Opinión

El tiempo no perdona

El sector está evidenciando una transformación en marcha, que está dividiendo a los actores entre quienes abrazan el cambio y quienes todavía se resisten a él.

Claudia Amore Jiménez, directora Cámara de Servicios Legales ANDI
30 de agosto de 2025, 4:00 a. m.
Claudia Amore Jiménez, directora Cámara de Servicios Legales de la Andi | Foto: Cortesia ANDI

El tiempo no pide permiso, no espera a nadie y nunca vuelve. Dado el ritmo acelerado de la vida actual y las múltiples distracciones, saber usar el tiempo de manera adecuada no es solo una cuestión de eficiencia, sino también de sentido.

No se trata de llenar cada hora de actividad, sino de orientar las acciones hacia aquello que consideramos significativo. Pero aquí surge un punto crucial: para poder hacer un uso valioso del tiempo, no basta con la voluntad; también se requieren recursos adecuados.

Cada revolución tecnológica ha traído consigo una aceleración en el ritmo de vida y en la forma en que trabajamos. Hoy, esta transformación se ve impulsada por herramientas que automatizan, predicen y optimizan tareas con una velocidad impensada hace apenas unas décadas.

El paso del tiempo no solo marca la historia, también deja huella en la forma como se ejerce el Derecho. Recientes mediciones de la Cámara de Servicios Legales de la ANDI, demuestran cómo en los últimos diez años, el sector ha atravesado una profunda transformación estructural, marcada por la especialización de servicios, la integración tecnológica, la participación igualitaria de distintos actores, la expansión geográfica, así como el relacionamiento con un nuevo perfil del cliente, todo ello acompañado de crecientes desafíos éticos.

La incorporación de la inteligencia artificial en procesos jurídicos no solo representa una ventaja competitiva, sino la necesidad estratégica de administrar el tiempo con eficacia y responder a las crecientes demandas del entorno contemporáneo.

Hoy, el sector está evidenciando una transformación en marcha, que está dividiendo a los actores entre quienes abrazan el cambio y quienes todavía se resisten a él. Esta brecha no solo marca diferencias en productividad y eficiencia, sino también en la capacidad de adaptación a un futuro que no espera.

La inteligencia artificial no reemplaza al abogado, sino que potencia su labor y libera tiempos que pueden destinarse al pensamiento estratégico, la argumentación jurídica y el trato con el cliente. Lo que sí resulta inminente es que el abogado que no incorpore estas herramientas caerá en un inmediato rezago en un entorno donde la eficiencia y la capacidad de adaptación marcan la diferencia.

La implementación efectiva de inteligencia artificial en el sector legal no depende únicamente de adquirir tecnología, sino de contar con los datos adecuados para entrenarla. En este sentido, los abogados, los sistemas judiciales y entidades públicas, tienen la responsabilidad de desarrollar infraestructuras que faciliten el acceso y la organización de la información jurídica. La IA aprende a partir de los datos que se le suministran, por lo que su precisión y utilidad están directamente relacionadas con la calidad, cantidad y disponibilidad de esa información.

Desarrollar tareas diarias sin expedientes en línea, documentos digitalizados o bases documentales disponibles, hace imposible entrenar algoritmos de análisis de jurisprudencia. La transformación digital de la justicia se ralentiza sin una base sólida de datos accesibles y estructurados. Quienes aún no cuentan con estos expedientes no solo incurren en tiempos adicionales para desarrollar sus tareas, sino que obligan a su ecosistema a retrasar otros procesos.

Así, el uso estratégico del tiempo y el desarrollo de soluciones basadas en IA están íntimamente ligados: uno no puede alcanzarse plenamente sin el otro.

La relación entre datos disponibles, juristas y sus clientes está cambiando gracias a la inteligencia artificial generativa, que permite ofrecer respuestas más ágiles, personalizadas y estratégicas.

La clave, entonces, está en identificar las necesidades particulares y adaptar la tecnología que mejor las atienda, integrándola con criterio y estrategia. Sin embargo, ni la capacidad de análisis crítico ni el juicio ético pueden ser delegados a una máquina: estas facultades siguen siendo exclusivas del ser humano.

No hay riqueza más democrática ni más implacable que el tiempo; está en nosotros beneficiarnos y emplearlo con inteligencia, rigor y propósito.