OPINIÓN

Matemáticas o Humanidades, ¿qué es mejor?

Los modelos de educación superior en Colombia no han arrojado los resultados esperados. Son muchos los interrogantes que hoy nos asaltan si queremos ser el país más educado en 2025.

Padre Diego Arcila Vélez*
13 de febrero de 2017

Las formas de educar han buscado en la historia de la humanidad acercarse a un horizonte de hombre y mujer integral. Bastaría mirar el empeño con el que las universidades nacen en la baja Edad Media, se trataba de ejercitar la palabra y de poner a conversar a un sabio con alguien que quería convertirse en un ser “docto”, culto y capacitado para intervenir en la sociedad.

Pero la educación siglo tras siglo se ha transformado. La Revolución Francesa nos legó un modelo de educandos más liberal, autónomo y con perspectiva; se trataba de incursionar en un mundo económico, político y cultural que hasta hoy se mantiene.

Las motivaciones de antes y de hoy coinciden en encontrar una fórmula que equipare el interés por ese diálogo que toca la frontera entre lo humano y lo profesional. Europa no solo hizo esa discusión sino que la ejecutó de manera clara y precisa, pensó que educar era la mejor herramienta para el progreso y la paz de los pueblos. No fue así en América Latina,  que en su propia mirada y dada sus condiciones, no ha podido implementar y llevar a cabo una decisión trascendente que es un derecho universal.

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Los modelos de educación superior en Colombia no han arrojado los resultados esperados. Son muchos los interrogantes que hoy nos asaltan si queremos ser el país más educado en 2025. ¿Estamos preparados para ello?, ¿qué significa la ecuación con cobertura y calidad?, ¿necesitamos más técnicos o más profesionales?, ¿es real el empeño de tener una educación gratuita, disminuyendo los recursos para la guerra e invirtiéndolos en el sector?,  ¿cómo asegurar desde las distintas leyes que se han dado, desde que se promulgó la Constitución del 91, una educación que responda a los desafíos y a las competencias que en ella se integran?.

Formar un joven implica un trabajo pedagógico en donde se deben mover todas las voluntades e inteligencias para propiciar entre el educador y el educando un factor de autonomía, libertad, valores, Ciencia, vida, proyecto y realización.

Nadie se educa, se dan herramientas para que a lo largo del proceso, el joven llegue a solucionar problemas con diligencia, a ser crítico con asertividad, a potenciar y echar a andar el principio de servicio por sus congéneres, por su cultura y sociedad. En pocas palabras, nos educamos para tener un proyecto de vida feliz y realizable que asegure la paz y la convivencia entre todos.

El modelo de educación terciaria que nos está proponiendo el gobierno y su Plan Decenal de Educación debe mirarse con detenimiento, dado el inmenso interés de hacer de Colombia un país educado.

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Para lograr este propósito se debe atender con urgencia el derecho a la educación, la inclusión de las regiones y especialmente del sector rural que tanto se ha descuidado, la calidad de las instituciones que debe ser medida en las justas proporciones de sus proyectos educativos originales, la atención a las competencias como el bilingüismo y del acceso a la tecnología, las oportunidades laborales para los egresados, la formación de magister y doctores para que la Ciencia, la Tecnología y la Innovación sean una realidad.

Colombia, que hoy le apunta a la paz, tiene desde la educación la mejor herramienta para construirla. La discusión entre las humanidades y las técnicas matemáticas debe hacerse con mucho juicio, dado el equilibrio pedagógico que tenemos que alcanzar; para que un profesional que haga y cumpla con sus deberes, ame lo que hace, respete y promueva su entorno.

Además, el proyecto de vida en las universidades debe intensificarse, pues es el estudiante tiene que convertirse en un sujeto responsable de su existencia y de la de los otros a través de las Artes, la Música, el deporte, la Literatura y un profundo conocimiento de su historia y la de su país, para respetar y preservar los valores humanos que hacen de la convivencia un espacio para ser feliz y realizado.

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Los valores y la ética de ninguna manera se pueden desligar de la realidad social y cultural contemporánea, tanto en lo nacional como mundial. La formación en principios éticos y morales necesita permanecer anclada en la realidad social. Así, por ejemplo, no se puede hablar de la honestidad y desconocer la corrupción administrativa y el enriquecimiento ilícito existente en diferentes ámbitos, no se puede hablar del respeto y desconocer la presencia de tantas amenazas sociales que tenemos, no se puede hablar del derecho a la justicia e ignorar tantas impunidades, o lo que es peor, hablar del derecho a la vida y desentenderse de tantos homicidios y genocidios.

La formación en el proyecto de vida de las universidades se proporciona mediante la creación de unas condiciones que permitan construir un ambiente y cultura educativa que combine lo técnico con la Ciencia dura y las Humanidades. No se trata solo de tener una clase, sino de garantizar la transversalidad de la formación ética y cívica en el currículo y posibilitar que todos los ambientes, actividades y espacios sean formativos.

*Padre Diego Arcila Vélez
Rector 
Universidad Católica de Pereira

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