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OPINIÓN

Sin educación no hay construcción de paz

La paz no se firma, sino que se construye. De allí que la tarea esencial que se deriva de los acuerdos de La Habana para la educación: Ayudar a transformar una cultura hija de la guerra.

Julián de Zubiría*
10 de septiembre de 2016

Estamos ad portas de alcanzar un punto de inflexión en la historia colombiana. Por fin, después de medio siglo de matarnos entre nosotros, vemos la posibilidad de iniciar el largo camino hacia la paz. De trece partidos, doce avalan los acuerdos que pondrán fin a la guerrilla más fuerte de toda América Latina y todo indica que, por amplia mayoría, el país apoyará la decisión para que las FARC luchen por sus ideales en las urnas y no con pipetas de gas; para que, como decía Heródoto, sean los hijos los que lleven a sus padres a la tumba y no al revés, como sucede en un país en guerra. Sin embargo, la tarea que se deriva para la educación es en extremo compleja: Contribuir a transformar una cultura hija de la guerra y las mafias, que nos enseñó a no confiar en los otros y que fragmentó el tejido social en mil pedazos. Una cultura que concluyó con Maquiavelo, que el fin justifica los medios; y que, por ello, acabó avalando a los paramilitares y reconociendo como “vivo” al tramposo, al que se cuela en las filas o al que roba al Estado. La larga guerra endureció el corazón de los colombianos. Nos acostumbramos a lo que ningún ser humano debe hacerlo jamás: a las masacres, las desapariciones, las muertes, la tortura y el secuestro. Por ello, no es de extrañar que la mitad de los muertos en Colombia sea producto de los niveles de odio y exclusión que gestó el conflicto armado. Y por ello, también, la mayoría de los colombianos mueren en contextos sociales y deportivos que compartían previamente con familiares y amigos. Los mató la intolerancia.

En este contexto, la tarea de la escuela es descomunal. Los maestros tendremos que recuperar la sensibilidad y la tolerancia que la guerra adormeció. Para lograrlo, debemos trabajar en varios frentes. Veamos los principales.

Primero. Como la guerra dejó una enorme huella en la estructura valorativa de los colombianos, la paz tendrá que favorecer un profundo cambio en la cultura y estructura ética de la sociedad. La guerra degradó a tal punto la vida humana que un sicario mata por unas cuantas monedas, una madre prostituye a su hija por unas comidas, el ladrón la arriesga en cualquier robo callejero y la ponemos en juego al atravesar las calles o al esquivar motos, cuyos pilotos se desplazan como si fueran inmortales. Es por ello que la escuela tiene que jalonar un cambio cultural que nos conduzca a valorar la vida, aprehender a respetar las diferencias y a resolver pacíficamente todos los conflictos. En las escuelas tendremos que fomentar una cultura incluyente, de manera que convivan de manera respetuosa y tolerante niños y jóvenes de todas las condiciones físicas, culturales, regionales, sociales, raciales, religiosas y sexuales. La escuela tiene que poner todo su empeño para rehacer el tejido social, reestablecer la confianza y contribuir a los proyectos colectivos. Dado lo anterior, una condición sine qua non para que la educación consolide la paz será el favorecer una cultura del cuidado, de la tolerancia, de la resolución dialogada de los conflictos y del respeto a los otros.

Segundo. Tendremos que llevar a cabo una completa reforma curricular que nos ayude a desarrollar en los niños las competencias y habilidades esenciales para la vida y la convivencia. Hay que formar niños y jóvenes más sanos emocional y psíquicamente, que aprehendan a conocerse, a comprender a los otros y el contexto; y que elaboren sus proyectos de vida, teniendo en cuenta a los otros. Y para que ello sea una realidad, es indispensable una reforma estructural en los fines y contenidos que actualmente se abordan en la educación y un profundo cambio curricular. La mejor opción es crear un área de valores que asuma múltiples cátedras hoy dispersas, y que, simultáneamente, ayude a que todas las asignaturas de todos los grados, asuman el desarrollo de competencias ciudadanas como una de sus prioridades. El área de valores orienta el trabajo y el enfoque transversal garantiza que la formación valorativa sea una tarea de todos los docentes y en cada uno de los cursos y áreas.

Tercero. En educación necesitamos recurrir a múltiples actos simbólicos para desarrollar en niños y jóvenes la sensibilidad, la solidaridad y la empatía. Es por ello que el trabajo tendrá también que enriquecerse con días enteros dedicados a que niños y jóvenes expresen afecto a los otros. Hay que hacer jornadas para desarrollar la escucha. Hay que convertir a los estudiantes mayores en protectores de los menores, para lo cual es conveniente designarlos como hermanos mayores de los niños recién llegados a las instituciones. Así mismo, y para fines similares, debemos garantizar jornadas de la reconciliación, espacios para crear murales que no dejen borrar de la memoria lo que fuimos capaces de hacer. Al fin de cuentas, todos los días y en todas las clases, en las escuelas tendremos que sensibilizar a los niños en defensa de la vida humana. En esta tarea será de primer orden el papel de las artes, ya que su tarea esencial es la misma: desarrollar la sensibilidad.

Cuarto. Hay que hacer un profundo cambio en las instituciones educativas colombianas. En muchas de ellas no se acata la Constitución y se violenta el libre desarrollo de la personalidad y los derechos básicos de los estudiantes. Cuando se excluye a una niña que queda en embarazo, a un joven amanerado o a otro que usa arete o pelo largo, se están violando sus derechos. Necesitamos construir instituciones educativas más participativas y deliberantes en las que se le dé la palabra a la comunidad de maestros, padres y estudiantes. Instituciones que se conviertan en ejemplo de participación y de vida democrática. Sin duda, por lo menos una vez por bimestre, toda escuela debería estar orientada por los estudiantes mayores y en cada una deben estar representados los docentes, trabajadores y estudiantes, en comisiones éticas que ayuden a resolver las tensiones que genera la convivencia.

En síntesis, tendremos que transformar las instituciones educativas, el currículo y las actividades extracurriculares, de tal forma que gestemos un cambio cultural en la sociedad. Pero ello no lo podremos hacer si no entendemos que el papel de la educación debe concentrarse en el desarrollo humano y no exclusivamente en el aprendizaje. Para comprenderlo, es pertinente recordar las palabras de Anita Novinsky, polaca nacionalizada brasilera, quien actualmente es profesora de la Universidad de Sao Paulo y fundadora del Laboratorio de Estudios sobre la Tolerancia. Su texto expresa enormes dudas sobre la educación y dice así:

Querido profesor:

Soy una sobreviviente de un Campo de Concentración.

Mis ojos vieron lo que ningún ser humano debería testimoniar: 

Cámaras de gas construidas por ingenieros ilustres, niños envenenados por médicos altamente especializados. Recién nacidos asesinados por enfermeras diplomadas, mujeres y bebés quemados por personas formadas en Escuelas, Liceos y Universidades. 

Por eso, querido profesor, tengo serias dudas acerca de la educación, y le ruego: 

Ayude a sus estudiantes a volverse humanos.

Su esfuerzo, profesor, nunca debe producir monstruos eruditos y cultos, psicópatas y Eichmans educados.

Leer y escribir son importantes solamente si están al servicio de hacer a nuestros jóvenes seres más humanos.

*Director del Instituto Alberto Merani es consultor de Naciones Unidas en educación para Colombia. @juliandezubiria