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Sus protagonistas son mujeres complejas, bondadosas y crueles.

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Suspiria: un triunfo más de Luca Guadagnino

Luca Guadagnino hace una versión de la clásica película italiana de terror, reemplazando los sobresaltos por una tensión desplegada elegantemente.

2 de febrero de 2019

País: Italia, Alemania

Director: Luca Guadagnino

Guion: David Kajganich a partir de la película de Dario Argento

Actores: Dakota Johnson, Tilda Swinton, Chloë Grace Moretz

Duración: 152 min

Llegué a esta película cinéfilamente prevenido. “¿A quién se le ocurre rehacer un filme tan icónico como la ‘Suspiria’ de 1977 de Darío Argento? ¿Por qué no se pueden inventar cosas nuevas? ¿Qué es esta manía de reciclar y reciclar como si el mal de los superhéroes cien veces revividos se hubiera extendido por todos los géneros?”.

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Pero mi prevención, como a veces sucede, resultó inoficiosa. Había acá una diferencia fundamental en las sensaciones que despertaban: en lo que en la película de Argento era agitado y ensordecedor, percutivo incluso, en la versión de Luca Guadagnino es controlado y fluido. En ambas hay imágenes impresionantes, pero en la de Argento le apuntan al sobresalto, mientras que acá se van revelando poco a poco, como si nos aclimataran a su horror antes de llegar a su culmen.

A pesar de sus coincidencias argumentales, sería injusto e insuficiente considerar esta versión como un reencauche y nada más.

Dakota Johnson interpreta a una joven bailarina que llega a Berlin. 

Hay una diferencia fundamental en su duración. Frente a lo compacto de la original, acá hay una tensión explayada (dura dos horas y media), sostenida, comprometida profundamente con un sentido de la elegancia, que se mantiene aún durante un par de explosiones espectaculares de violencia que tiñen la pantalla de rojo.

Es también una película de mujeres y de mujeres complejas, que ofrecen toda la gama de maldades y bondades, de solidaridades y crueldades. Como la original, el punto de partida es la llegada de la bailarina estadounidense Susie Bannion (Dakota Johnson) a una prestigiosa academia de baile en Berlín, en donde encuentra un mundo totalmente estratificado: de un lado, las mujeres mayores –es decir, las maestras y el personal administrativo– y, del otro, las jóvenes –las bailarinas–.

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Todo tiene lugar en 1977, la ciudad está dividida por un muro, el cielo es opresivamente gris y la trama sucede paralela al secuestro del vuelo 181 de Lufthansa, cuyo desarrollo se sigue en radios y televisores por toda la urbe.

Además de la recién llegada, hay bailarinas que desaparecen misteriosamente sin dejar rastro, acusaciones de brujería, una carismática coreógrafa (Tilda Swinton) revisando una obra histórica y un edificio inquietante con techos altos, corredores amplios y cuartos secretos.

Los únicos hombres en todo el asunto son un par de policías y un psicoanalista que no termina de creerle a una bailarina que antes de desvanecerse asegura haber descubierto un aquelarre entre las mujeres que trabajan en la academia.

La fortaleza de la película está en la amplitud de su mirada, en dejar ver esos marcadores históricos externos –el secuestro del avión– en contraste con otra historia, no tan visible pero no menos importante, de conocimientos secretos y entidades sobrenaturales que siguen por ahí a pesar del escepticismo de la época.

Esa historia secreta es una historia de madres e hijas, de transmisión de conocimientos, de jerarquías y poderes femeninos, pero también de la frontera difusa entre arte y brujería que logran, ambas y con medios no tan diferentes, interpelar y transformar el mundo donde suceden

La fortaleza de la película está en la amplitud de su mirada, en dejar ver esos marcadores históricos externos.