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La dentadura que Juan Fernando Quintero le regaló al “loco” de su barrio

La estrella del DIM es amigo de uno de los personajes más peculiares de la Comuna 13, en Medellín, y hasta le obsequió dientes nuevos para que pudiera volver a cantar y a chupar paleta.

Mauricio López Rueda*
18 de marzo de 2017

Loco siempre está ahí, sentado al lado de uno de esos falsos laureles de la Circular 6 con carrera 70. Llega a ese lugar desde el mediodía, para gorrearle el almuerzo a alguno de los ricos jubilados que gustan de tardear escuchando tangos y boleros en esa esquina del barrio Laureles. Se llama Jorge León Pulgarín Rivera, tiene 55 años de edad y vive del rebusque desde los 5.

“Soy hijo de mineros de Buriticá. Papá se llamaba Bernardo, ya murió. Mamá se llama Ana y está en la casa. Para ella es que trabajo”, cuenta el Loco, quien nunca quiso estudiar y todo lo que sabe lo aprendió en la calle.

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En Buriticá tenían una finca llamada Los Asientos, pero la perdieron a manos de paramilitares. Eso fue hace 48 años. “Yo era pequeño, pero recuerdo que teníamos palos de mango, de guayaba y matas de café. Pero debajo había mucho oro y esos manes se dieron cuenta. Una noche nos lo dijeron clarito: ‘se tienen que ir de aquí manada de hijueputas’. Ahí mismo agarramos viaje para Medellín”, narra Loco.

A los 5 años comenzó a bajar a la carrera 70 para “ver cómo era la cosa”, pues varios de sus amiguitos subían a Florida Vieja, donde vivían entonces, “chupando crema y riéndose por todo. Yo les preguntaba que por qué tanta alegría, y ellos me respondían: ‘estábamos robando’. Entonces empecé a bajar con ellos para aprender”, admite.

Conoció a un lustrabotas que le daba trabajo a ratos, pero en los intervalos se escapaba con sus amigos para la calle San Juan. “Allá yo me quedaba en la acera donde está hoy el Éxito, y veía cómo los muchachos hacían lo suyo. Mientras unos hacían teatro: llorando o haciendo muecas, otros rapaban los bolsos de las señoras o les quitaban los sombreros a los señores. Eso después lo vendían en una prendería y listo, a comprar crema de coco”, recuerda.

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Jorge también se volvió raponero experto y su maestro fue el lustrabotas. “A ese man le decían ‘Chivo’ y había estado en la cárcel muchas veces. Él me enseñó a robar billeteras y collares. Yo me hice hombre con él, pero no piense que me cacorrié, simplemente dejé el cascarón, dejé de ser inocente, un niño inocente”, cuenta.

Loco creció, y de ladrón pasó a ser jíbaro. Probó el chute (pegante) y hasta les hacía mandados a los sicarios de Pablo Escobar cuando estos iban a un bar de salsa que tenía alias ‘La Kika’ por el sector de la UPB.

Vendió perros, cigarrillos, cuidó carros, robó y peleó por su vida durante muchas noches.

Luego se pasó a vivir a San Javier El Socorro (Comuna 13), junto a toda su familia. Allá abandonó su vida criminal y, quien lo creyera, se convirtió en líder cívico del barrio. “Yo armaba fiestas para los niños y torneos de fútbol. Hice subir al Municipio para que hicieran una cancha en la parte alta del barrio, y hasta estuve con varios políticos famosos en campaña”, reseña Loco, quien conoció y se hizo amigo de Jaime Quintero, promisorio jugador de fútbol, padre de Juan Fernando Quintero, y quien desapareció sin dejar rastro de un momento a otro.

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“Yo cargué a Quinterito cuando era un bebé. Ya el papá no estaba, de modo que era muy mimado por el tío, Caliche, quien también era amigo mío. El niño me cogió aprecio. Por eso soy buen amigo de toda esa familia, de Lina, la mamá, y de los abuelos. Yo sabía que iba a ser crack, pues el papá jugaba mucho. Jaime jugó con Envigado y hasta tuvo un partido con Nacional. Luego pasó lo que pasó, pero de eso no se puede hablar”, expresa.

Debido a sus años en las calles, oliendo pegante y fumando marihuana, a ‘Guitimberry’, como le dicen cariñosamente Jorge León, se le cayeron casi todos los dientes. Hubo un momento en que sólo tenía cuatro, y todos decían que se parecía a un conejo. “El conejo de la suerte, me decían, pues me salvé muchas veces de la muerte. Algunos hermanos míos no tuvieron la misma fortuna. Uno es un falso positivo del Ejército, a otro lo mataron por el Velódromo. Lo tiraron de un carro. Fuimos ocho hijos, cinco hombres y tres mujeres, pero ninguno fue bueno, todos fuimos calaveras”, dice.

Loco ha hecho de todo en esta vida, bueno y malo. Es como el personaje de una canción de Rubén Blades, o como una alucinación de Bukowski, pero ni esos dos maestros de la narrativa callejera podrían contar mejor la historia que el mismo Jorge.

“Yo estudié en la escuela Pio 12 y el colegio lo hice en la preparatoria Jorge Yepes. Yo dormía en la calle cuando estaba en primero de bachillerato. Me bañaba en un pozo. La Policía me llevaba cada rato para el reformatorio. Fui actor en Sumas y Restas y en Rosario Tijeras. Yo tengo un guión, se lo di a Víctor Gaviria y no me lo ha regresado. Por culpa de una asesora de imagen Emilio Ballén me sacó de Rosario Tijeras, pero al menos pude hacer una escena con Flora Martínez. En mi vida me he comido seis putas, he tenido dos novias casadas, una de 14 cuando yo tenía 25. Tengo varios hijos, todos están en el río Medellín, del Hatillo para abajo. Peso 60 kilos y mido 170 centímetros. Los milicianos me tenían la buena y por eso me salvé. Luego llegaron los de Pablo, me cogieron la buena y me salvé. Luego llegaron los paracos y ahí sí se puso peluda la cosa. Y ahora con los combos pues voy bien porque todo el mundo me conoce. Yo vendía cigarrillos en la caballeriza de los Ochoa. En la inauguración estuvo Gloria Valencia y Pacheco. Tal vez no conocían a la gente”, relata el hombre en tono de culebrero.

En 2014 le pidió a Juan Fernando Quintero que le regalara los dientes, y la joven figura de Envigado, Nacional, Porto, la selección Colombia y Medellín le hizo caso. Le dio como dos millones de pesos y el Loco volvió a sonreír y a chupar paleta. Incluso hasta le dio por cantar, dizque para destronar a JBalvin y Maluma.

“Un día mis sobrinos me pidieron que cantara el Baile del pedal, una canción que me inventé, y me grabaron. Y eso ya está en Youtube y lo han visto mucho. Eso debería utilizarlo la Unicef para educar a los niños”, expresa.

La canción dice más o menos así:

“Los muchachos hoy en día no se dejan criar, a los 12 años empiezan a engendrar, por qué, por culpa del pedal”.

Aunque todavía no lidera las listas de ventas en Itunes, el Loco ya tiene otra canción en proceso: Merequetengue.

“Me gusta toda la música, pero más Javier Soliz. ‘Te amaré toda la vida’. Estuve en la cárcel por los gansos ciegos. Me llevaron porque me cogieron con una marihuana que no era mía. Duré dos días no más. Llegué a caciquear, derecho, y con plata escondida en un zapato. Tenía 18 años. Yo tomaba tinto y fumaba Piel Roja. Tenía los tenis rotos para que no me los robaran. Me hice amigo de un celador que estaba encanado. Me fui a bañar y me robaron el pantalón. Me puse a esculcar para encontrar el pantalón. Un man me llegó a bravear. Como me tocaba ir al juzgado, le robé el pantalón a un pendejo que estaba allá tirado. Era un bota tubo todo apretado”, desvaría el Loco, quien todo lo cuenta así, como si fuera un telégrafo.

“Yo rumbiaba en Las Palmas con los pillos de Pablo. Me quedaba en el parqueadero tomando Wisky. Kevin, Lauro, Acuario, eran puros bares de la época. Jorge Ocampo y Pelusa tenían bares y eran amigos míos. Ese Pelusa era peligroso”, sigue.

A Jorge parece que le queda mucha vida por delante. Ya no se roba ni 100 pesos, pero no deja de estirar la mano para que le pongan monedas, o billetes. De eso vive, de pasar las tardes y las noches junto a los jubilados de Laureles, a quienes les hace todo tipo de mandados. Todavía espera su gloria, ya sea como cantante o como escritor de guiones. “Pero primero un guarito, o quizás dos, pues la tarde es joven y la vida no tan larga”, filosofa.

*Colaboración desde Medellín