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Gloria Zea dejó un vasto legado en el mundo del arte colombiano. Construyó la sede del MamBo, desde Colcultura promovió la llegada de la ópera a Colombia, restauró importantes edificios y publicó libros que dejaron huella. | Foto: Alfonso Reina

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Murió Gloria Zea, una institución de la gestión cultural en Colombia

Con el transcurso de los años Gloria Zea pasó de ser un personaje a uno de los símbolos más visibles de la gestión cultural en Colombia. Hoy, lunes 11 de marzo, se confirmó su muerte en la Fundación Cardioinfantil de Bogotá.

11 de marzo de 2019

En enero de 2016, después de 47 años en el Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO), Gloria Zea presentó su renuncia ante una institución que nunca hubiera sido lo que llegó a convertirse si no fuera por ella. Como cualquier protagonista de la vida nacional, Zea suscitó una amplia polémica y agudas controversias. Sin embargo, tanto sus admiradores como sus detractores reconocen que, sin dudas, fue una de las mujeres que más hizo por la cultura en Colombia.

Salió del MAMBO, pero nunca dejó de visitarlo y tampoco dejó de vivir de cerca el arte. Desde la dirección de la Ópera de Colombia, que fundó, se alió con el Teatro Mayor y juntos llevaron a buen puerto varias producciones. Nunca paró. Este miércoles tenía pactado el estreno de Madama Butterfly. 

Su vida fue apasionante, y no solo en el ámbito cultural. Llevó la colección de arte del MAMBO de 80 obras, cuando lo recibió en 1969, a las 3.633 con las cuales lo entregó; gestó, además, la construcción del edificio diseñado por Rogelio Salmona donde hoy se encuentran sus instalaciones. Como directora de Colcultura, amplió los horizontes culturales de Colombia liderando múltiples restauraciones, como la del Teatro Colón, trayendo la ópera al país e impulsando importantes publicaciones en historia, sociología y literatura. Su larga travesía incluye cómo trajo obras de Pablo Picasso y de Marc Chagall por primera vez al país, cómo Alejandro Obregón era mucho más tímido de lo que parecía, mientras que con el expresidente Alberto Lleras sucedía exactamente lo contrario.

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Primeros años
Gloria Zea creció en el hogar de Germán Zea, uno de los prohombres del Partido Liberal en la segunda mitad del siglo XX. Como su padre fue varias veces ministro y embajador, fue una niña privilegiada. Conoció el mundo en su juventud, cuando pocos colombianos podían hacerlo, y creció en una familia que era un punto de encuentro de los poderosos del país.

En 1955 estudiaba Arte en Estados Unidos, pero en una visita decembrina a Colombia coincidió con el expresidente Alberto Lleras en su casa. El entonces rector de la Universidad de los Andes, a quien Zea consideraba su ídolo, la convenció de regresar a estudiar en esa alma máter. Él mismo le hizo el recorrido y la enroló. Precisamente allí, en una clase de pintura, conoció a Fernando Botero. Era su profesor, pero pronto se convirtió en su marido. Se fueron a México, donde una estadía corta se extendió por dos años, y allá nació su primer hijo, Fernando. Luego volvieron a Colombia, donde nacieron Lina y Juan Carlos.

Con su regreso llegaron los retos intempestivos. Casi de un día para otro, por pedido de Daniel Arango, asumió la cátedra de Humanidades que dictaba Ramón de Zubiría en la Universidad de los Andes. Enseñar la aterrorizó en un comienzo, pero cumplió cabalmente al darles clases muchas veces a alumnos mayores que ella. La experiencia cambió su vida: “Me permitió conocer a unos seres humanos extraordinarios, a los intelectuales más importantes de este país. Eso me formó, fue un punto de quiebre fundamental. Y selló mi contacto muy profundo con Los Andes”, le aseguró hace unos años a SEMANA.

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Pero la persona más importante en esa época fue Marta Traba, la argentina gestora y abanderada del arte moderno en Colombia, que había sido su profesora en los años cincuenta y se había vuelto su colega. Se adoraban y, en medio de la idolatría que Gloria expresaba por su mentora, trabajaron varias veces a cuatro manos en artículos y en programas de televisión. Esa amistad cambiaría su vida profesional.

Yo seguiré su legado: el museo queda vivo en su nombre”, Claudia Hakim

Los años en el MAMBO 

Gloria volvió a Nueva York con Botero, pero allá se separaron en 1960. Zea se mantuvo en la ciudad para no alejar a sus hijos del pintor. Y allá coincidió dos años después con el empresario Andrés Uribe Campuzano, contemporáneo y amigo de su padre, conocido como Mr. Coffee, por su labor en la Federación Nacional de Cafeteros. Se casó en 1963, contra los deseos de Germán Zea, con el hombre que todavía destaca como el “más maravilloso, generoso y noble que conocí” y con quien compartía un profundo amor por la poesía. Vivió con lujos en la Gran Manzana, estableció contactos con importantes entes del arte, y luego regresó a Colombia. Con Uribe Campuzano vivió 17 años felices.

En 1969, recién aterrizada, su amiga Marta Traba la llevó a almorzar al hotel Continental y le indicó que asumiría como directora del Museo de Arte Moderno. Traba, quien ostentaba el cargo, se había enamorado de Ángel Rama y viajaría a Venezuela. “Tienes que hacer el museo que yo no pude hacer”, le dijo la argentina. El MAMBO, que había cobrado vida en 1955, liderado por Traba desde 1963 y cuyas 80 obras estaban en la Universidad Nacional, resultó otro reto intempestivo que Gloria Zea abrazó. Cuando comenzó a dirigirlo, pasó de ser, cuentan sus allegados, una dama admirada por su belleza a ser una respetada figura en el mundo del arte.

En su apasionante vida muchas personas hicieron una gran diferencia, sus mentores, colegas, amigos y figuras políticas que la alentaron y apoyaron. Arriba, con Marta Traba, primero su profesora en la Universidad de los Andes, luego su amiga. La argentina dejó en sus manos la dirección del museo en 1969.

Desde el inicio de su gestión apuntó alto. Consiguió con Bavaria una sede, por un año, gracias al industrial Carlos J. Echavarría y el entonces jefe de Relaciones Públicas de la compañía, Bernardo Hoyos. Allá montó sus primeras exposiciones. Empezó con Alexander Calder, a quien nadie conocía en Colombia y, para arrastrar al público, gestionó con el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) el préstamo de Tres mujeres en la fuente (1921), de Picasso, y con el Guggenheim el de La Novia (195), de Chagall. La segunda exposición, tan memorable para Zea como la primera, abordó a Andrés de Santamaría. Viajó con su marido para conseguir sus pinturas a Bélgica y a los Llanos Orientales de Colombia, donde vivían las dos hijas del artista.

La directora honró su compromiso y devolvió los locales de Bavaria tras un año y, con Rogelio Salmona, salió a buscar un nuevo espacio. Encontraron uno en el recién terminado Planetario Distrital, pero para usarlo necesitaban un permiso del Concejo de Bogotá que presidía María Eugenia Rojas. No se querían. Rojas creía a Zea una burguesa elitista, pero Zea no se resignó. Le siguió la pista y una noche en la que Rojas comía donde una amiga en común, la llamó: “Sé que cree que el museo es una entidad elitista, pero yo le pido, vaya mañana que es sábado, y si lo que ve es elitista, no le pido más”. El día después Zea esperó nerviosa un veredicto. Rojas la llamó a las cinco de la tarde: “Es suyo doña Gloria”, le dijo. Allá permaneció siete años.

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Ella modestamente le atribuyó siempre su éxito a los que consideraba los mentores de su vida. Además de sus tres maridos, Fernando Botero, Andrés Uribe Campuzano y el hombre con quien estuvo hasta su muerte, Giorgio Antei, reconoció siempre una gratitud enorme con el expresidente Lleras, con Rogelio Salmona y con Belisario Betancur. Lleras la encauzó en la academia artística en Colombia y los dos últimos, desde sus capacidades, aportaron enormes granos de arena para construir la sede del MAMBO, que solo en 1985 se entregó completa con los cuatro pisos planeados originalmente. Salmona jamás cobró un peso por los diseños originales y por los constantes cambios. Betancur estuvo dispuesto a respaldar con su propia firma un préstamo con las corporaciones de ahorro necesario para terminar la obra.

Su legado como directora del MAMBO quedará registrado de todas las formas. En abril de 2016 se publicaron dos grandes tomos por gestión de sus amigos Francia Escobar de Zárate, Gabriel Zárate y Efraín Otero: el primero, sobre las 100 obras icónicas del museo, y el segundo, un compendio de las fichas técnicas de las obras y una amplia cronología de vida de la institución.

Rogelio Salmona fue uno de sus compañeros del alma y sus gestos de generosidad llevaban a Zea a las lágrimas. El arquitecto diseñó el edificio, cambió los diseños cuantas veces fue necesario y jamás cobró un centavo.

Por décadas, Zea sacrificó su integridad física y su tiempo familiar para mantener el museo funcionando. Gestionó año tras año los fondos necesarios para albergar cientos de exposiciones y colecciones (entre otras, Calder, Rodin, Klee, Miró, Andrés de Santamaría, Alejandro Obregón, Edgar Negret). Las críticas nunca dejaron de llover sobre su manera de operar el museo, para muchos ‘personalista’. El artista plástico Carlos Salas aseguró que “una labor titánica como la de Gloria en el museo pasa por grandes aciertos y uno que otro desacierto. Yo soy de los que se centran en los logros”. Para el artista, “nunca se podrán desligar MAMBO y Gloria Zea”.

Al dar un paso al costado de la dirección del museo, su fe en el futuro de la institución nunca se quebró. Describía a Claudia Hakim, su sucesora, como una persona extraordinaria, profesional, seria, inteligente, capaz, íntegra, y un bello ser humano, un rasgo que cada vez aprecia más: “Yo traje hasta aquí el museo, a ella le corresponde desplegar hasta el máximo sus alas”. 

Una impronta en la cultura 

Su impronta en el arte colombiano abarca mucho más que el MAMBO. Cuando el presidente Alfonso López Michelsen la llamó a ofrecerle la dirección de Colcultura, ella se duplicó y lideró sus varias tareas en esa entidad y en el museo, delegando y controlando a sus colaboradores como “todo un general de la república”. Ella sabía de artes plásticas, de música, de cultura, pero no tenía experiencia administrativa. Sin embargo, coherente con sus decisiones, asumió el cargo. Su labor a la cabeza de esa entidad es una de las más recordadas, desde lo memorable e impactante hasta lo polémico.

Hoy varias entidades promueven ópera en Colombia, pero desde Colcultura Gloria Zea plantó la semilla. Culminó la restauración del Teatro Colón, apoyó la orquesta sinfónica, y luego escuchó a Alberto Upegui y Hyalmar de Greiff, sus curadores cercanos, que le dijeron: “Ya tenemos teatro, tenemos orquesta, ¿por qué no ópera?”. Como nunca faltó ambición se montaron La Traviata y La Bohème. Según contaba Zea, “fueron un éxito tan alucinante que seguimos”.

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Le dijeron elitista por apostar por la ópera de primer nivel en Colombia. Pero el vacío se sintió poderosamente cuando terminó su periodo en Colcultura, se cerró la Fundación Asartes que le encontraba financiación privada al género, y este quedó en vilo. Años después, un torrente de jóvenes cantantes, entre ellos el barítono Sergio Hernández y la soprano Juanita Lascarro, fueron a decirle que eran hijos de la Ópera de Colombia y que necesitaban su ayuda para devolver el género a los escenarios. Se montó una audición, y apenas empezaron a cantar, Gloria supo que volvería al ruedo. Desde 1988 también dirigió la Fundación Camarín del Carmen, en el mágico espacio del centro de Bogotá, dedicada a divulgar las artes escénicas, desde donde pudo aportar al regreso de la ópera.

Zea dirigió Colcultura ocho años. Desde allá publicó 1.000 libros, entre estos Biblioteca Básica Colombiana, Biblioteca Popular de Colcultura y el Manual de Historia Colombiana. También inició el programa de recuperación del patrimonio cultural. Restauró varias iglesias en Bogotá y Tunja, y, como si fuera poco, gestionó uno de los descubrimientos arqueológicos más relevantes de la historia de Colombia. El Instituto Colombiano de Antropología, dependencia de Colcultura, investigaba los sitios arqueológicos sobre el río Buritaca en la Sierra Nevada de Santa Marta. Se habían encontrado 200 sitios arqueológicos hasta que “un día me llamó Álvaro Soto, director del Icanh de ese entonces, me dijo que habían encontrado un sitio mucho más grande que los otros -contaba-. Le pusimos Buritaca 200. Fue en ese momento cuando el país descubrió Ciudad Perdida. Estaba cubierta por maleza de la selva, y nadie se imagina la emoción que eso fue”. Al volver a Bogotá, al mes la citaron al Congreso de la república. Allá, se le acusó de descuidar a San Agustín por pararle tantas bolas a lo que algunos ignorantes llamaban ‘Ciudad mentira’.

 ‘Saudade’ 

Fernando Botero, uno de sus siete nietos, la consideraba una persona que no escondía sus emociones, muy cercana a quienes amaba, y muy informada. “Si se le preguntaba sobre James en el Real Madrid opinaba. Ha sido una extraordinaria abuela, y siempre nos ha inculcado leer, ver exposiciones, ver ópera, nos ha hecho parte del mundo”. Añadió que “le fascinaba su finca en Tabio, el plan era tranquilo allá: leía mucho, le gustaba mucho estar pendiente de su jardín, le gustaba ver series, películas”.

Claudia Hakim, actual directora del MAMBO, reconoce que la labor de Zea al frente del museo “fue impresionante”: “Gloria Zea fue una mujer muy valiosa en el medio artístico colombiano. Nos deja un Museo de Arte Moderno con un patrimonio de 5.000 obras del arte colombiano. Por eso la llamábamos “la mujer del arte”, porque creo que nadie hubiera hecho lo que ella hizo por el arte en Colombia. Desde 1963 hablamos de ella como parte de la historia de Colombia, luchando porque un museo se mantenga —comenta—. Llevo tres años y sé lo difícil que es esto, es admirable lo que logró. Pensé que iba a poder salir de esto: llevaba unos días internada, pero con esas ganas de vivir, con ese entusiasmo. Seguía entregada a lo que le gustaba hacer. Venía al museo todos los días. Yo seguiré su legado: el museo queda vivo en su nombre”.  

"Ella siempre dijo que no se quería morir sin hacer El caballero de la rosa. El año pasado la estrenamos, quedó bellísima. La vimos juntos. Emocionadisima, lloró la mitad de la función", Ramiro Osorio

Por su parte, Ramiro Osorio, director general del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, que la conoció desde 1984, la califica como “una mujer extraordinaria” y afirma que su contribución al desarrollo de la cultura en el país en el país “fue fundamental para lo que hoy tenemos”: “Hace unos años nos asociamos, y entonces la Ópera de Colombia y el Teatro Mayor están coproduciendo las óperas. Ella siempre dijo que no se quería morir sin hacer El caballero de la rosa. El año pasado la estrenamos, quedó bellísima. La vimos juntos. Emocionadisima, lloró la mitad de la función. No le quedó nada por hacer... Ella vivió con intensidad muy grande, era una mujer muy generosa, con una capacidad fantástica de soñar. Creo que ella se debió ir muy contenta y muy tranquila”.

A manera de cierre de una historia de vida fabulosa que no ha estado exenta de golpes, hace unos años Gloria Zea aseguró a SEMANA: “Solo hay una forma de vivir, siguiendo la propia consciencia, el corazón, y con una regla ética que uno se pone a sí mismo. También sabiendo personalmente que lo que se está haciendo está bien. La crítica es inherente al que sale de la sombra. Soy Ph.D de la universidad de la vida en eso”.

‘Tres mujeres en la fuente’, el primer Picasso que se vio en Colombia, traído por Gloria Zea del MoMa de Nueva York. Archivo SEMANA.