a la icónica Elizabeth Fraser, de Cocteu Twins, que nos marcan desde los noventas). Cada voz, una fuerza capaz de proyectar en el escenario capitalino un plano emocional distinto, un color, usualmente impulsado por beats percutivos de lenta entrega y golpes categóricos, de esos tatuados en nuestras almas.


Se sintieron desde antes, la energía y la anticipación, y se liberaron desde los primeros ecos de “Risingson”, que abrió el concierto. Voluntariamente, la gente se subió de cuerpo y alma a ese vaivén atmosférico y profundamente reflexivo que propuso el grupo.
Desde el sonido, el trayecto osciló entre lo ensoñador y cadencioso de “Black Milk”, por ejemplo, e instantes que por poco derriten el techo de la mera intensidad supersónica que produjeron. Y en medio, ese piano con delay que llenó todo el espacio en “Take It There”, que en conjunto con esas voces y golpes de percusión definen un plano sonoro característico de la banda. Inertia did creep!

Pero claro, esta avalancha de insuperable nivel fue más allá del sonido. También llevó a su audiencia a mirar de frente al mundo de mierda en el que todos vivimos: lo hace sin pedir permiso, sin vergüenza, en nuestras caras. Nos emociona, nos pone vulnerables y nos clava el cuchillo con su mensaje de mil rostros y mil maneras, agitando consciencias a la brava, ofreciendo a cambio arte que es vuelo y consciencia. No es exagerado decir que esta fue una de esas noches capaces de cambiar trayectorias artísticas...
Esto que Massive Attack conjura no se parece a nada. Y si bien ya habían venido en 2010, al entonces Coliseo El Campín, ESTE TIEMPO EN LA HISTORIA ES ESTE TIEMPO EN LA HISTORIA, y este show impacta mucho más fuerte. “No bailes tan contento”, nos hacen sentir los británicos, nada sutilmente, mientras nos envuelven en una onda sonora inescapable de movimiento y constante cuestionamiento. Clichesudo, sí, pero muy real.

Salir eufórico de esta experiencia es natural... pero no se trata de una euforia cualquiera. No es la que nace de “me las canté todas“... porque lo vivido anoche fue increíble, poético, poderoso, y, a la vez, la necesaria patada en el espíritu que vomitan los tiempos.
Quienes se congregaron fueron al encuentro de algo que superara expectativas, producto de todas estas piezas engranadas, y lo encontraron. Algo tan bello y TAN DURO, el espíritu ritual. Por eso, del público brotó un fervor particularmente intenso, una especie de devoción religiosa por este arte que no ignora la cara cruel de la humanidad. Free! Free! Palestine!, sonó repetidas veces, de parte de estas miles de personas que agradecieron todo con la generosidad que tenían, mucho asombro y mucha admiración.

Después de encadenar canciones generacionales como “Angel”, con un arranque que exigió ajustes pero que luego desarrolló su estallido inolvidable para efectos gloriosos; “Safe From Harm” con sus retaliaciones siempre fluidas de cantar y un clímax arrollador; y la hermosa afirmación existencial que es “Unfinished Sympathy”, en la que Deborah Miller voló por última vez y nos hizo volar a todos, Massive lanzó un cover de “Levels” (de Avicii), que desde su sonido poderoso decía bailen!, y desde el mensaje retaba a no hacerlo. Estos tipos nos hicieron habitar, en más de una ocasión, la contradicción en tiempo real. Casi que nos la hicieron tocar, probar...

Y luego, vino el cierre. Nos regalaron el viaje mutante e increíble de “Group Four” (que dejó entre muchas imágenes algunas del Ku Klux Klan) y se despidieron con “Teardrop”, cerrando su faena con su más dulce himno, elevado por la voz de Elizabeth Fraser, que no acompañaron de imágenes duras para enviarnos con algo de esperanza a casa (si bien con un justificado envión indignado).
Por eso, el público procedió a devolverles una de las mayores euforias que he sentido en ese espacio, reconociendo en decibeles y corazón lo que acababa de recibir. Esa intensidad les hizo justicia a los artistas, que se vieron impactados. Bogotá no estuvo por debajo del momento.

Si esto no es arte, no sé qué lo es. Desde las 9:20, por hora y cuarenta minutos, Massive Attack canalizó las furias de este siglo, la vida en pantallas, la violencia descarada, el capitalismo que habita los límites de la devastación, nunca mirando para el otro lado, nunca barriendo lo incómodo y difícil debajo del tapete. No hay elefante, se le mira con ambos ojos y se le escucha en su poderosa belleza.
Si se estuvo en este recital, en este bombardeo sensorial hijo de esta época, en esta obra y call to action como pocos, se vio en pantalla el descaro del Hotel Trump en Gaza, del paraíso soleado de Netanyahu y sus colonizadores genocidas. El oso, el oso ruso quizá, Putin, en sus maquinaciones y ocupaciones guerreristas. Todo esto, enhebrado también con materiales propagandísticos de China y de la Unión Soviética del brutal Iósef Stalin. Armar esta colcha visual, que integró tantas cosas que enumerar se hace imposible, vale anotar, es de maestros.
Y por unos minutos potentes, se está dentro de la matriz. Y se sabe que no siempre se quiere ver cómo es esa realidad sucia. Muchos confesaron haber tenido que cerrar los ojos para poder asumirlo todo. Esto fue el polo contrario a la diversión por diversión. Hace poco menos de una semana Primal Scream y Bloc Party dejaron en Halloween el concierto opuesto, sin pantallas, sin otro mensaje más que el del gozo musical compartido y elevado. Y haberlos presenciado a los dos en el curso de una semana es algo que se le debe agradecer al promotor, Páramo Presenta (quien, del lado amargo, anunció que Morrisssey canceló una vez más su paso por la región, para sorpresa de absolutamente nadie y tristeza de los que aún creen en la posibilidad de cantar con él).



Come from way above, to bring me love...
La banda agradeció a Colombia su rol en denunciar el genocidio palestino. Y se sabe que el nexo nunca va a ser más fuerte con Massive Attack como lo fue anoche, como lo es ahora.
Nunca había sido tan urgente este tipo de catarsis para los muchos cuarentañeros ayer presentes (sobre todo hubo gen x-ers, pero no estuvimos solos). Nunca antes el mundo estuvo tan librado al caos y al envión del capitalismo fascista. Así pues, la terapia de choque va a tono con el presente, con la raza. Eso producen estos artistas, que osan usar su plataforma de forma audaz y visionaria para canalizar el momento en lo más sublime y aterrador.
Se dijo antes del espectáculo que este sería el primer concierto no waste en la historia del Movistar Arena (en eso han sumado la banda, Páramo, el escenario y el British Council). A la vez, en la paradoja de los tiempos, se hizo necesario comprar agua en botellas de plástico por 12.000 pesos, de la marca que en La Calera ha hecho cositas que fácilmente hubieran podido entrar en las imágenes de este concierto. Una vez se enciende el chip del cuestionamiento, es difícil detenerlo, y encenderlo es un superpoder que Massive Attack demostró tener de sobra.
No sorprende que estos genios hayan dejado otro hito más en su paso por aquí. Como si lavarnos a todos el alma con trances sonoros y mensajes que revuelcan los adentros de los sensibles no hubiera sido suficiente.
Bailar porque el mundo es una porquería y a pesar de que el mundo es una porquería. Y ante esto, como demostraron estos maestros, vale hacer arte que mueve. Lo único no tolerable es la inacción.



